11 febrero,2023 12:32 pm

“Mejor que se queme” su acervo antes de dejarlo abandonado, dice la artista feminista Mónica Mayer

 

Ciudad de México, 11 de febrero de 2023. Mónica Mayer (México, 1954) preferiría que a su muerte sus hijos quemaran el archivo de Pinto mi Raya, construido con su pareja Víctor Lerma, a dejarlo abandonado y arrumbado.

Es imposible no escandalizarse al escuchar que una hoguera, que la dupla de artistas sugiere que sea encendida en el patio del Museo Nacional de San Carlos, pudiera ser el fin de esa valiosa memoria reunida desde 1991 y material de consulta de instituciones museísticas y académicas.

Pero Mayer es realista respecto a los problemas de los archivos en el país, con frecuencia mal resguardados, expuestos a inundaciones y hongos, y sin fondos suficientes para conservarlos.

“Mejor que se queme a que esté mal cuidado y maltratado”, dice en entrevista, con desparpajo, sin mayores aspavientos.

Un enunciado consecuente con su trabajo con el performance y, por tanto, interesado en lo efímero.

“A lo mejor el archivo también es efímero. Soy atea en cuestión religiosa y también en cuestión del arte, no creo en la permanencia ni en la trascendencia”, responde la artista feminista, satisfecha con el trabajo de .

Aunque comparte que han comenzado a “tantear”, en busca de una institución seria que les asegure un buen tratamiento del archivo y pague por “toda la chamba” hecha hasta ahora.

“Siempre quieren todo de a gratis, mejor me doy el gusto de quemarlo, es más divertido”, enfatiza.

“Nosotros ya cumplimos con la patria y con la matria”, sentencia Mayer, quien se acerca a los 69 años.

Performancera y pionera de los tendederos feministas

Considerada como una pionera del performance en México, dejó de hacerlo hace tres años, salvo en sus conferencias performanceras que inició en los años 80 y son parte medular de su trabajo, labor pedagógica y activismo.

“Pensar en performance es cómo cambian los rituales sociales y se proponen otros”, plantea.

El mejor ejemplo quizá sea El tendedero, una pieza que se presentó por primera vez en el Museo de Arte Moderno en 1978, en la exposición Salón 77-78. Nuevas tendencias.

La artista invitó a 800 mujeres a que en pedazos de papel rosa completaran la frase: “Como mujer lo que más me disgusta de la ciudad es…”; surgió porque le chocaba enfrentar el acoso todos los días.

Mayer ha respaldado los reclamos contra la violencia de género en la UNAM como en las escuelas de arte, las jóvenes feministas la buscan para hacer sus tendederos. Activaciones semejantes han ocurrido en ciudades de México y el extranjero.

“Tener ese diálogo con las feministas más jóvenes, con las académicas, me nutre mucho”.

Hacer un buen libro sobre los tendederos que refleje su “alcance y complejidad” es uno de sus pendientes.

Arte incomprendido

Mayer empezó a militar en el feminismo en 1976, pero de ahí a que el arte feminista tuviera visibilidad es otra historia.

“Hasta hace muy poco, yo decía que los dos ámbitos menos interesados en el arte feminista eran el feminismo y el arte contemporáneo”, enfatiza.

En aquella época comenzaban a abordar el tema de la violación. Mayer hizo una pieza en barro con forma de palangana que llenó de penes y vidrios para hablar de una violación tumultuaria y la llevó al colectivo feminista al que pertenecía, que lo rechazó por considerarla muy violenta, les parecía “penes castrados”.

Aquella obra terminó en el baño, usada como cenicero, pese a las protestas de Sylvia Pandolfi, quien fuera directora del Museo Carrillo Gil, y está perdida.

Justo para contrarrestar esa “invisibilización y autoinvisibilización” del arte de las mujeres, en su pieza Archiva reunió 76 obras maestras de arte feminista en México.

“El arte contemporáneo en su gran mayoría no entendía, siempre nos mencionaban, siempre estábamos incluidas, pero como pie de página, incluso en un libro tan importante como La era de la discrepancia (MUAC-UNAM / Turner) Polvo de gallina no viene, viene mencionado en el artículo de algunas personas pero no fue invitado a participar”, advierte.

Quisiera ver una “gran exposición de Pinto mi Raya”, que a pesar de su importancia sigue en el “limbo de las narrativas del arte contemporáneo mexicano” y también fue excluido de La era de la discrepancia.

Mayer pertenece a la generación de los grupos, posee una rica documentación reunida desde los años 80 por sus conferencias con Polvo de Gallina Negra y Pinto mi Raya, ha recopilado diapositivas y entrevistas de Proceso Pentágono, Tepito Arte Acá, Grupo Suma y Felipe Ehrenberg, entre otros.

