26 marzo,2020 4:49 am

Las casas españolas

Porteñas (XIX)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Para saber sobre las casas españolas de Acapulco recurrimos a la memoria deslumbrante de doña Concha Hudson Batani, vaciada en su libro El Acapulco de antes (2005). Refiere que el comercio del puerto estuvo por muchos años exclusivamente en manos de ciudadanos españoles. Fue en realidad, digámoslo nosotros y pronto, una dominación política, social y económica tan infame y brutal como la de la Colonia. Dominación apoyada por los poderes nacionales, sus fuerzas armadas y domésticamente por los matones a sueldo de ambas costas. ¡Y vaya que los había!

Una de aquellas “casas fuertes”, como se les conocía, fue la poderosísima B. Fernández y Cia, especializada en mercaderías importadas principalmente de España y Francia. Se les anunciaba como “ultramarinos finos ” por venir del otro lado del mar (¡aaahh!). El Fernández cuya “B” escondía a un imposible rey mago, Baltazar, regresa a España a los primeros disparos de la Revolución en el sur. Deja al frente del changarro a Rafael Fernández Pando, socio y pariente que lo seguirá al poco tiempo. “¡Hostia!, que en este pinche pueblo hay que bañarse seguido y las alpargatas se embarran en la calle con caca de gente y animales”, eran sus quejas.

Quedan entonces al frente de la firma los hispanos Marcelino Miaja y Juan Rodríguez. Este último se desempeñaba como cónsul de España en Acapulco. Valido de esa posición, conseguirá con Miaja el desembarco de marinos del cañonero estadunidense Cincinnati, anclado en la bahía, para que evitaran un crimen atroz. Hombres, mujeres y niños de la colonia española morirían degollados por trabajadores portuarios y alzados procedentes de la Costa Grande. Así se sellaría la venganza popular por el asesinato del líder y ex alcalde Juan R. Escudero junto con sus hermanos Felipe y Francisco.

Así, ante la expectación y azoro de los porteños, marineros gringosdesembarcan armados en plan de guerra, violando flagrantemente la soberanía nacional. Unos se dedican a custodiar las sedes de las empresas españolas y otros los domicilios particulares de sus familias. Todas ellas abordarán embarcaciones particulares e incluso lanchones del propio cañonero para anclar en torno de él, en calidad escudo protector, y allí pasarán la noche. La intervención oportuna de la secretaria mexicana de Relaciones Exteriores pondrá al día siguiente las cosas en su lugar, lográndose incluso las disculpas del gobierno estadunidense, así como del propio capitán del Cincinnati. Enterado éste de que entre los autores intelectuales de asesinato de los Escudero figuraban quienes le habían solicitado el auxilio, lamentará haber sido engañado como un idiota. Marcelino Miaja, entre ellos, había sido el mayor aportante para cubrir la gratificación de los matones.

Nunca volvieron

Juan Rodríguez fue el padre del popular Jesús Chuy Rodríguez Espinosa, un acapulqueño que no necesitó de herencias paternas para crear con sus hermanos una empresa turística ejemplar, La Condesa. Una de las muy contadas que han resistido hasta hoy con éxito el duro embate de las trasnacionales, sobreviviente, además, de las duras y las muy duras por las que ha atravesado el puerto.

Apenas se abre la carretera México-Acapulco (1927), los hispanos de aquí reportará a los de allá: “esto ya es de nuevo el Paraíso, ya pueden regresar a dirigir sus empresas”. Los Fernández de España responden que ya no están para tales trotes y que si quieren el negocio que nomás ofrezcan pesos de plata y no bilimbiques (peso carrancista, finalmente sin valor). Se reúnen entonces los hispanos locales para hacer una vaquita y enviar los enganches al otro lado del Atlántico. Ofrecen cubrir el resto en módicas mensualidades, escuchándose desde allá: “¡Coño con estos paisanos, ya aprendieron las malas mañas de los mexicanos!”.

