19 marzo,2022 5:13 am

Marzo 2022: vivir sin muchacha y sin ayuda

Amerizaje

Ana Cecilia Terrazas

Para Inés

Esta columna ha abordado en ocasiones diversas la importancia del lenguaje inclusivo con perspectiva de género; la relevancia de nombrar de maneras distintas, más acordes con las batallas justas de esta posmodernidad.

Se cree que no bastan las palabras para relatar de otra forma las realidades y la vida; pero también se puede demostrar, como lo han señalado filósofos críticos como Jacques Derrida, que al final de cuentas todo es texto y quizá, en última instancia, todo es lenguaje.

Además, hemos citado en otras ocasiones a la académica ecuatoriana, feminista y literata, Cristina Burneo Salazar, respecto de cómo vienen las revoluciones y las posibilidades insertas en el lenguaje*:

“Mientras la corrección política tiende a reducirse a lo retórico, el lenguaje inclusivo se construye con la puesta en valor de la diferencia y la interpelación a la lengua. Se trata de un trabajo de creatividad, por tanto, la norma no es su horizonte último. Cuando los académicos dicen que el uso del lenguaje inclusivo va contra la norma, sólo están haciendo una constatación. Para que dicha constatación se vuelva productiva necesitamos ampliar el perímetro de la discusión. Quizás el lenguaje inclusivo se pueda ver como un conjunto de estrategias temporales y experimentales dentro de la lengua para provocar transformaciones en sus categorías, organización gramatical, sufijos. Es decir, el lenguaje de la diferencia sexual como un vehículo de transformación de un sistema y no como un conjunto inorgánico de recomendaciones…”.

Por eso es fundamental que a las trabajadoras del hogar nunca jamás se les vuelva a nombrar o a referir como sirvientas o muchachas ni se diga que ayudan en la casa. El primer concepto pareciera más obvio que el segundo, pero vamos a ver:

Una muchacha es alguien quien, conceptualmente, es joven, posiblemente hasta menor de edad, va atravesando por la vida con la ligereza de la juventud y está desprovista del peso o la carga de una responsabilidad específica y, más aún, no es sujeta necesariamente a una corresponsabilidad por parte de otra persona; en cambio, una trabajadora legalmente es mayor de edad y debe de percibir una remuneración real, constante y sonante por su trabajo, que debiera estar regido con todas las de la ley.

A una trabajadora del hogar se le puede reconocer como tal; como a cualquier persona que trabaje, se le asignan tareas, tiene derechos y obligaciones; tiene un trabajo finito, con horarios convenidos, con prestaciones de ley, con vacaciones, aguinaldos, días feriados, seguro social.

ONU Mujeres ha insistido en las erres de la cultura de cuidados hacia la que tendríamos que llegar como sociedad global, y éstas aplican también a la trabajadora del hogar: reconocer (el trabajo), reducir (la desigualdad), redistribuir (las tareas), representar (legal, jurídica y éticamente a quienes se dedican a este trabajo) y por supuesto remunerar (con justicia e igualdad).

Si a la persona que hace el quehacer de la casa –lavar ropa, comidas, limpieza, arreglo-lavar ropa, comidas, limpieza, arreglo– se le reconoce no como muchacha, sino como una trabajadora a quien debe remunerársele ese montón de trabajo el cual, además, es frustrantemente inacabable y generalmente desagradable, se inserta de inmediato, por lo menos en el imaginario y en el texto de la historia que se está contando, una corresponsabilidad nada menor, contribuyente en la construcción de una igualdad deseable.

Por otra parte, todo ese trabajo de casa –sacudir, barrer, lavar platos, tender camas, lavar ropa, ordenar, rearreglar, hacer de comer, regar (y repítase el andar estilo Sísifo)– no es ayuda, no es una colaboración esporádica y voluntaria, no se da por solidaridad o convicción. Aquí no hay esclavismo ni existen esclavas ni se trata de acuerdos de buena voluntad. El trabajo de una trabajadora del hogar es eso: trabajo, no ayuda ni auxilio.

Si queremos superar la cultura patriarcal y el machismo en concreto, que deja de saldo 10.3 mujeres muertas –asesinadas– al día en nuestro país, honestamente debemos darle oportunidad a nuestra habla, a nuestro lenguaje de hacer caber la igualdad conceptual, real. Cero muchachas, cero ayuda. Lo que sí existen son trabajadoras que trabajan con todo esfuerzo, dignidad y a mucha honra. La invitación es para hacer valer esta lucha feminista desde la esfera de nuestras conversaciones.

PD: Recomendamos una muy valiosa guía para compartir, de título Guía básica del buen aliado #demachosaHOMBRES elaborada por el Instituto para el Desarrollo de Masculinidades Antihegemónicas **.

 

* https://letraslibres.com/author/cristina-burneo-salazar/

** https://demachosahombres.com/buenaliado#_=

 

@anterrazas