20 octubre,2022 5:04 am

Los cementerios de Acapulco  

Anituy Rebolledo Ayerdi

 

San Francisco

El cementerio de San Francisco fue obra de la orden religiosa del mismo nombre, asentada en el puerto a partir de 1602. Los franciscanos construirán cuatro años más tarde su propio convento, localizado en un promontorio conocido como El Teconchi (hoy ex Palacio Municipal del Centro). Contaba con claustro y capilla dedicada a la advocación de la virgen de La Guía, patrona de Manila, Filipinas. Un pozo perforado en su jardín interior abastecía de agua incluso a los galeones de Manila. El barón Alejandro von Humboldt simplificaba con dos palabras el cargamento de estos navíos: “plata y frailes”.

En el convento acapulqueño se preparaba a los jóvenes misioneros novohispanos destinados a propagar la fe en las nuevas tierras conquistadas. Dos mártires entre ellos: el capitalino San Felipe de Jesús y el acapulqueño Bartolomé Díaz Laurel, crucificados ambos en tierras niponas. Recién ordenado, Felipillo regresaba al puerto para celebrar aquí su primera misa. A Díaz Laurel, por su parte, se le venera hoy mismo en una capilla dedicada al beato en el barrio de Petaquillas, siempre en espera de su santificación por El Vaticano.

La Ley Juárez

Buena parte de la población de la Colonia tenía la convicción de que un sepulcro en el interior de un templo aseguraba la vida eterna estando a un brinquito del cielo. La muestra la ponían los altos dignatarios de la iglesia, empezando por el Papa. Tal convicción abrirá un jugoso negocio clerical mediante la venta de espacios sepulcrales en los templos, de lujo en los altares mayores. Para quienes no podían pagar los altos costos se les ofrecerán espacios en los atrios pueblerinos.

El presidente Juárez llegará para terminar con tan jugoso negocio. Lo hace secularizando los cementerios el 31 de julio de 1859. Una ley que arrebataba al clero toda injerencia sobre tales establecimientos, entregándolos al Estado.

Un recuerdo infantil

A propósito de lo anterior, el columnista no resiste hacer público un recuerdo de la infancia cuando jugaba entre cuatro tumbas localizadas en el atrio del templo de San Jerónimo de Juárez, cercano a la escuela Revolución del Sur. Mismo recuerdo ligado a otro, este dramático. Cuando su padre, Federico Rebolledo Romero, siendo alcalde sustituto de aquel municipio, ordene por obvias razones la demolición de aquellos mausoleos, previo el traslado de sus contenidos al panteón municipal. Se trataba de miembros de la heroica familia Galeana, de Tecpan, inhumados en su hacienda llamada El Zanjón, que dará pie mucho más tarde a la creación de San Jerónimo. Las amenazas de muerte fueron proferidas por un sujeto de apellido Galeana y sólo quedaron felizmente en eso, amenazas.

San Estebana

La superficie destinada al panteón de San Francisco había pertenecido a Gonzalo Mesía de la Cerda y Valdivia, “Marqués de Acapulco”, cuyo título había sido expedido por el rey Felipe V. El noble español abandona precipitadamente la ciudad dejando ese y otros bienes en calidad de mostrencos . La causa, se rumoró, fue una sífilis galopante ganada por su afición a las chinitas. Una superficie tan amplia que dará espacio para otro osario llamado San Esteban, destinado a la población laborante, marinos, soldados y etnias, dividido del San Francisco por una barda de adobe. Área esta en la que jamás se levantó un mínimo monumento…

La primera cruz se planta en el San Francisco cuando han transcurrido apenas seis meses de la Ley Juárez. Correspondió a la niña Paulo (sic) Roberta Quiroz Abarca, de siete meses de edad, inhumada el 1 de febrero de 1860, cuyos acongojados padres, Jacinto Quiroz y Susana Abarca, deberán volver nueve meses más tarde. Esta vez para sepultar a su otra hija, Natalhe Crispina , de “3 años, 10 meses y 19 días”. La pareja no escatimará recursos para dar un bello sepulcro a sus dos angelitos. Las lápidas serán confeccionadas con mármol de Carrara por la famosa casa italiana de Carlos Bonfigli. Y ahí están.

