Héctor Manuel Popoca Boone
Como Gobernador Moral pocas veces he sentido tanta tristeza por el estado y las circunstancias que guarda Guerrero, como las de hoy en día. Se me asemeja una gran barcaza agujerada, encallada y a punto de naufragar. Por su gran y heroico pasado, es una entidad federativa que no merece lo que le está sucediendo. Está semi colapsada y desastrada de tal magnitud, como pocas las hay en el país. Enfatizo la narrativa de infortunios de todo tipo, por todos conocida, que se han enseñoreado de estas tierras del sur; desde los de origen extrahumano hasta los que son obra directa de la mano de sus malos gobernantes y políticos, habitantes perversos, apáticos o doblegados que la pueblan.
Lo que más lastima a la mayoría de los guerrerenses es el clima de inseguridad generalizada; los homicidios y desapariciones forzadas; extorsiones económicas de toda naturaleza; la falta de libertad y medios de transporte para trasladarse con seguridad; las luchas sangrientas territoriales entre bandas criminales sin que ninguna autoridad las detenga; por no hablar de la pobreza, el hambre y el desempleo galopante que retroalimenta a la delincuencia y el crimen. Ni qué decir de la falta de ley, orden, justicia democracia y autoridades vigilantes de los derechos humanos y responsabilidad de los actuales desgobiernos, estatal y municipales; demagogos, ineptos y falaces.
No hay décadas de su historia contemporánea donde Guerrero no haya sido objeto de directa intervención del gobierno federal en su devenir republicano, ya sea para su progreso o para su desgracia. Bien sea para fortalecer a gobiernos estatales bienhechores, como para apuntalar gobiernos fallidos, o, de plano, provocar la sustitución intempestiva del que está en funciones. Pocos gobiernos llegan felizmente a su fin prefijado por la Constitución estatal.
El actual presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) tiene culpa y mucha, del actual gobierno estatal desacreditado de Evelyn Salgado Pineda, puesto que él, y solo él, con su dedo priista trasnochado, la designó a sugerencia del “papá incómodo” sin tener el perfil adecuado para gobernar este malhadado estado.
AMLO ha acudido a su rescate multiplicidad de veces; a tal punto que, con insólita frecuencia, ella declara, sin mayor recato ni dignidad de su investidura estatal, que gobierna agarrada de la mano presidencial. Eso explica la grotesca intervención directa presidencial en el nombramiento de altos e importantes funcionarios estatales como lo son la coronel, fiscal general del Estado y el general, secretario de Seguridad Pública estatal que, junto con los generales responsables regionales de la Guardia Nacional, el Ejército y el almirante de la Marina Nacional, son las instituciones armadas que guardan la paz, el orden y la tranquilidad social en estas convulsionadas y violentadas tierras.
Guerrero es uno de los tres estados de la república que tiene el mayor número de fuerzas militares acantonadas en forma permanente y eventual dentro de su territorio en lo que va del período en que el partido Morena ha detentado el poder y cuyo comportamiento no ha pasado de ser más que el de un vulgar conglomerado de políticos desideologizados, corruptos, sectarios, oportunistas y convenencieros, a cuál más. De lo malo, pasamos a lo peor.
AMLO sabe también que durante su administración sexenal, que está en proceso de extinción, no hizo mucho a favor del desarrollo de Guerrero, no obstante que fue uno de los estados de la república que más contribuyó con votos electorales a favor de su triunfo presidencial. En comparación de las multimillonarias inversiones públicas realizadas en los otros estados del sureste del país, no guardó reciprocidad con los guerrerenses más allá de los programas sociales dadivosos, que fueron de carácter general para toda la nación. En los últimos tres años asignó mil millones de pesos anuales para la construcción de caminos de mano de obra en la zona indígena de la Montaña. Falta saber cómo se aplicaron.
Mención aparte es el sonoro fracaso presidencial, irreversible, de no cumplir con su promesa presidencial de esclarecer y dar a conocer en forma íntegra la verdad del crimen de lesa humanidad cometido en los 43 jóvenes desaparecidos forzadamente en la ciudad de Iguala, amén de las responsabilidades de la aplicación y reparación de la justicia inherente.
Los del gobierno combaten con demagogia institucional el estado delincuencial que sufrimos, bajo la gran consigna de “abrazos, no balazos”. Están dedicados a contemplar, pero no a combatir la delincuencia. Las estructuras policiacas están moldeadas para servir a la delincuencia organizada. A galope tendido han militarizado la administración pública civil de México.
Impunidad y corrupción siguen siendo ingredientes para infringir la ley al mejor postor; el saqueo del presupuesto público está a ojos vista de todos. El sistema seudodemocrático-político-institucional luce en mucho su ineptitud, corrupción, su poca vocación de servicio público y su mucha inclinación a la holgazanería. Proliferan los diputados buenos para nada y los jueces mercantilizados, ¡Son los sótanos de la Cuarta Transformación!
PD. Con una conducción gubernamental enérgica, de férrea honestidad, justicia pronta, imparcial y expedita y con una verdadera y tenaz persecución del delito de cualquier naturaleza –no exento de atropellar los derechos humanos– el presidente de la República de San Salvador Nayib Bukele con su estilo autoritario de gobernar para todo el pueblo y no a favor de ningún grupo, ha logrado bajar sensiblemente los niveles de inseguridad pública y delincuencia que imperaban en su país. Su popularidad subió a cimas insospechadas. ¿Será necesario imitarlo?