11 agosto,2021 9:35 am

Llaman danzantes de la Ciudad de México a conservar los ritos ancestrales indígenas

 

Ciudad de México, 11 de agosto de 2021. Como un corazón exaltado, el huéhuetl se escucha batir, incluso desde lejos, por todos los caminos que llevan a pie al Museo Nacional de Antropología, retumbando fuerte.

Igual que cualquier otro sábado, es imposible desatenderlo: en él resuenan los vestigios de civilizaciones antiguas, a unos pasos de la escalinata del recinto; el pulso que anuncia que todavía siguen vivas.

Ésta es la convicción espiritual de los siete danzantes que cada semana se dan cita ahí, provenientes de distintos calpullis, o “casas grandes”, donde se agrupan en su afán de preservar las tradiciones.

A pesar de que el semáforo epidemiológico de la Ciudad de México está en rojo –o naranja, según discrepan las autoridades locales–, el recinto se mira al mediodía tan bullicioso como siempre, especialmente colmado por turistas extranjeros que, magnetizados por el sonido de la percusión prehispánica, acuden a presenciar la danza.

Este 13 de agosto, cuando se cumplen 500 años de la caída de Tenochtitlan, los danzantes, herederos por elección del imperio mexica, consideran más pertinente que nunca seguir con sus ritos ancestrales.

“Nosotros aquí, en el Museo de Antropología, venimos, ofrendamos un poco de danza, e igual hacemos un poco de sahumación, de medicina tradicional, como le llamamos, porque es de los abuelos, de los ancestros; un poco de copal, una ‘limpia’, se puede decir”, relata Jazmín.

Y añade: “En el camino, yo tengo 12 años de danza, y sin embargo voy aprendiendo, voy aprendiendo, y a lo mejor no lo sé al 100 por ciento, pero sí te puedo decir que mi corazón siempre lo hace con mucho amor, con mucho cariño, y le quiero enseñar eso a mi hija, a mis generaciones que vienen”.

La ofrenda de todos los sábados es para tletl, el fuego, y comienza con un saludo de todos los danzantes a los cuatro rumbos, equivalentes a los puntos cardinales, nombrados como deidades: Quetzalcóatl, Xipe Totec, Tezcatlipoca y Huitzilopochtli.

El espacio frente al museo le ha sido asignado al calpulli Ollin Ocelotl, Movimiento Jaguar, que lo comparte con miembros que vienen de otros lados, en un tequio, o cooperación estrecha.

El maestro de este grupo, el Temachtiani, es el encargado de encender el fuego, que arde en un recipiente y que él pasa a su mano, sin temor alguno a quemarse, y ofrece hacia el cielo.

En el círculo sagrado que trazan en torno, podría decirse que los siete danzantes mantienen viva la llama de las tradiciones.

“Se inició con los concheros, que guardaban su conocimiento en una concha de armadillo”, relata Jazmín.

“Antes no dejaban tocar un huéhuetl, era ‘malo’ y no se podía, entonces a una concha de armadillo empezaban a hacer ese tipo de sonido, y luego ya empezaban a hacer más ruido con el huéhuetl”.

Para Jazmín, la conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlan se trata precisamente de eso: de mantener vivo un legado de resistencia al olvido.

“Recordar. Recordar que hubo un tiempo que fuimos humillados, y aún después de 500 años seguimos siendo. Recordar que no tenemos por qué dejarnos pisotear por mucha gente que…, bueno, no quiero indagar, ni entrar en ninguna disyuntiva, pero sí hay gente que todavía nos pisa, que todavía cree que es más que nosotras, que cree que esto no es nada, que cree que somos brujos, que somos mariguanos”, critica.

“Yo creo que en 1521, cuando se hizo eso, también estaban rescatando una cultura, y llegaron los españoles a destruir todo, porque ellos tenían el poder. Entonces, estas fechas nos enseñan que tenemos que recordar y seguir rescatando cada una de nuestras tradiciones. ¿Por qué? Para tener un mundo mejor para nuestras familias, un mundo mejor para mi nieta, que ella pueda ser libre de pensamiento, libre de lo que quiere hacer y que no se deje pisotear”.

Los danzantes únicamente se guían por el batir de su propio huéhuetl y no dejan que conmemoraciones políticas les dicten el rumbo.

Apenas el pasado 26 de julio, celebraron el 696 aniversario de la fundación de Tenochtitlan y no los 700 años que el gobierno federal y local se empeñan en introducir en las conmemoraciones oficiales con poco sustento documental.

Como es su costumbre, ellos conmemorarán la caída de Tenochtitlan con una velación desde un día antes, para llamar a las ánimas, y luego se hará una marcha desde el Monumento a la Revolución hasta el Zócalo, donde ofrecerán una danza.

“Que realmente ayuden, que realmente hagan algo por nuestro México, no nada más traer cámaras”, es el deseo de Jazmín para los gobernantes.

Reforma quiso también dialogar con los danzantes que se ubican afuera del Templo de Mayor, pero para acceder a ellos solicitaron una “colaboración” de 2 mil 500 pesos, que fue declinada. En el Museo de Antropología, sin embargo, los danzantes comparten su saber con cualquiera que ofrezca una verdadera cooperación voluntaria, como ocurre con las sahumaciones o “limpias”, que se realizan con copal y un bálsamo de hierbas.

Ataviados con los ropajes y plumas que a cada uno le dictó el tonalámatl, un calendario mexica de signos, los siete danzantes continúan con su incesante labor de mantener encendido el fuego.

“La danza no es, ciertamente, un trabajo, sino algo espiritual en la formación que hicimos al conocerla”, concluye Jazmín.

Con las llamas al rojo vivo al centro del círculo, el huéhuetl dicta el ritmo del corazón compartido por todos y que no cesa de latir a 500 años de la caída de Tenochtitlan, en la urbe que hoy persiste sobre sus piedras antiguas.

Texto: Francisco Morales / Agencia Reforma