Cleotilde

Por lo que hace a la primera inhumación adulta en el osario acapulqueño, esta se hará el 9 de abril del mismo año de 1860 y corresponderá a la señora Gertrudis Lerma, originaria de Rosario, Sinaloa, víctima aquí de la malaria. Le seguirá la señorita Cleotilde Armijo, originaria de Petatlán, en la Costa Grande, el mismo día de su boda.

“Cleo caminaba lentamente rumbo al altar mayor de la parroquia de La Soledad. ‘¡Que chula niña y que vestido tan elegante’!, cuchicheaban las beatas. El novio Julián Quiroz, capitán del ejército, luciendo una gala impresionante, esperaba nervioso junto al sacerdote. La novia sigue avanzando lentamente con paso de soberana y a punto de alcanzar el altar mayor lanza una fuerte exhalación derrumbándose como tocada por un rayo, Fue la cólera, diagnosticó enseguida la voz popular. Fue el capitán Quiroz el autor del certero epitafio:

 Llegaba al altar, feliz esposa.

Ahí la hirió la muerte,

aquí reposa.

Siglo XIX

Otros residentes del camposanto acapulqueño durante el siglo XIX: El californiano Emilio M. Link, fundador en 1858 de la Botica Acapulco (cerrada después de más de un siglo de servicio en Jesús Carranza); don Domingo Balboa Berreatúa, autor en 1850 del pozo de agua alrededor del cual se funda el popular Barrio de La Poza. Cecilia Funes Mazzini (1887), Josefita Navarrete (1898); Cecilia Villalobos (1895); Macario Galeana (1846); Felipe Reséndiz (1846); Flora Ríos (1898); Ignacia Villamar Posada (1897); Jesús Véjar (1897), constructor del primer kiosco del Zócalo.

Doña Benita Nambo Guzmán (1892), casada con el desterrado príncipe heredero del reino de Portugal, Juan Henríquez de Borbón. Para eludir la persecución de sus propios parientes golpistas, Don Juan utilizará únicamente la “H” de su apellido Henríquez, acompañada con la palabra “Luz” (tomada de su logia masónica Los Caballeros de la Luz, a la que pertenecía). Inaugura así la amplia y noble descendencia que lleva hoy el apellido H. Luz. A él se le acredita la apertura con sus propios medios del Barrio Nuevo, hoy IMSS.

El cónsul estadunidense John Sutter fue exhumado del San Francisco en 1962. Sus despojos fueron trasladados a la ciudad de Sacramento, California, que los reclamaba como su fundador un siglo antes. Alcalde de Acapulco, el doctor Ricardo Morlett Sutter, su descendiente, encabezó la solemne expedición a bordo de fragata de la Marina estadunidense. Su descendencia: Carlos Alfredo y Arturo. El doctor Roberto S. Posada falleció el 11 de octubre de 1897 y Acapulco dolido lo lloró reconociendo su entrega al servicio de los más necesitados. Su nombre lo lleva la calle donde tenía su consultorio.

Teatro Flores

El incendio del Teatro Flores la noche de su inauguración (14 de febrero de 1909) es sin duda la tragedia más dolorosa en la historia de Acapulco. Construido de madera en la calle Independencia, la sala exhibía una serie de cortos cinematográficos. La canasta que recibía la película se incendia por combustión espontánea y convierte el teatro en una hornaza. La caseta de proyección cae sobre la única entrada-salida, cerrando cualquier posibilidad de salvación. Se calcula el número de asistentes en 300 hombres mujeres y niños del puerto y venidos de ambas costas. El gobernador del estado y el alcalde acapulqueño abandonaron el teatro poco antes de la conflagración.

El sepelio de las víctimas fue una jornada colectiva de pena y dolor para los porteños. Como siempre, ante la desgracia estuvieron ahí solidarios los disminuidos 4 mil habitantes de Acapulco. Marcharán una y otra vez formando aquellos dramáticos cortejos, silenciosos la mayoría, musicales algunos. Cada peregrinación al camposanto fue precedida por una carreta jalada por bueyes y cuatro carretones por mulas, recolectores cotidianos de basura.

