18 marzo,2018 7:48 am

No hay quien deje de fumar “mota” por la prohibición; escritor

Texto: Tatiana Maillard/ Foto: Cuartoscuro
Ciudad de México, 18 de marzo de 2018. En Historias verdes el autor, Eduardo Limón, registra 10 testimonios y opiniones sobre el consumo de la mariguana.
Periodista cultural cuya trayectoria ha transcurrido en medios impresos, televisión y radio, Limón es, además, un entusiasta consumidor. Sin embargo, advierte: “Cuando el narrador se vuelve el personaje de su obra, debe tener cuidado de la representación que hace de sí mismo”. Por eso, Limón reflexiona sobre su gusto, pero sin caer en la apología.
En este su primer libro, la voz de Limón es la pausa meditativa que aparece entre los capítulos que resumen sus conversaciones con reconocidos escritores y músicos: Fernanda Melchor, Paco Taibo II, Fernando Rivera Calderón, Armando Vega Gil; con un psiquiatra: Juan Ramón de la Fuente, y un ilustrador: Bef.
Algunos de los entrevistados comparten con el entrevistador su entusiasmo por el consumo de la planta. Otros, no. Pero todos coinciden en un punto: la necesidad de debatir sobre la legalización, en todos los aspectos, de la cannabis.
 
Del dealer al sabroso bistec
 
–¿A qué obedece la selección de sus entrevistados?
–Siempre tuve claro que quería incluir a escritores, músicos, promotores culturales y amigos con los que, más allá de que fueran o no consumidores, pudiera charlar de manera desprejuiciada de lo que es la planta. Con ellos encontré la confianza.
–Cuando es su turno de narrar, usted deja en claro su postura: es a favor del consumo.
–Me parecía deshonesto dejar que los entrevistados hablaran, sin que yo lo hiciera.  Julian Herbert –autor de Canción de tumba– me dijo una vez: “Cuando el narrador se vuelve el personaje de su obra, debe tener cuidado de la representación que hace de sí mismo”, y yo me iba a presentar como un gustoso consumidor. ¡No está mal! En esa forma puedo promover, junto con otros consumidores, que se den las condiciones para que podamos fumar en paz. Sin sentirnos perseguidos, nerviosos, temerosos de ser subidos a una patrulla.
La manera que encontré para dar mi postura sobre el tema, fue entrevistar a mi dealer, hablar de mis experiencias con él y con otros dealers que he conocido. Hay uno, por ejemplo, que regala la planta. Él se dedica a otras cosas para generar lana, y prefiere regalar la mariguana, en una especie de acto de amor, de gesto amistoso.
–Curioso. Hace unos días la UNAM lanzó una campaña contra la venta de drogas en sus instalaciones, con el slogan “No es tu amigo, es tu dealer”. ¿Qué dice usted de la figura del dealer?
–Yo entiendo la figura del dealer como aquella que concentra todos los problemas del consumo. Es una persona que ejerce un acto criminal, así determinado por la ley. Dice Fer Rivera Calderón que el dealer es el hombre que transforma al cerdo sangrante del rastro en un sabroso bistec.
–La sangre, la violencia, la saña del crimen organizado es todo eso en lo que preferimos no pensar cuando fumamos, ¿no? Y, sin embargo, ahí está.
–Hay posturas punk radicales, como las de Bef, que no consume porque defiende que todas las sustancias son usadas como métodos de control político. En esos casos, no consumir es una toma de decisión congruente con una postura política.
Ahora: no podemos distanciarnos de las consecuencias sociopolíticas que el consumo de la mariguana ha traído al país, ni el sufrimiento de la gente, ni la violencia. Este año, a través de la discusión de la legalización, podemos debatir políticas alternativas que no se basen en la acción punitiva y la guerra contra las drogas. Es necesario cambiar esa vía de pensamiento. No funciona. No resuelve el problema. No hay un solo consumidor que deje de fumar por la prohibición. Por eso existe el narcotráfico. De regularse la mariguana, el Estado podría usar el dinero del impuesto al producto para fines sociales. Es ridículo que, en cambio, el negocio y la lana quede en manos criminales.
–¿Cuál es su medidor para no romantizar el consumo?
–Sin querer ser apologético, me cuesta trabajo hablar mal de la mariguana. Más que como periodista, soy un ciudadano que emplea los rudimentos de su profesión para trasladar una idea sensata: somos más de 5 millones de consumidores en el país. Yo no invito a que todo el mundo fume. Más bien considero que existimos quienes ya lo hacemos, por lo cual es necesario un marco legal que sea más amable en torno a nuestro placer. Así ya ocurre en California, por ejemplo.
 
A favor del sentido común
 
–¿Cómo describe las posturas de sus entrevistados?
–Muy diversas. Xavier Velasco, por ejemplo, es alguien que en algún momento consumió mucho y ahora prácticamente no consume nada. Joselo (Café Tacvba) consume muy poco; pero ha tenido grandes problemas con una droga legal, que es el alcohol. Fernanda Melchor es desparpajada en el tema: una ávida consumidora que, así lo dice, actualmente fuma cuando puede, porque se le complica ahora que es madre.
–¿Cuál es el uso social e íntimo que damos a la mariguana?
–Pienso que, el uso social que le damos, es también un uso médico. Para muchos de los que la consumimos, resulta un paliativo para la realidad. Empleamos la planta para tranquilizarnos, andar por la vida, o conectarnos con una parte de nosotros. Cada uno decide en qué momento hace eso. Hay quien la fuma diario, hay otros que sólo en una etapa de la vida.
Cada uno de los entrevistados reflexiona con respecto a su gusto, su disgusto, y su indiferencia hacia la planta de manera distinta. Paco Ignacio Taibo, por ejemplo, dice que no la consume porque la mota apendeja. Otros están en contra del consumo, pero a favor de la legalización. En este tipo de posturas hay un llamado por el sentido común,  que me gustaría que se extendiera a aquellos que, durante años, han creído el discurso de la demonización y la política punitiva como la única estrategia posible para abordar la mariguana.
Y finalmente, los personajes que entrevisto que sí son consumidores, también son adultos funcionales. Nadie es un pacheco perdido que corre desnudo cada que prende un churro. Se demoniza a la mota, pero es una droga blanda con un psicoactivo que, sin ser inocuo, no es más peligroso que el alcohol o el tabaco.