26 septiembre,2022 5:36 am

Nayo

Florencio Salazar

Cuando un amigo se va / queda un espacio vacío / que no lo puede llenar/ la llegada de otro amigo.

Alberto Cortez.

 

Leonardo Flores Salas murió hace unos días en su casa de Costa Azul en Acapulco, consecuencia de la edad, del descuido y de una embolia. Lo conocía hace aproximadamente 60 años. Autor de obras de teatro y gestor cultural. En los últimos años era cronista de Acapulco. Él demostró fehacientemente que la bahía de Acapulco siempre ha tenido el nombre del puerto y que Santa Lucía le fue impuesto en fechas recientes; su única referencia es una modesta playa. Reclamaba que la bahía recuperara su nombre original, Acapulco.

Con más de 80 años, se levantó a medianoche, se cayó en el patio y quedó inconsciente hasta la mañana cuando Silvia Buitrón, su esposa, al no encontrarlo a su lado, fue en su búsqueda. Después le dio una embolia y más y tarde falleció, este 23 de este septiembre. Era alto, delgado, moreno claro, pelo quebrado, nariz ligeramente angular, ojos pequeños cubiertos con anteojos de ventana de rectángulo, pelo quebrado y de fácil sonrisa. Amable, generoso, culto, tal la figura de Leonardo. Nayo para sus amigos y para quienes no lo eran.

En el puerto de hace más de medio siglo, Nayo tenía un hotel de paredes blancas a un lado del mercado del Parazal. Su mobiliario era de catres de tijera de lona blanca, con un par de sábanas blancas y una toalla blanca. Con mi equipo juvenil del PRI ahí pernoctaba de ida o de regreso a las costas Grande o Chica. Ocupábamos uno o cinco, seis cuartos y como él sabía que nuestros bolsillos también estaban blancos, nunca jamás nos cobró peso alguno.

De la inicial juventud pasé a la juventud adulta con esposa e hijos. Nos hicimos compadres de ida y vuelta. El matrimonio y sus pequeñas hijas, Mónica y Martha, vivían entonces en Hornos-Insurgentes. Yo llegaba a esa casa como a la mía. Nayo y Silvia eran de una gentileza incomparable. Jamás mostraron gestos agrios. Advertí que su hogar era hospedaje de escritores y poetas. Ahí conocí al poeta nicaragüense Francisco de Asís Fernández y al escritor Juan de la Cabada, que después sería maestro de historia en la preparatoria de Chilpancingo. Juan Sánchez Andraka también era visitante de los Flores Buitrón. Por cierto, un día Sánchez Andraka pidió a Nayo un par de zapatos prestados para ir a un evento, lo suyos se habían roto. Nayo era número nueve y Juan seis, quizá siete. Pues Juan salió con sus zapatos de Charlot.

Desde que me acuerdo siempre he sido roñoso para llegar a una casa que no sea la mía, incluyendo la de familiares próximos. Me asalta la idea de molestar. Te levantas temprano y despiertas a los demás, aunque no quieras, porque deben atender a la visita. Te levantas tarde y te están esperando con el desayuno que se ha enfriado una y otra vez. El caso es que nadie está cómodo. Pero con Nayo llegabas a una recámara independiente de la casa y a la hora que el sol podía abrirte los párpados todo estaba bien. Se disfrutaba un desenfado de hamaca.

Las conversaciones en Hornos-Insurgentes eran fluidas, ocurrentes, interesantes, llenas de risa. Hicimos una amistad fraterna. Pasaban años sin vernos y cuando nos volvíamos a encontrar parecía que habíamos convivido el día anterior. El tiempo ni siquiera nublaba la amistad. Gratas tardes mirando el mar mientras se deshacían los cubos de hielo para huir de la prisión del vidrio, del control del licor y despabilar los sentidos.

Hace unos días –como si adivinara– Horacio Aragón me obsequio una fotocopia de la invitación que el Ateneo de Guerrero circuló para el acto programada para el 4 de los corrientes a las 20 horas en el auditorio Primer Congreso de Anáhuac de Chilpancingo, en 1968. Yo me encargaba de la impresión de las invitaciones, pero olvidé poner el mes. El programa fue de tres puntos: Presentación, Lectura de El corrido del Persi por su autor Leonardo Flores y discusión sobre la obra. El Ateneo lo formábamos Gloria Iturbe, Ricardo Heredia Álvarez, Manuel Mesa Andraka, Luis Díaz Díaz, Virgilio de la Cruz Hernández, Héctor Gutiérrez Muñoz, Rogelio Córdoba, Evaristo Casanova, Victoria Montes Montes, Ignacio Mena Duque, Juan Alarcón Hernández, Raúl Leyva y Córdoba, Juan Sánchez Andraka, Patricio Daws Ruiz, Edgar Pavía Miller, Saúl López y yo.

Por su parte, Nayo patrocinaba actos culturales en Acapulco. Siempre fue una alma inquieta. Su único dolor, o al menos el que me tocó sentir en él, fue cuando le robaron una obra de teatro que después tuvo mucho éxito en la Ciudad de México con el nombre de Dios en la tierra. Ahora Dios lo tiene por encima de la tierra, aunque sus cenizas sean esparcidas en la bahía de Acapulco. Cuando escribía este texto busqué un pensamientos de Marco Aurelio. Con el libro en la mano desistí del intento. El sentimiento no necesita otras palabras que las que brotan para nuestro pesar. Al final la amistad es un aro indeformable,  incorruptible. Ese círculo que nos ha colocado en la misma órbita y en ella habremos de encontrarnos.

La vejez es una enemigo atroz. El abandono muscular, la caída impensada, la noche soñando el sueño del olvido causa la pesadumbre por una partida que, al romper, no obstante, une en el siempre.