29 julio,2022 5:28 am

Los “húngaros” en Guerrero

La política es así

Ángel Aguirre Rivero

 

Llegaban como llega el día en las madrugadas: un puñao de trigo, un arrullo suave, decía en una de sus más hermosas canciones Jorge Cafrune, aquel que le cantaba al viento, aquel que se atrevió a cantar la “Zamba de mi esperanza” en la dictadura militar de Jorge Rafael Videla en Argentina y que posteriormente fuera asesinado cuando tenía tan solo 40 años.

¿Quién no se acuerda de los “húngaros”, a los que se les identificaba con los gitanos (aunque hay textos que desmienten esa versión) que llegaban a los rincones más apartados de nuestro querido estado de Guerrero?

¿Quién no recuerda a esas mujeres altas, con rasgos europeos, con sus vestimentas coloridas, collares, faldas largas y pañoletas a la cabeza, con rostros bronceados por el sol, que revelaban su carácter errante?

Algunas de ellas se presentaban como lectoras de cartas, adivinadoras del futuro y consejeras en temas de amor, ante quienes acudían corazones agobiados.

Las madres lugareñas se inquietaban porque decían que los “húngaros” se robaban a los niños y había que ponerlos a buen resguardo; otros decían injustamente que eran aves de mal agüero, que presagiaban algún mal o alguna desgracia.

¿Pero de dónde llegaron los “húngaros”, que hoy tristemente han venido desapareciendo?

De acuerdo con la investigadora Neyra Patricia Alvardo (Húngaros que no llegaron de Hungría: “Gitanos” de México, Crónica, 25 de julio de 2020), se trata de la población Rom, Ludar y Cale. Se presume que su llegada se dio desde la conquista y la colonia española. El término “húngaros” supone una supuesta procedencia de Hungría, pero no es así, llegan fundamentalmente desde España, Austria, Turquía y Rumania. Sus principales oficios eran la reparación de cazos de cobre, artistas de circo y domadores de fieras.

Fueron también los iniciadores del cine ambulante de 16 mm, la reparación de maquinaria y la compra-venta de camiones y autos.

Quienes ya somos adultos entrados en años, la mayoría guardamos un recuerdo de ellos por haberlos visto alguna vez, aunque sea de pasada, porque a decir verdad, su imagen es imborrable por tratarse de personajes fuera de nuestra cotidianeidad.

Cuando los “húngaros” salían a promover sus funciones de cine en sus carros destartalados y con un acento muy especial en la forma de expresarse, propio del caló y ludar: –amigas y amigos, hoy presentan la película Un tipo a todo dar, con la actuación estelar de Javier Sóliso, (en lugar de decir Solís).

¿Quién no recuerda llevar nuestra sillita para deleitarnos del cine de los “húngaros”? Fue de ahí precisamente de donde me surgió la idea de implementar el “cine sillita” durante mi gobierno.

Muchos decían que cuando llegaban los “húngaros”, había que amarrar los puercos, los perros y las gallinas, porque se los podían robar, pues narraban que las gitanas eran capaces de hipnotizar para llevarse electrodomésticos de sus casas… ¡hágame usted el favor! Con el paso del tiempo nos dimos cuenta de que se trataba tan solo de mitos y fantasías.

¡Cómo extraño a los “húngaros” y a las bellas “húngaras”!

 

Del anecdotario

 

En mi última visita a Ometepec me contaron la historia de Juan Miguel (qepd), un viejo amigo transportista que se enamoró de una dama creyendo que era mozuela.

Juan Miguel contaba con un patrimonio considerable, pero poco a poco se lo fue acabando, pues a la dama le gustaban los gustos muy refinados.

Como todo en la vida, llegó el momento en que el romance se terminó, pues el capital también se le había terminado.

Entonces la señora acudió al Ministerio Público para solicitar una orden de alejamiento de su domicilio, pues Juan Miguel no podía vivir sin ella.

Ambos fueron citados y fue la dama quien primeramente hizo uso de la voz:

–Señor juez –expresó–, le solicito que este individuo nunca más se vuelva a acercar a mi casa, lo detesto y no quiero tener ninguna relación con esta persona.

Entonces Juan Miguel también pidió el uso de la palabra.

–Adelante señor…

–Mire señor, yo le quiero decir que esta señora que hoy me dice “endeviduo”, y que cuando yo tenia dinero, no me decía “endeviduo”, que no sé ni lo que quiere decir, pero yo sé que me está ofendiendo. Cuando yo tenía dinero señor juez, me decía “papacito”.

Y ahí concluyó la audiencia.

La vida es así…