La nueva empresa mercantil se denomina La Ciudad de Oviedo S.A. y la integran Manuel Tejado, Eladio Fernández, José Fernández Cañedo, Simón Álvarez Cañedo, Benjamín Fernández Cañedo y Lino Álvarez Cañedo. Hoy, signo de los tiempos, el edificio Oviedo es propiedad de herederos directos de Moctezuma Xocoyotzin. ¡Chilangos, pues!

Alzuyeta

El inmueble de hierro conocido simplemente como La Casa Alzuyeta, fue diseñado por el arquitecto francés Alejandro Gustavo Eiffel, mismo autor de la torre parisina de su nombre. Las piezas fueron traídas al puerto y armadas en la entonces plazoleta del Comercio (hoy, Juan R. Escudero), constituyendo a la larga un tapón para la circulación de la avenida Cuauhtémoc. Fue el propio almirante Alfonso Argudín Alcaraz quien, siendo alcalde de Acapulco, lo eliminó no sin vencer duras resistencias. El mismo se dio el lujo de obsequiar la armazón para sede del Colegio de Ingenieros y Arquitectos. Otra obra de Eiffel en México: el Palacio de Hierro de Orizaba, Veracruz.

Alzuyeta era el apellido del socio mayoritario de la empresa Alzuyeta, Fernández, Quiros y Cía. “La misma que, a partir de 1900, se constituyó en la más importante productora de manta, rayadillo, fioco y mezclilla de la entidad. Telas elaboradas en sus propias factorías de hilados y tejidos. la Progreso del Sur, en el poblado de El Ticuí, en Atoyac de Álvarez, y la otra en Aguas Blancas, Coyuca de Benítez.

La primera fue conocida simplemente como El Ticuí, una empresa con vida muy azarosa a causa de conflictos sociales y propiamente laborales. Para poner fin a uno de estos últimos, el presidente Lázaro Cárdenas decreta su expropiación (1938) a favor de los trabajadores, manteniendo tal estatus hasta 1966. Junto con los obreros, el resto de la población se acostumbrará al silbato de la fábrica, cuyo sonido penetrante era escuchado en 5 kilómetros a la redonda. “Pinches gachupines, no dejan dormir con su molestoso pito”, fue muy al principio una queja recurrente de los atoyaquenses.

Pedro Uruñuela

No se le escapa a la señora Hudson Batani la casa española de Pedro Uruñuela y Cía., propietaria también de la Hacienda de la Luz, a orillas del río Papagayo. Compañía ésta que pasará más tarde a manos de la firma Hermanos Fernández y Cía., con gran dominio en la Costa Grande. Vendían de todo, “hasta cáscaras de llagas”, según el decir de los costagrandinos.

La Fábrica

La fábrica de jabón y aceite que dará nombre al río que la abastece y de igual forma al barrio en la que se asienta –La Fábrica, simplemente– fue vendida por la familia Stephens al hispano Sergio Fernández, en sociedad con sus hermanos. Refiere Doña Concha que todo el aceite y el jabón que producía era enviado por barco al puerto de Salina Cruz, Oaxaca. Quién sabe por qué, se pregunta ella misma, pero los habitantes del puerto no estuvieron entre sus consumidores. Estos optarán por productos similares pero de otras marcas, traídos por mar de Manzanillo y Mazatlán. La que fue La Fábrica, hoy produce únicamente hielo y agua, operada por la familia Carriles Ontañón.

