11 junio,2021 4:42 am

Pablo Zulaica y la nostalgia por los trenes

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Adán Ramírez Serret

 

A veces se comienza a leer mucho antes de haberse internado en las páginas de un libro, pues hay vivencias tan bellas que son literarias. Pienso en un recuerdo lejano, a tal grado que se parece a un sueño o a una historia sacada de un libro. Viajo con mis papás de Oaxaca a México, habrá sido a finales de los años ochenta. El tren salía a las siete de la noche de Oaxaca y llegábamos a las estación Buena Vista a las once de la mañana. Viajábamos en un camarote con literas, baño y regadera. Cenábamos y desayunábamos en el vagón comedor y platicábamos viendo las siluetas de las montañas y dormíamos escuchando el sonido de las ruedas en las vías. Yo me sentía desde ese momento en un sueño, y recuerdo muy bien una vez que se nos hizo tan tarde, que tuvimos que saltar al tren mientras salía de la estación. Todo como si hubiera salido de un libro de Mark Twain o Charles Dickens.

Es precisamente con este sentimiento, con el que he leído el nostálgico libro de Pablo Zulaica Parra (Vitoria-Gasteiz, 1982), pues se trata de la crónica de veinte viajes en tren recorriendo diferentes partes del mundo.

El libro abre con un viaje por Guatemala en donde encontramos a un hombre extraño, Roberto Tally, y observamos como los trenes son monumentos que mantienen a seres nostálgicos. Es paradójico como el tren es el ícono con el que despega la Revolución Industrial, símbolo del capitalismo, y que luego el propio sistema lo devora y ahora es en muchas partes, un vestigio de cuándo cambió nuestro mundo.

Zulaica también hace un viaje maravilloso por la hermosa Bolivia, a bordo de un buscarril, que es un extraño invento boliviano, que consiste en transformar un autobús en un tren al adaptarlo a las vías del tren. Zulaica, como gran paisajero (gran término acuñado por él mismo), no sólo observa la belleza de la naturaleza, sino, sobre todo, a la gente que viaja en estos extraños trenes. Personas que viven en el campo y para quienes este buscarril no es otra cosa que el único medio en el cual se pueden transportar.

Pero los trenes, pensarán muchos mientras lean esto, no son sólo parte del pasado; también hay trenes súper modernos en Europa y Asia. Y en efecto, Zulaica viaja a Noruega, en donde el tren mantiene una lucha feroz con el hielo, y en donde encuentra campesinos de una región idílica que desconocen el petróleo; o en Shangai, en donde hay un tren que levita por los aires y es capaz de alcanzar una velocidad mayor a los 400 kilómetros por hora.

La India es territorio obligado para todo viajero incansable, como lo es para nuestro profesor y gurú de Zulaica y yo, Paul Theroux. En la India, la realidad siempre se construye en una versión diferente a la del resto del mundo. Pues si en algunos países los trenes son recuerdo de otros tiempos, adaptaciones originales de tecnología como en Bolivia o visiones del futuro como en China, en la India, los trenes se transportan en un hábitat por sí mismo, en donde la vegetación y las castas se adaptan a los vagones, utilizando a veces los asientos pero sobre todo el suelo en donde los niños y los ancianos viajan y viajan kilómetros y kilómetros, haciendo del tren otro hogar.

Zulaica, quien vive entre México y el País Vasco, viaja a la sierra tarahumara para viajar en El Chepe, el tren que recorre a grandes alturas una sierra inmensa y que transporta materiales entre México y Estados Unidos, habitantes de la zona, y según esté la seguridad en el país, a turistas. También, por supuesto, a migrantes en busca de un sueño.

Es una crónica, como varias de Paisajeros, en donde a partir del relato del tren que cruza las Barrancas del Cobre, Zulaica nos cuenta la historia del ferrocarril en México, de un estadunidense que soñó unir el Golfo de México con el Pacífico antes del canal de Panamá. Nos cuenta también la historia de Porfirio Díaz y los trenes y las muy tristes historias de los migrantes que viajan en el techo de los vagones.

En estos tiempos de literatura selfie –aquella que parece hecha de un celular y que muestra las cosas insignificantes que pasan en sus vidas–, los libros de viajes como Paisajeros, son un fenómeno aparte. Un lugar en donde aparece la paz de observar el mundo sin la prisa de tomar una fotografía.

No tenemos una visión pintoresca o exótica del mundo, lo que aparece son las reflexiones de Zulaica quien se ocupa de conocer la historia y la geografía de los lugares por los que viaja, y, sobre todo, la capacidad de observar y contar lo que se vivió. La maravilla de conocer otros lugares y otras personas, a bordo de un tren.

Pablo Zulaica Parra, Paisajeros, Málaga, Libros.com, 2019. 527 páginas.