24 marzo,2020 5:07 am

Nada será igual

Abelardo Martín M.

Es muy fácil caer en los comentarios superficiales, en los lugares comunes, en la repetición de frases, de argumentos y creer se está innovando o siendo original. Así como en los finales de los 80s y de los años 90s del siglo pasado se volvió referente hablar de la globalización, sus alcances, logros y sus ventajas de instantaneidad, hoy aquel discurso chocó con la inmensa muralla del coronavirus y estamos ya dentro de una nueva etapa en la historia de la humanidad, cuyas características están aún por delinearse, definirse.

Las comunicaciones de personas están interrumpidas por tiempo indefinido y pareciera que hasta rotas. Lo inimaginable ocurre hoy: la población toda de la tierra detuvo su alocada y vertiginosa marcha hacia el todo o hacia la nada (según se vea) y ocurre lo imposible, como el hecho de que todos los países y buena parte de la humanidad decida, por voluntad propia o decisión de los gobernantes, permanecer (por tiempos indeterminados) recluidos en sus casas.

La pandemia del coronavirus campea por todo el mundo, salvo por China y algunos lugares de Asia en donde el virus, gracias a la disciplina de la población resultado de gobiernos sólidos, fuertes y con capacidad de decisión y mando, ha sido controlado. Produce cierta envidia presenciar los documentales de China en los que se narra la forma como pueblo y gobierno, unidos, lograron no sólo el combate a la epidemia, sino la erradicación o control del virus que la produce.

Para México muchas son las lecciones que va dejando la pandemia del coronavirus. En primer lugar, la fragilidad del sistema de salud, misma que se produjo durante décadas de abandono y corrupción; observar, con la crudeza de la realidad transmitida por las redes sociales, de cómo otras naciones con gobiernos de todos los tintes políticos o ideológicos se enfrentan al problema. México se niega a repetir las experiencias negativas que sufrieron algunos países, especialmente Italia, España o Francia, en Europa, y se ve con envidia la forma como los gobernantes enfrentan la amenaza.

Al igual que en el país y en el planeta, la llegada del coronavirus a Guerrero generará contagios y enfermedad entre las personas, pero su primer y más duradero impacto ha empezado a manifestarse en la actividad económica.

Apenas se cumple una semana de que el primer caso de infección se localizó en Acapulco, y aún se cuentan con los dedos de una mano los detectados en el puerto y en Chilpancingo, pero la preocupación ya ha escalado entre los alcaldes y en el gobierno del estado.

Como tema de salud pública el daño está por venir, pero por un lado las medidas gubernamentales para prevenir los contagios afectarán desde luego las actividades productivas, y por otro la dinámica misma de los hechos generará un quebranto sobre todo en el ramo turístico, que tiene en el estado un peso fundamental.

La primera reacción de la alcaldesa del puerto, Adela Román Ocampo, y de su cabildo, resultó precipitada y fue muy mal recibida por los prestadores de servicios, en particular por quienes trabajan desde una posición precaria, como los vendedores playeros o los taxistas, quienes viven al día.

La idea de cerrar playas y centros de recreación, restaurantes, discos y bares, parece en el papel muy sensata para contener y retardar la expansión de la epidemia, pero resulta muy impopular entre los afectados.

Por eso la presidenta municipal matizó pocas horas después las medidas anunciadas, para señalar que eso ocurrirá cuando se pase a la segunda fase de las que se han identificado por las autoridades sanitarias, y explicar que por lo pronto el cierre de estos lugares sólo es una recomendación y no una obligación.

Mientras estas líneas se escriben, el gobernador Héctor Astudillo está por anunciar una serie de medidas en apoyo a la economía estatal, en particular la de los centros turísticos, que son especialmente vulnerables ante lo que está pasando y lo que nos espera.

Los efectos ya se resienten. Hasta hace unos días, pese a que la alarma mundial ya se había manifestado, Acapulco y otros lugares del estado gozaban de una bonanza alborozada. Primero se anunció el carnaval (que se cancelaría posteriormente), luego vino la tradicional Convención Bancaria, y finalmente el fin de semana largo por la celebración anticipada del natalicio de Benito Juárez.

Con todo ello, la ocupación hotelera de la zona se mantuvo une buena temporada en niveles superiores al noventa por ciento.

El pasado fin de semana, en contraste, la afluencia se redujo a una tercera parte de la capacidad, y desde luego la previsión es que en las próximas semanas y meses la situación empeorará drásticamente.

En general, otros rubros de industrias y servicios seguramente tendrán una recuperación, incluso muy rápida, en cuanto se controle la emergencia y se retorne a la normalidad. No es el caso del turismo, que muy probablemente quedará resentido por un periodo mucho más largo.

Pasará tiempo antes de que el virus pueda ser neutralizado de manera efectiva, y entretanto desde luego la recomendación médica será no efectuar viajes que no sean indispensables, y evitar concentraciones y multitudes.

Eso causará graves perjuicios a los destinos turísticos, en este caso los de Guerrero, y generará conflictos sociales cuya magnitud apenas alcanza a vislumbrarse.

El gobierno federal y el de Guerrero tienen en sus manos una bomba de tiempo que ya explotó pero que todavía no nos permite ver su magnitud y alcance. Va más allá de la voluntad de los gobernantes; la sociedad, el pueblo, hoy sabe que su sistema sanitario, de educación, de crecimiento es un auténtico desastre, ya lo era inclusive antes del Coronavirus, pero no habíamos querido o podido darnos cuenta. Por eso, lo importante es tener presente y la conciencia de que nada, ahora, volverá a ser igual, aunque pretendamos que lo sea.