Juan R. Escudero

El líder obrero Juan R. Escudero se refirió siempre a los españoles como “gachupines”, particularmente en su periódico Regeneración. Este se presentaba como “hoja independiente de información y política”, publicada los jueves y domingos con precio de un centavo, o seis hojas por cinco centavos. Fueron sus voceadores los niños Alejandro Gómez Maganda, ex gobernador de Guerrero y Jorge Joseph Piedra, ex alcalde de Acapulco. Del número 28 de Regeneración, fechado el 30 diciembre de 1920, entresacamos la nota titulada Un gachupín abusivo:

“En días pasados un grupo de criaturas  jugaban en la calle cuando pasó junto a ellos a toda velocidad un automóvil de “La Fábrica”. Será en ese momento cuando una piedra se estrelle en la carrocería del vehículo y el conductor la suponga lanzada por los chiquillos jugando. El gachupín baja del auto convertido en un energúmeno y toma por los cabellos al primer menor que encuentra a su paso. Este niega a gritos ser el autor de la pedrada, llamando angustiosamente a su madre. El chamaco logra zafarse del agresor huyendo para resguardarse en una casa del vecindario”.

“Arbitrario, prepotente, aquel hombre enloquecido penetra en el domicilio hasta dar con el chiquillo sacándolo otra vez cogido por los cabellos. No contaba el hispano que para entonces ya había llegado al lugar la madre del menor, acompañada por un grupo de mujeres agresivas y vociferantes”.

“Hasta aquí llegaste pinche gachupín, hijo de tu gachupina madre”, le advierte con voz sonora una matrona armada con un garrote, igual que el resto de sus compañeras. El güerito ultramarino entra en pánico, suelta al muchachillo para correr como gamo hasta llegar a su automóvil y huir despavorido. No escuchará en su loca carrera las mentadas de madre lanzadas como dardos por aquellas damas encabronadas. Mentadas en por lo menos seis estilos costeños, el sanjeronimeño, quizás el más demoledor.

Dependientes

Recuerda el almirante Alfonso Argudín Alcaraz (Del Acapulco que perdimos) que las Casas Fuertes acostumbraban traer de España a jóvenes parientes y amigos para servir en sus empresas. Mozuelos llamados aquí “dependientes”, viviendo con sus familiares pero en calidad de prisioneros, pues sólo se les permitía salir los jueves por la tarde y los domingos a misa. Anota el ex alcalde que eran “blancos, educados y bien parecidos, habiéndolos entre ellos baturros y montañeses, sin nociones del alfabeto y aun menos de urbanidad”.

Cuando aquellos españolitos llegaban a independizarse –comenta Alfonso Argudín Alcaraz– ponían sus propios negocios, llegando incluso a competir en fortunas con sus antiguos patrones. Entre otros, Manuel Tejado, Eladio Fernández, Simón Álvarez, José Fernández Cañedo, Sergio Fernández, Obdulio Fernández y Marcelino Miaja.

Marcelino Miaja, señalado como quien hizo la mayor aportación para pagar el asesinato de los hermanos Escudero, se suicida a finales de los años 30, provocando hondo pesar entre sus connacionales. Algunos acapulqueños, por su parte, adjudicarán el suicidio de Miaja a remordimientos tardíos de conciencia (!!!). A su sepelio en el panteón de San Francisco, asistió su hermano, el general José Miaja Menant, héroe de la defensa de Madrid ante las hordas africanas durante la Guerra Civil Española. Este vivirá transterrado en la Ciudad de México hasta su muerte en 1958.

Más recuerdos de Concha

Escribe doña Concha Hudson Batani que las casas españolas tenían dificultades para operar durante la época revolucionaria a causa del rechazo popular contra los hispanos. Por esa época –narra– fue asesinado el señor Federico Ornachea, empleado de la fábrica de El Ticuí, presumiblemente por estar ligado con los hermanos Nebreda. Hispanos propietarios de grandes extensiones de platanales y cocoteros a orillas del río Papagayo.

Los Nebreda, según la misma narración, habían logrado el desalojo de sus tierras invadidas por campesinos, finalmente asentados en Lomas de Chapultepec. Pero las cosas no pararán allí. Los Nebreda amenazan a los “lomeños” con matar el ganado que invada sus tierras y así lo hacen una y otra vez. Los campesinos de Lomas de Chapultepec dirán la última palabra, no reinvadirán las tierras de los hispanos y tampoco acabaran con su ganado, acabarán con todos ellos, con todos los Nebreda.