6 noviembre,2018 7:06 am

Otra vez los tópicos latinoamericanos

Federico Vite
(Primera de dos partes)
La desesperanza (Alfaguara, 1998, España, 464 páginas), de José Donoso, me hace pensar en un tópico literario estresante y eso, el estrés mismo, aflora en una serie de preguntas incómodas: ¿de verdad es tan pesado volver al sitio donde uno creció? No pregunte usted por los amigos, si quedan, sino por las pretensiones vitales y laborales. ¿Las condiciones son mejores que antes? ¿Son, como mínimo, iguales? Desgraciadamente, para el protagonista de la historia, Mañungo, las condiciones fueron peores, no sólo porque está más extraviado en Chile; también, porque siente el rechazo de los conocidos, la relación francamente llena de animadversión que establecen con él.
El libro comienza en el velatorio de Matilde Urrutia, la mujer que inspiró a Neruda Los versos del capitán, y de paso el autor narra la historia de un cantante, Mañungo Vera, quien regresa a Chile tras años de exilio y se enfrenta a la dictadura: la política, obviamente, avasalla los anhelos del recién llegado, pero en el fondo, lo que verdaderamente lo hunde es la sensación de haber sido un artista acomodaticio, ni tan comprometido con la libertad ni tan buen cantante como todo mundo creía.
La desesperanza reúne personajes memorables; por ejemplo, Judit, una furiosa izquierdista; Lopito, poeta fracasado; el viejo Celedonio, la postal eterna del bohemio erudito. Estos hermanos de lucha de Mañungo tienen ideas catastróficas sobre Chile. “Es un Chile mordido por la pena, con la cola escondida, con algo parecido al miedo que baja todas las noches y lo que se teje no tiene vuelta: es la desesperanza […] Rasgaba las cuerdas tratando de interpretar algo junto al féretro de Matilda, pero no encontraba la tonada. ¿Qué tipo de música, qué letra puede describir la desesperanza? […]”.
Más que muertes, detenidos y torturados, mucho más que eso, está cincelado en el libro un asunto que llamó mi atención, ¿cómo funciona lo doméstico en una dictadura? Donoso trabaja en la reconstrucción de la dignidad; es decir, cómo se recobra el decoro en los actos de los ciudadanos, ¿se olvida el odio, la represión y el miedo? El autor describe la rutina de un país que parece no reaccionar ante la dictadura.
Seré más claro, al leer La desesperanza pienso en los artistas de Guerrero y de Acapulco, quienes parecen no reaccionar ante los embates del Estado ni de la delincuencia organizada, ¿por qué los artistas, quienes forman parte de un sector pensante y con capacidades expresivas mucho mayores al promedio, se dedican a protestar con marchas, con publicaciones en facebook, con quejas lloronas en los diarios? ¿Deben ser tremendistas para que se les tome en serio? Obviamente no lo sé, pero descubro en la lectura de ciertos libros atisbos a esas respuestas; por ejemplo, en La desesperanza los artistas se caracterizan por vanagloriar su pasado, por fundar los precedentes de un canon inexistente y por criticar con acritud al gobierno, pero en los hechos sólo manifiestan su frivolidad: quejas, reproches y poca inteligencia. No son mejores que sus antecesores. No lo son.
¿Qué significan esos personajes en la novela? Un catálogo de egocéntricos sentimentales, claro. Pero fuera de esa primera impresión, el lector encuentra que no son frívolos, sólo que no saben, como bien lo dicta Donoso, qué hacer. Para clarificar lo que digo, recurro a Lopito, quien afirma: “Todos estamos igual que yo, contándonos el cuento de que el pueblo unido jamás será vencido cuando hace más de diez años que nos tienen más vencidos que qué sé yo. Esto es la derrota total. Nos jodieron. Y no somos capaces de levantar ni un dedo […] Pero no me siento con fuerzas para justificar la derrota de mi generación”.
Donoso utiliza un pretexto, contar la muerte de la musa, para hablar de la realidad de un país, de una ciudad: Santiago. La novela está bien hecha. No se trata de un ejemplar que supere a El obsceno pájaro de la noche, no, pero es muy buen libro. Este volumen sale de los cauces normales de la narrativa de los consagrados; es decir, prosa impecable, perfectamente cuidada y eufónica, pero hueca; Donoso, aparte del dominio técnico, retrata la incomodidad de una sociedad temerosa. Analiza y señala los abusos y los errores de quienes creen que con marchas, canciones y uno que otro desplante escolar se puede recobrar la dignidad artística, la dignidad ciudadana. ¿Es posible recobrar la dignidad artística después de una dictadura?
La desesperanza de Donoso me hace pensar en Shakespeare: “Something is rotten in the state of Denmark (Algo huele a podrido en Dinamarca)”. Y esa frase me hace pensar en Acapulco. Basta con cambiar Dinamarca por Acapulco y listo. Ese verso es dicho por Marcelo, un personaje secundario, no por Hamlet. Hamlet se encuentra con Horacio en las almenas del castillo. Se oye el sonido de hombres riendo y bailando con gran estruendo, como consecuencia de la elevada ingesta de alcohol. Hamlet le muestra a Horacio su disgusto por ese comportamiento. Y Marcelo, el soldado del palacio, dice: “Something is rotten in the state of Denmark”.
Si los pescados comienzan a pudrirse por la cabeza, el Estado empieza a hacerlo por sus dirigentes y los artistas, ubicados en esa región salvaje, el limbo entre los ciudadanos y los funcionarios, sólo pueden definirse como gente transformada, gente que siente y se queja mucho porque tiene la mente medio podrida y medio indignada, gente que se queja pero no impacta en la sociedad ni en los funcionarios. Gente en proceso de adaptación, dice Donoso, gente con todo el odio y el rencor suficientes para hacer algo más. Al final sólo se trata de personas que no saben cómo expresarse porque tienen miedo de parecer vulgares, enojadas e incluso avergonzadas por vivir en una ciudad podrida. También se sienten avergonzadas de sus gobernantes, quienes reciben mucho dinero y hacen muy poco por lo importante: garantizar la seguridad de los ciudadanos.
¿Los artistas están avergonzados pero no saben qué hacer? ¿Eso mismo le pasa a los ciudadanos? Creo que estamos muy cerca de La desesperanza; por lo menos donde yo vivo se experimenta la noción del toque de queda. Después de las 9 no salimos de casa. Escuchaba la sirenas de las patrullas, los tiroteos, las ambulancias y creí, mientras leía La desesperanza, que tanto en el libro como en la realidad eso de ser artista es un oficio superlativo y poco valorado en una ciudad podrida. Que tengan un pacífico martes.