25 agosto,2022 5:12 am

Masacre en La Coprera. 20 de agosto de 1967

Anituy Rebolledo Ayerdi

(Primera de dos partes)

 

Hoy lloramos a un amigo-hermano, Manuel Galeana Domínguez. Reportero tenaz, columnista ameno y editorialista profundo. Leyenda en el periodismo acapulqueño. La paz para él, consuelo para los suyos.

Un abrazo solidario para el maestro Rafael Trejo Eroza, quien hoy sufre la dolorosa pérdida de un hijo, QEPD.

Lamentamos mucho la muerte alevosa del periodista Fredid Román Román y sólo pedimos lo único posible: que descanse en paz y resignación para los suyos.

 

La ruptura

La ruptura en el seno de la organización que agrupa a los copreros de ambas costas, se da por la falta de transparencia en el manejo de 40 millones de pesos erogados presumiblemente en la campaña contra la fungosis. Plaga que amenaza peligrosamente la riqueza forestal de Guerrero. La cifra millonaria provenía de un impuesto especial de 13 centavos por kilogramo de copra, aplicado a una producción anual de 70 mil toneladas.

Tampoco estaba claro el destino de 3 millones de pesos sobrantes de la liquidación de la Unión Mercantil de Productores de Coco, a cargo del profesor Florencio Encarnación Urzúa. “El gobernador se los chingó”, señalaban los disidentes.

Las manos metidas de dos presidenciables secretarios de Estado darán al asunto una perspectiva inquietante y sospechosa. Uno, el profesor Juan Gil Preciado, secretario de Agricultura y Ganadería, quien tenía aquí como adelantado al diputado veracruzano César del Ángel. El otro era Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación, cuyo cuñado, el diputado Rubén Zuno Arce, figuraba como asesor principal de la Unión Regional de Productores de Copra (URPC) de Guerrero.

La rebelión

Jesús Flores Guerrero, sanmarqueño, es electo presidente de la URPC durante el octavo Congreso Agrario celebrado en este puerto. Derrota a Eligio Serna Maciel, Lucio Ríos y Julio Berdeja Guzmán. Coyuqueño este último, denuncia irregularidades en el proceso y señala directamente al diputado Zuno Arce de haber aprovechado su calidad de “árbitro” para amañarlo. La Secretaría de Agricultura y Ganadería encontrará efectivamente alterados los comicios, negando por ello el registro de la organización campesina.

Asesorado por César del Ángel, Julio Berdeja Guzmán se proclama presidente de la URPC, “dispuesto a acaudillar una verdadera rebelión agraria en ambas costas”. Denuncia como fraude descomunal la campaña contra la fungosis y revela que las palmeras nunca fueron rociadas con fungicidas, como se hacía creer, sino simplemente con agua con cal. Exige cuentas claras en el manejo del impuesto de 13 centavos por kilogramo de copra y la derogación de la alcabala. Finalmente, anuncia la celebración de la primera asamblea de la URPC en su sede acapulqueña, el 20 de agosto a las 10 de la mañana. Corre 1967, declarado por la ONU Año del Turista.

¿Una matanza anunciada?

La reacción de la URPC encabezada por Flores Guerrero, sin reconocimiento por parte de la SAG, resulta tan sobria como eructo en el comedor. No cuestiona la legitimidad de la convocatoria y menos califica de absurda su agenda. Tampoco llama a los disidentes a la unidad y al diálogo conciliador, según costumbre priista. Por el contrario, anuncia kafkianamente un guateque costeño para celebrar “un año más de vida” de la organización campesina. Tendrá lugar el 20 de agosto en su sede acapulqueña, Ejido y Calle 9, a las 10 de la mañana. Habrá música, barbacoa, relleno, chelas y mezcal como para “ogarse”.

Flores Guerrero y los suyos están conscientes de que el grupo disidente lo componen socios de la URPC con todos sus derechos vigentes y que por tanto tienen derecho a ocupar la sede del organismo para sus asambleas, como la anunciada para el 20 de agosto. Es para impedirlo que han inventado la celebración del aniversario de la organización el mismo 20 de agosto, a sabiendas de que la celebración oficial es el 6 del mismo mes. La trampa estaba tendida. Nadie lo advierte.

