21 marzo,2018 8:25 am

Melquiades Herrera era un artista con conciencia de clase: curadora

Texto: Tatiana Maillard/ Foto: Cuartoscuro
Ciudad de México, 21 de marzo de 2018. El Museo Univesitario de Arte Contemporáneo (MUAC) presenta la exposición Melquiades Herrera: Reportaje plástico de un teorema cultural. A partir de material documental, objetos personales y biblioteca del artista, resguardado por el Fondo Melquiades Herrera del Centro de Documentación Arkheia, y curada por Roselin Rodríguez, del Grupo de Estudios Subcríticos Los Yacusis, se presenta esta muestra que reflexiona sobre el trabajo performativo, crítico e irreverente de este artista fallecido en 2003, quien fue pionero del arte acción en México y autor de una obra que juega con la ironía, la máscara y la ruptura de la solemnidad en el museo.
Rodríguez habló con El Sur sobre la importancia de la obra de Herrera, cuya exposición estará abierta al público que visita el Centro Cultural Universitario hasta junio de este año.
–¿Cuál es la relación entre la obra de Melquiades Herrera y las dinámicas de consumo?
–Melquiades era un artista, escritor e intelectual de pensamiento marxista. El suyo es un trabajo artístico que tiene que ver con la noción materialista del marxismo. Herrera defendía que la cultura material y las dinámicas económicas de una sociedad son las que dan sentido al arte. Específicamente, de su arte: el arte acción. Un performance que se basaba en el uso de los objetos y las mercancías. Así problematizaba los hábitos de consumo de la Ciudad de México en la década de los ochenta y noventa.
–¿Y su relación con la ciudad?
–Gente como Maris Bustamante –ex integrante del No Grupo– y otros especialistas coinciden en que la característica de la práctica de Melquiades y su personaje, era la conciencia de clase. Herrera no era un artista de la clase alta que asistiera al Centro Histórico, como un antropólogo, para representar una cultura a través de ellos. Era un hombre que vivía en Ciudad Azteca, llegaba al centro de lo que era el Distrito Federal y regresaba a su casa de madrugada. Caminaba las calles, vivía en ellas. Estos son los objetos de su vida cotidiana.
En los noventa se dio una aproximación a lo popular en el arte mexicano con artistas como Eduardo Baroa, Abraham Cruzvillegas o Melanie Smith. Cuauhtémoc Medina –director del MUAC– en El regreso de los mutantes (1995) dice que si bien estos artistas trabajan con la cultura popular, también hay un distanciamiento, un filtro de lo conceptual. Con Melquiades, ese argumento no aplica, porque en su obra la cultura y el arte popular es una práctica viva. Herrera le daba vida a los objetos en el espacio del arte.
–¿Cómo lo hacía?
–Herrera se infiltra en los campos: en las calles y los museos, con el lenguaje del merolico, el mago, el vendedor de objetos, el caminante que pregona sus ventas. Lo entendemos como un infiltrado cultural y en cierta manera, como un travesti: se disfraza en su vida cotidiana.
Andaba por la ciudad con una maleta Samsonite y una bolsa de mandado. Al llegar a San Carlos, donde daba clase, se detenía, abría la maleta, se ponía unos lentes y un gorro y entonces sí se dirigía al salón de clase. Era una forma de desnaturalizar la figura del maestro y la seriedad de la historia del arte. Su mayor virtud es desestabilizar la seriedad y el academicismo del mundo del arte. Lleva los límites de lo público y lo privado al campo del arte, que a veces se distancia de la vida de la ciudad. Era un provocador a través de los objetos.
–¿Cuál es la diferencia entre lo que hacía Melquiades y, por ejemplo, un comediante?
–Un ejemplo. Andrés Bustamante era su amigo; su personaje del Doctor Chunga también hacía énfasis en los objetos y los inventos. Pero Melquiades hacía la diferencia entre él y el Doctor Chunga: “Él, Andrés, es un actor. Su principal recurso es el cuerpo. Yo no tengo eso, no soy expresivo ni histriónico. Mis recursos son los objetos. Yo soy un presentador de objetos”.
Melquiades confronta a través del objeto. Tiene un sustrato marxista y materialista. Retoma la visión de Diego Rivera, que enfatiza que un obrero no ve igual que un burgués. Si le presentas un objeto del Centro a alguien que vive en Las Lomas, no entiende qué es. Nunca lo ha visto y puede entenderlo como algo exótico, cuando en realidad es bastante cotidiano.
–¿Y el disfraz?
–La idea del disfraz tiene varios referentes en la obra de Melquiades. Uno es su afición por ciertos superhéroes, como Fantomas y Batman. Ambos son personajes duales o múltiples en sus habilidades y aspectos. Todos usan máscara. Los dos son eruditos en historia del arte, y son científicos que construyen sus propios vestuarios y accesorios. Fantomas tenía un laboratorio alquímico, era ladrón, tenía una colección de arte y hablaba por teléfono con Picasso, desayunaba con Dalí y le consultaba a la Monalisa.  Melquiades jugaba a ser uno de estos personajes. Tenía el mismo conocimiento riguroso de la historia del arte y al mismo tiempo le hacía al científico y experimentaba con elementos de la cultura: una de las partes importantes de su obra, aborda la relación arte-ciencia desde un lenguaje lúdico, casi de Mi Alegría.
El disfraz es importante para dejar claro que, eso que ves, no es lo que aparenta ser, o no es sólo eso. Es un juego que también aplicó a ciertos objetos que, desde su óptica, cumplían una doble o triple función: un foco es también un salero; un llavero es también un crucifijo que también es una navaja.  El simbolismo de Fantomas baja a los objetos mismos. Y ese travestismo lo aplicaba en él mismo.
Le interesaba jugar a ser múltiples personajes, sobre todo de la ciudad, aquellos que la gente en las galerías nunca ve. El disfraz era una manera de provocar para él.
–Eso deriva en humor.
–El humor en el juego de Melquiades es un recurso crítico y conceptual serio. Se ve en su diálogo con Marcel Duchamps y Groucho Marx, humorista refinado y ácido. Melquiades se construye unos lentes con peines en las cejas y la boca, para tomarse fotos con ellos: es Melquiades, disfrazado de Groucho Marx. Tiene además unos retratos que él dibujó de Duchamps con esos lentes. El mensaje es: este señor, que ustedes ven tan serio, riguroso y conceptual, también es un humorista, probablemente debemos verlo como tal: una persona que nos está haciendo trucos. Melquiades es parte de toda una generación de artistas conceptuales mexicanos que usaron el humor como un recurso artístico. Quizás eso se haya perdido en generaciones posteriores; pero en el caso del arte del Melquiades, el humor es cosa seria, porque no hay manera de separarlo de su crítica de la solemnidad y el oficialismo.
–¿Qué ocurre en los ochenta, que da lugar a una figura como la de Melquiades?
–Los Yacusis consideramos que es una época poco estudiada. Además, Melquiades era un artista que trabajaba fuera de las prácticas institucionales del arte. En sus tiempos, era un mercado que apenas se formaba. Lo que sí sabemos es que los intereses del No Grupo iban por confrontar las restricciones de la institución desde la calle, lo popular y el espacio urbano. Pero cuando se separa del No Grupo, todo su sistema de producción se restringe a él, a su autonomía. Entonces, sin estar dentro de un mercado y desligándose de la institución, Melquiades demuestra, por un lado, que un artista es capaz de generar obra, así sea a partir de cosas de papelería: un pegamento y una cartulina, o de objetos de uso cotidiano, juguetes, disfraces y bromas. Y por el otro lado, muestra que su obra puede crear un sistema económico independiente.