La idea es digitalizar esos materiales e intervenirlos desde la memoria y el recuerdo, dice la artista.

La crítica de arte temida y generosa

En la primera exposición que Mónica Mayer armó con sus compañeros en la Academia de San Carlos presentaron un performance con pastel y serpentinas, en franco desafío a la pretensión de sus maestros de que hicieran “cuadros geométricos con masking tape”.

“Raquel (Tibol) llegó y nos puso como chanclas”, recuerda la artista, y más porque estaban junto a los alumnos del escultor Sebastián, esos sí eran “artistas, serios y comprometidos”. La mamá de Mayer agarró un paquete de serpentinas y se lo regaló a Tibol: “Ay, ya no estés tan amargada”, le dijo.

“La impertinencia ya ves de dónde viene”, añade Mayer, divertida.

Mayer reconoce la generosidad de Tibol de ver su trabajo, escribir sobre su exposición en el Museo Carrillo Gil o de otros proyectos feministas e incluso, de visitarla en su taller.

Toda la vida peleaban, si Mayer decía algo, Tibol le rebatía. Opinaba que Mayer hacía “arte vaginal” aunque no hubiera una sola vagina en la pieza. En aquel momento en Estados Unidos se hablaba del arte vaginal de la pionera Judith Chicago.

En un Foro Internacional de Teoría de Arte Contemporáneo (FITAC), en Guadalajara, Mayer era una de las ponentes y ya estaba en la mesa, cuando desde el público Tibol le gritó: “Mónica, no se oye” y la artista contestó: “Raquel todavía no empiezo a hablar”.

Pero también la temida e influyente crítica de arte “aguantaba vara”, asegura.

En el multitudinario performance La fiesta de quince años, en San Carlos en 1984, se invitó a miembros de la comunidad artística a fungir como padrinos, Tibol fue madrina de libro. Si esperaban 300 personas en el patio de San Carlos, llegaron 2 mil a pesar de un torrencial aguacero.

Mientras que en el centro del patio Patricia Torres y Elizabeth Valenzuela hacían un performance íntimo, Espejito-espejito, no se oía ni se veía nada. “Era un caos, un desmadre total y Raquel empezó a bastonearlas y a regañarlas”, narra Mayer.

Con Maris Bustamante, su mancuerna en Polvo de Gallina Negra, llamado como la receta del grupo para el mal de ojo a los violadores, publicó una carta en el periódico diciendo que Tibol se había portado como la “mamá gritona y regañona de la quinceañera”.

Era una época en que no todo mundo tenía teléfono ni había celulares y por donde vivía Maris, no había línea telefónica.

“Entonces ya sabíamos que me iba a hablar a mí y me estuvo entrenando Maris para saber qué responder porque era muy difícil responder a Raquel, y entonces sí me habló a las 8 de la mañana: ‘¡Mónica ustedes no publicaron eso!’. ‘Sí, Raquel, nosotros publicamos eso’. ‘¡Y se van a echar para atrás, ¿verdad?’. ‘No, Raquel. No nos vamos a echar para atrás’. Ya no me dijo nada. Aguantaba vara”, narra.

Cuestiona idea de la vejez

La imagen de Mónica Mayer es de alguien siempre caminando, al menos así la describió la filósofa Eli Bartra, para retratar a una artista feminista curiosa y siempre activa.

Creó en Facebook la serie Soy tan, pero tan vieja que… en la que aborda con ironía una “idea de la vejez construida socialmente, que es bastante gacha”. Se niega a asumirse como las mujeres de la rama materna que con 60 años eran “viejitas de bastón”, y se cuestiona todo cuanto le dijeron acerca de la vejez.

En esa serie que sigue alimentando y ya tiene una versión en Instagram publicó: “Soy tan, pero tan vieja, que… participé en lo que yo misma llamé el boom del arte feminista en México hace cuarenta añotes, cuando surgieron los grupos Polvo de Gallina Negra, Tlacuilas y Retrateras y Bioarte. Sería interesante saber cuántos han surgido desde entonces y cuantos hay activos hoy. Sé que son un titipuchal”.

Esta pieza surgió después de asistir a una plática en Inglaterra del colectivo Grace, Grace and Grace, formado por mujeres que se identifican como mayores y en cuyo manifiesto rechazan un mercado del arte, “que capitaliza el mito de la singularidad” y las narrativas “dominadas por el culto a la juventud y nociones deformadas de la belleza”.

Texto: Érika P. Buzio / Agencia Reforma