Genaro Vázquez

Genaro Vázquez Rojas sí lo hace desde la cárcel de Iguala, donde se encuentra prisionero. Envía un correo, vía Antonio Sotelo Pérez, advirtiendo a los copreros una celada del gobernador Abarca Alarcón. Al líder cívico le preocupa la seducción ejercida sobre los campesinos costeños por César del Ángel, a quien conoce como traidor y manipulador perverso. Aconseja por ello a los guerrerenses a desconfiar del diputado veracruzano y no acompañarlo en sus aventuras suicidas. Nadie escuchará, lamentablemente, al inminente jefe guerrillero.

Quienes por el contrario confiaban en que “todo estaba bajo control” por parte del gobierno del estado, no dudaban en una pronta solución salomónica del conflicto. Y es que, ingenuos, desconocían la tozudez etílica del mandatario Abarca Alarcón, quien, por cierto, nunca aspiró a gobernar Guerrero sino simplemente jefaturar la delegación del IMSS. Dotado de una visión política tan pobre como la de comisario de Salsipuedes, Abarca pronto entregará los bártulos del gobierno a una camarilla truhanesca capitaneada por su cuñado Bulmaro Tapia Terán. A nadie sorprenderá, entonces, la insensibilidad de Abarca ante los problemas sociales y su notoria proclividad hacia la violencia institucional.

El día

Llega la fecha y con el propósito de cubrir el evento nos reunimos en la Redacción de Trópico tres reporteros de ese diario, además de corresponsales de medios nacionales, Enrique Díaz Clavel , Andrés Bustos Fuentes y este escribano. Un telefonema del licenciado Israel Hernández Ramos nos informa sobre un tiroteo en La Coprera y nos advierte el peligro de asistir al evento.

Cuando llegamos a La Coprera, lo primero que nos impacta ver es a buena parte de la avenida Ejido cubierta por cuerpos inertes. Será Bustos quien nos ponga temerariamente en marcha enarbolando su credencial de la agencia Gala de Noticias para la que sirve.Enrique y yo detrás de él. “¡France Presse… ¡France Presse!”, vocea una y otra vez. Rostros patibularios con miradas extraviadas no entendían ni pretendían entender aquella jerigonza y quizás por eso la respetaban. Bueno para nosotros. Todos portando rifles de largo alcance y haciendo recuento del parque contenido en las bolsas del pantalón. Convertida en conjuro, la proclama de France Presse de Andrés nos permitió finalmente llegar al edificio de La Coprera.

La anchurosa avenida Ejido fue aquél mediodía de agosto reverberante campo de exterminio. La cubría una dantesca alfombra de cuerpos humanos, hombres y mujeres, campesinos todos, a partir de la calle 9 y hasta la empinada conexión con la avenida Pie de la Cuesta. Muertos y sobrevivientes. Tendidos e inertes estos últimos soportando estoicamente el quemante sol, lo mismo que el desagradable chuquío de la sangre de los cadáveres vecinos. Todo antes de mostrarse presas fáciles de los halcones disparando desde lo alto de La Coprera.

El alma volverá al cuerpo de los postrados cuando escuchen el rítmico chocar de los estoperoles militares sobre el pavimento. Para las aterradas víctimas será como escuchar música celestial y para los ilesos la oportunidad de tomar las de Villadiego. Junto con los soldados entran las ambulancias de la Cruz Roja, baleada una de ellas cuando intentaba muy temprano socorrer a una dama herida, para levantar a los lesionados tendidos a lo largo de la avenida Ejido. También se harán presentes los servicios funerarios.

El paleterito

El cuerpo sin vida de un niño vendedor de paletas yacía frente a la puerta principal de La Coprera. Se había instalado en ese lugar sabedor de que aquella mañana coincidiría un “gentillal” acalorado. A lo mejor tendría que ir por otro carrito, calculaba. El chamaco de 12 años y su pregón de “paletas heladas” estará hora y media más tarde en la línea de fuego de una guerra estúpida. Las cargas que lo acribillen serán las mismas que asesinen a tres mujeres coyuqueñas, una de ellas hermana del oposicionista líder coprero Julio Berdeja Guzmán quien, allí mismo, recibirá las balas que lo dejarán inválido.

