Adán Ramírez Serret
Para Mabel, Mariel y Adrián, por su paciencia acústica.
Tengo una amiga con quien discuto todo el tiempo sobre el idioma castellano. Diptongos, guturalizaciones y síncopas acompañan nuestras charlas que consideramos apasionadas, pero amigables; muchas veces nos enfrascamos al grado de tomarnos un buen par de horas de ejemplos y contra ejemplos, que, para las otras personas que nos rodean, son estresantes por el nivel de tensión que se respira en el aire cuando discutimos la fonética en las variaciones dialectales del español. Yo soy el más insoportable, por supuesto, porque comienzo a hablar con terminajos propios de la gramática que me dan, debo aceptarlo, una sensación de autoridad. La familia de mi amiga ha tomado la decisión de persuadirnos de ya no tocar ese tema porque somos capaces de arruinar cualquier paseo o velada por agradable que sea.
¿Por qué será que nos apasiona tanto si es una o o una u o si la hache deja de ser muda y digo con gusto y chovinismo mexicano güevo? Esto es extraño, porque en México, y presumo en buena parte de Latinoamérica, según mi experiencia, no nos jactamos de hablar un buen español. Es más usual ufanarse de hablar otra lengua europea que de hablar bien el español. Pero que nadie nos toque nuestros por demás cuestionables dialectos del español, porque ahí sí que sacamos las garras. Hay un chovinismo en la lengua materna, un conservadurismo hasta hace poco invisible que es preciso deconstruir. Quizá no seamos muchos los casos como mi amiga y yo que nos internamos en la morfosintaxis, pero estoy seguro que, en los últimos diez años, muchísimas personas han vivido acaloradas charlas sobre el lenguaje incluyente. Las mesas se vacían, las amistadas son puestas en riesgo si se debe utilizar el femenino genérico, si acaso los participios se modifican o si se debe tomar a la lengua por los cuernos más allá de lo que digan las academias y voces eruditas. Normalmente, todo mundo va al buscador de internet o en el mejor de los casos desempolva un diccionario para esgrimirlo a favor de sus argumentos. Eso es útil, claro, pero elimina a las personas a quienes la gramática da sueño. Por lo tanto, Antimanual de lenguaje igualitario, de Paulina Chavira, cuyo subtítulo es Todos, todas, todxs, todes. No te enredes es música para los oídos y punto de apoyo definitivo. Un libro, como dice el subtítulo, en el cual cabe toda persona que quiera saber más sobre el cambio en la nomenclatura en pronombres, artículos y demás que vuelven locas a muchísimas personas, pero que también han servido para que gentes (a la mexicana, con ese) antes olvidadas se sientan representadas en este mundo. Paulina Chavira tiene el talento de enseñar deleitando, por lo que todo es relajado desde las primeras páginas, no alecciona, explica este movimiento lingüístico de Occidente de los últimos años que busca la equidad. Como bien lo dice el título, no es un manual que te diga ‘haz esto así’ y ya, sino que es antimanual porque brinda las herramientas para poder moverse en este momento de la lengua sin que sea fijo. Explica, por ejemplo, que la lengua siempre está en movimiento: los humanos la usan, se apropian y luego la academia hace una junta para saber qué hacer. Chavira utiliza ejemplos claros de apropiaciones, sin palabras enrevesadas; habla de los diferentes momentos del idioma que varían según a quién nos dirijamos y cuenta también, por supuesto, algo de la historia de nuestro idioma y sociedad.
Uno de los momentos más importantes del libro es cuando se explica la diferencia entre lenguaje igualitario y lenguaje incluyente, este último, dice Chavira, es el que causa más polémica, pues es en donde se usa la equis o la e para referirse a personas no binarias o para utilizar un plural no masculino. Explica también que el lenguaje igualitario es aquel en donde se puede hablar de manera neutra sin hacer ninguna alteración. Por ejemplo, se puede decir, todos los lectores amamos este libro y lo leímos apasionados o utilizar el lenguaje igualitario y decir, quienes hemos leído este libro lo hicimos de manera apasionada. Así se aprende un fin último de toda literatura: hacer más sensibles a los seres humanos. A poner los puntos sobre las íes o las equis o la e en lugar de la o u a, o no.
Paulina Chavira, Antimanual de lenguaje igualitario, Ciudad de México, Planeta, 2024. 126 páginas.