La Güera Leandra, una mujer muy popular por irreverente, se convertirá ese día en símbolo solidario y muy querido de Acapulco. Caminó transida de dolor detrás de cada carreta como si acompañara a sus propios hijos. Antes, durante el fuego había logrado poner a salvo a varias personas. Aquellos pequeños cuerpos carbonizados, humeantes todavía, serán arrojados sin ningún protocolo a un zanjón abierto debajo de un árbol llamado trueno. Un cura musitará una y otra vez aquello de “polvo eres y en polvo te convertirás”. Las autoridades municipales dedicarán más tarde un monumento como “Homenaje a las víctimas del 14 de febrero de 1909 en el Teatro Flores de Acapulco”.

Los Uruñuela

El monumento más grande y lujoso del San Francisco fue la capilla de la familia Uruñuela (aún enhiesta), ricos comerciantes de origen hispano. En ella descansarán a partir de 1903 don Constantino Uruñuela, doña Luz Elliot de Uruñuela, doña Agustina Elliot y don Nicolás B. Uruñuela. Este último será presidente municipal de Acapulco en 1910 y más tarde diputado local.

Juan R. Escudero

El 21 de diciembre de 1927 es otra fecha aciaga para Acapulco. El asesinato del presidente municipal Juan R. Escudero junto con sus hermanos Francisco y Felipe, conturba al puerto y al país entero. Nuestro máximo héroe civil será trasladado en los años 80 a la Rotonda de las Personas Ilustres, en Tlacopanocha.

Más acapulqueños

Pablo G. Bermúdez (1901), Aarón Simón Fúnes (1901), Bolo Von Glumer, padre de la notable educadora acapulqueña Bertha del mismo apellido (1902); Carlos Adame, padre del homónimo primer Cronista de Acapulco (1909); Guadalupe Sutter (1916), Antonio Pintos Sierra, alcalde de Acapulco en dos ocasiones (1919); Rodolfo Neri, gobernador de Guerrero (1921); Coronel Valeriano Vidales, autor con su hermano Amadeo del Plan de El Veladero (1922); Miguel Sabah (1943), Aristeo Lobato (1942), Ramona viuda de Pegueros (1935), Amador Estrada (1942); Carmen Álvarez (1932), Benicha Tellechea ( 1937), Andrés García ( 1942). El maestro Felipe Valle, notable educador, gobernador de Colima y alcalde de Acapulco (1928); Reginaldo Sutter (1941), Isauro Polanco, destacado violinista y director de orquesta (1945); Doña Vicenta Paco de Diego, tronco de una gran familia acapulqueña (1943); Ludwig, Hermilio y Lourdes Walton, bisabuelo, abuelo y hermana de licenciado Luis Walton Aburto; Emilio Casis (1924) Ramiro de la O Téllez (1946).

María de la O

Fue la de doña María de la O la última inhumación en el panteón de San Francisco. No obstante tener el osario casi una década fuera de servicio, se cumplirá el deseo de la precursora del movimiento feminista de descansar junto a su esposo Antonio Rodríguez Castañón. Veinte años más tarde la separarán de él para llevarla a la Rotonda de las Personas Ilustres, en Tlacopanocha.

Las Cruces

Cuando el alcalde José Ventura Neri ponga en servicio el cementerio de Las Cruces, en 1947, enfrentará el rechazo de los acapulqueños por ubicarlo en “el quinto infierno”. El de San Francisco alargará entonces su existente hasta la sobresaturación. El primer habitante de Las Cruces será también un menor, como lo fue un siglo antes el de la avenida Pie de la Cuesta. El niño Antonio Canales Ramos, de seis meses, hijito del doctor Arturo Canales y esposa.

El Palmar

Localizado a la altura del poblado Kilometro 21, el panteón municipal de El Palmar entró en servicio al cierre del de Las Cruces y es el que ha recibido al mayor número de las 600 defunciones provocadas en Acapulco por la pandemia.

La Garita

El panteón de La Garita es un cementerio municipalizado en 20021 y que atendió eficazmente la pandemia.

Panteones ejidales

Ciento diez suman los panteones ejidales en el municipio de Acapulco , atendidos por los comisarios respectivos.