7 mayo,2021 5:11 am

Pilar Quintana: observando el abismo

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Adán Ramírez Serret

 

El tambor de hojalata, de Günter Grass, es una de las más potentes novelas de la literatura alemana del siglo XX. Lo es por muchas razones: por la profundidad de los personajes, por las alegorías que encarna y por la forma en la cual está contada. Un niño observa su mundo, a su familia, y desde allí, se cuenta toda la historia. La focalización es de abajo hacia arriba. Lo cual, por supuesto, da una sensación de fragilidad, a la vez que enriquece la visión con otra perspectiva, pues se obtiene un punto de vista para el que no están hechos los adultos, desde donde se pueden observar las máscaras de los seres humanos.

Quizá sea esta una de las razones por las cuales una novela narrada desde el punto de vista infantil, se convierta en obra de descubrimientos al resignificarlos: desilusiones y sorpresas que amplían la gama de colores, de sentimientos. Es el caso del más reciente Premio Alfaguara 2021, Los abismos, de Pilar Quintana (Cali, Colombia, 1972).

Se trata de una novela, sobria como su autora, que va envolviendo al lector de manera sutil. Pues está contada en primera persona, por Claudia, que recuerda la relación con su madre. La historia se va desenvolviendo en pequeños capítulos que se desencadenan y cuentan la vida de una niña que crece en Cali, Colombia, en los años ochenta. Claudia, poco antes de dejar la infancia, comienza describiendo su mundo, el departamento en el que vivía, las tres plantas a las que le decían ‘la selva’, los helados que le gustaba comer, su muñeca favorita, y, por supuesto, sus padres.

Una de las cicatrices más profundas que conserva de esa época, es la certeza de ser fea. Descubre que los adultos, su madre, le dan vueltas a la pregunta sobre su aspecto físico. Describe a sus padres, él, un hombre calvo y mayor que su madre, quien es una mujer joven y muy guapa. Quizá sea esta diferencia –ella fea y su madre bella– la que comienza a crear una distancia entre ellas, que en un principio la desconcierta, pero le da la posibilidad de observar, de reflexionar sobre la clase de seres humanos que son sus padres y familiares.

Son los años ochenta y la novela retrata la vida de la clase media alta de Cali, así que su papá es el que va a trabajar y su mamá se queda en su casa, mientras ella va a la escuela.

Cuando regresan su padre y ella, encuentran a su madre regañando a la mujer de la limpieza y leyendo revistas de moda y chismes de famosos.

Aparentemente todo va bien, pero la niña, a partir de su focalización, comienza a ver que las cosas no son lo que parecen. Todo comienza cuando van a visitar a su tía paterna y ella tiene un nuevo novio varios años más joven. Sus padres se sorprenden con la noticia, y no auguran nada bueno.

Poco tiempo después, la madre de Claudia, decide ir a hacer aerobics que son la última moda en la ciudad. A partir de esto, la niña ve el cambio que va de un cuerpo adolorido por el ejercicio, ya no la acompaña en sus clases vespertinas y la acompaña a encontrarse en el trabajo con el nuevo novio de su tía. Ella no piensa nada, son adultos y saben lo que hacen.

En poco tiempo llega la crisis. Sus padres se pelean y dejan de hablar viviendo en la misma casa. Su madre se encierra en su cuarto, no sale de la cama, lee revistas y después toma mucho whisky.

La narradora descubre por primera vez que es posible dejar de tener ganas de vivir. Comienza entonces un profundo reconocimiento de su vida, de la muerte. Y en el recuerdo de aquellos años, viene la nostalgia, la tristeza y la soledad de descubrirse sola en el mundo. Pero esta melancolía, no está exenta de belleza, de esa hermosa sensación de mirar el abismo y sentir las ganas de saltar, de perderse en él.

Pilar Quintana, Los abismos, Ciudad de México, Alfaguara, 2021. 246 páginas.