28 marzo,2020 4:59 am

Mercaderes de la duda

Octavio Klimek Alcaraz

En estos días de terrible crisis de salud en el planeta, se tiene la posibilidad de leer un poco más de lo habitual. Ahora, estoy leyendo el libro Mercaderes de la duda. Cómo un puñado de científicos ocultaron la verdad sobre el calentamiento global (editorial Capitán Swing, 2018). El libro en realidad fue publicado originalmente en inglés en 2011 y su subtítulo en ese idioma es mucho más amplio que el del mero calentamiento global, algo así: Cómo un puñado de científicos ocultaron la verdad sobre el humo del tabaco y el calentamiento global. Lo escriben dos historiadores de la ciencia, Naomi Oreskes (Universidad de Harvard) y Erik M. Conway (Instituto de Tecnología de California). Su propósito es claro: documentar sobre el uso indebido de la ciencia para los fines de la política y los negocios.

A lo largo de siete capítulos, van contando la historia de como un grupo de científicos en Estados Unidos han realizado campañas por lo menos desde la segunda mitad del siglo XX para engañar a la población estadunidense y poner en duda aquellas investigaciones científicas que no favorecen a los intereses de determinados grupos económicos. Lo anterior, avalados en su prestigio y sus relaciones con el mundo de la política y de la industria.

Así se van conociendo a hombres de ciencia, que debido a sus creencias ideológicas profundamente conservadoras, junto con los intereses de grandes corporaciones, pusieron primero en duda los estudios que relacionaban el hábito de fumar cigarrillos de tabaco con el cáncer de pulmón (capítulo 1); cuestionaron los escenarios del invierno nuclear que eran contrarios a la carrera armamentista de la época del presidente Reagan (capítulo 2); luego las emisiones contaminantes en especial de la combustión del carbón con el fenómeno de la lluvia ácida (capítulo 3); cuestionaron el efecto de los gases clorofluorocarbonos (CFC) con la destrucción de la capa de ozono (capítulo 4); la batalla por el humo de la combustión del cigarro dañino a la salud (capítulo 5); el todavía persistente negacionismo de la relación de las emisiones de gases de efecto invernadero derivado de la combustión de hidrocarburos con el cambio climático (capitulo 6), y la campaña décadas después contra Rachel Carson por su oposición al uso indiscriminado de pesticidas, en especial el DDT, como una forma de cuestionar  esto como un error regulatorio (capítulo 7).

Los científicos anticomunistas que participaron en estas campañas, Fred Seitz (colaborador de la construcción de la bomba atómica) y Fred Singer (científico espacial), ambos físicos, fueron los más destacados y beligerantes. William Nieremberg y Robert Jastrow que eran físicos también, tienen el dudoso honor de estar en esa galería de modernos Torquemadas de la ciencia. Hay muchos otros nombres. En general, no tenían ninguna experiencia específica en cuestiones sanitarias ni medioambientales, que fue lo que cuestionaron de manera fundamental, pero disponían de poder y apoyo de grandes corporaciones industriales. En nombre del libre mercado buscaron socavar la ciencia, negando la verdad científica e impulsando la duda en cuestiones relevantes para la humanidad. Su mantra fue de que si la ciencia reñía con su forma de concebir la libertad –como es por ejemplo la libertad de enfermar personas, así como contaminar y destruir la naturaleza–, lucharían contra ella.

No está de más señalar que cuando siembras dudas en conclusiones científicas relevantes, se tiene el gran problema de pedir y pedir más pruebas científicas, es una triste fórmula para no hacer nada y así lograr resolver el problema identificado. Por ejemplo, en el caso del negacionismo del cambio climático, que tiene en el presidente Trump su cara más visible, ha significado la ausencia de compromiso por una parte importante de la sociedad estadunidense con la consecuencia de que siga subiendo la temperatura promedio del planeta con todas las peligrosas secuelas que el Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático ha previsto.

No se debe dejar de manifestar la preocupación que, con la llegada de internet, ahora es muy simple inducir dudas y poner en duda la verdad científica. En estos días de la pandemia por coronavirus se observan montones de consejos sobre la solución a este grave problema de salud pública. Lograr discriminar, que es verdad o falsedad científica, exige mecanismos de filtrado de información, que para buena parte de la sociedad es literalmente imposible validar. Peor aún, cuando grupos de interés político y económico tratan sin ningún rubor de llevar agua a su molino para defender sus propios intereses, hacen ver con información falsa o sesgada el pasado inmediato como idílico, y como gran responsable de las consecuencias de la pandemia solamente al gobierno federal en turno.

En conclusión, el libro Mercaderes de la duda expone a la luz estos oscuros asuntos de la historia de la comunidad científica estadunidense, que han afectado profundamente el devenir de la humanidad, para revelar de manera irrefutable cómo la ideología y los intereses corporativos, ayudados por unos medios de comunicación demasiado sumisos, han sesgado sistemáticamente la comprensión de la gente sobre algunos de los principales problemas que hoy en día tiene la humanidad. Es un libro que ayuda a comprender que la verdad científica es incomoda en muchos casos al sistema dominante en estos tiempos del coronavirus.