Testimonios

La madrecita

“Yo caí muy cerca de La Coprera, sobre la calle Ejido. ¡Ya me cargó la chingada!, me dije buscándome ansiosamente la herida. Lo primero que pensé fue en mi vieja. Luego me acordé de lo que me platicó un amigo baleado. Él aseguraba que cuando entra una bala en el cuerpo no se siente dolor sino nomás calientito y tantito ardor. Yo no sentía ni una ni otra cosa. También me dijo que nomás el puro zumbido de una bala de 9 milímetros es capaz de tumbarte. A lo mejor eso fue lo que me pasó. Ya estará de Dios, me dije para luego fingirme muerto.

No por mucho tiempo. Abrí los ojos al oír susurros cercanos. Era una señora ya grande, del rumbo, tratando de secar con el rebozo sus propios orines. Para entonces la balacera cerrada ya había pasado y sólo se escuchaban balazos aislados. No te muevas, madrecita, porque te van a ver, le dije. Tate quietecita y en silencio, o no lo vas a contar, madrecita, le repetí y parece que me hizo caso. Al poco rato se escucha una sirena como la de la Cruz Roja, venía por el lado de la avenida Constituyentes. La sirena se apaga, abro los ojos y que veo, a mi madrecita pararse para alcanzar la ambulancia. ¡Madrecita!, le grito poniendo en riesgo mi propia vida. Ya no me escuchó. Dio unos cuantos pasos cortitos cuando, ¡pum!, un balazo la derriba… ¡Pobre madrecita!

El abuelo

¡Carajo!, ¿por qué no me hizo caso el abuelo?. Yo dícele y dícele; abuelo no te muevas ni levantes la cabeza porque desde La Coprera te la van a volar. Esos hijos de la chingada le están tirando a todo lo que se mueve. Y otra vez, mejor come tierra, abuelo, la tierra no mata, las balas sí. Mi abuelo y yo estábamos separados cosa de metro y medio, cuando mucho, él adelantito de mí. Los chingadazos nos agarraron en un lote baldío frente a La Copera. A los primeros tronidos corrimos como alma que lleva el Diablo hasta aquí. ¡Y vaya que el abuelo resultó ligerito pese a sus reumas!

Muchos éramos los tendidos en la avenida Ejido, unos muertos y otros pareciéndolo para no ser cazados desde la azotea de La Coprera. El sol estaba cabrón y el abuelo se puso inquieto y seguramente alzó la cabeza para decirme algo. Un solo tronido a lo lejos y la cabeza del abuelo se asienta bruscamente al penetrarle una bala de rifle de alto poder, destrozada. ¡Asesinos hijos de la chingada! ¿Y ahora qué cuentas le voy a dar a la abuela que me lo encargó tanto, particularmente para que no anduviera de pizpireto? ¿Huerta, cuál huerta?, ¡el abuelo era cuidador!

Cojo maldito

Bien dicen que cuando la perra es brava hasta a los de casa muerde. Eso pasó con un tipo que fue despedazado a balazos por los suyos. Cayó exactamente frente a La Coprera, junto al poste de luz en el que se había parapetado para cazar campesinos. Se trataba de un pistolero “calidad importación”, como luego se decían en el argot de los matones. Lo habían traído de algún pueblo de la Tierra Caliente por su fama de manejar el M-1 como si fuera resortera y dueño de una puntería de guacho.

No conozco su nombre, sólo sé que le decían el Alacrancito, quizás por aquello de picar y correr, aunque no lo creo porque tenía una pata más larga que la otra y además era casi enano. Yo creo que matando gente se vengaba de su estado físico, el muy desalmado. Más tarde supe que al Alacrancito lo trajeron nomás para matar al diputado César del Ángel y que por eso lo dejaron afuera de La Coprera. El veracruzano fue el primero que corrió por la calle 9. Por cierto, cerca del Alacrancito cayó el chamaquito de las paletas ¿No sería él quien lo mató? ¡Cojo maldito e hijo de la chingada!