20 febrero,2024 4:26 am

Poner otras emociones en la piel de uno mismo

 

Federico Vite

Ramón Buenaventura es un traductor del inglés al español. Ha dado grandes enseñanzas sobre su oficio. Por ejemplo, la titánica labor de hacer que The corrections, novela de Jonathan Franzen, pudiera tener una buena aceptación en el mercado de habla hispana. Ya he hablado de Franzen antes, pero no vendría mal replantear la presencia de ese escritor norteamericano y posteriormente hacer un empalme con el trabajo de Buenaventura, cuya labor no siempre es reconocida.
Antes de The corrections, Franzen había publicado The Twenty-Seventh City (1988) y Strong motion (1992). The corrections fue el primer gran éxito novelístico norteamericano del siglo XXI, no sólo por las encumbradas ventas que lo posicionaron en una notoria ventaja sobre el resto de las novelas publicadas ese año, sino porque cosechó grandes elogios de críticos literarios y de colegas. En 2001, esta novela de casi 600 páginas obtuvo el premio National Book Award. Fue un bestseller y logró que la figura del escritor volviera al primer plano.
Buenaventura, en uno de sus textos más conocidos, habló de la traducción de la novela más famosa de Franzen con una buena pregunta: “¿Es un libro de tales características un objeto de deseo para traductores? No lo sé. No para mí, en principio. Cuando Seix-Barral me propuso que ofrendara los seis meses siguientes de mi vida a la tarea de poner en castellano un libro de 568 páginas, de 2 mil 450 matrices cada una, escrito por un muy señor mío de quien no había oído hablar en mi vida, y cuya traducción, además, quedaba sometida a la cláusula de aprobación por el autor, dije lisa y llanamente que no”.
Jonathan Franzen, nacido en Western Springs, Illinois, en 1959, y criado en Webster Groves, Missouri, se graduó en el Swarthmore College y estudió en la Freie Universität de Berlín con una beca Fulbright. Trabajó en el laboratorio sismológico de la Universidad de Harvard. Su formación es un parteaguas para cualquier novelista, pero Las correcciones aborda la vida a secas, es realismo casi casi doméstico.
Buenaventura refirió en su Diario de traducción, que puede consultarse en el Centro Virtual Cervantes, que después de largas conversaciones con los editores de Seix-Barral aceptó el encargo y se comprometió entregar la traducción en seis meses. Ni siquiera había leído el texto y al empezar a hojearlo se dio cuenta que iba a contrarreloj. “En la primera frase del libro locura de un frente frío de la pradera otoñal, mientras va pasando*… Pude intuir el lío en que me había metido. Enseguida me di cuenta de que The corrections iba a obligarme a efectuar cientos de consultas, porque era un libro exótico, un libro en que se nos describe una sociedad norteamericana que apenas concebimos en Europa y en un entorno repleto de detalles que estamos hartos de ver en el cine, pero que no tenemos costumbre de describir con palabras, o que nos reclama el uso de términos inexistentes en nuestra cultura”.
Así que Buenaventura consultó varios diccionarios de golf, medicina, finanzas, música, navegaciones marítimas, geografía y, por supuesto, derecho laboral. Deseaba encontrar la palabra adecuada para expresar el estilo que caracteriza el estilo de Franzen, que sin duda alguna, nos remite a la novela decimonónica. “El original cubre una gama de intereses y conocimientos verdaderamente amplia y bien investigada por el autor”, señaló Buenaventura y agregó: “Jamás he preguntado nada a ningún autor, ni siquiera a Anthony Burgess, con quien llegué a tener confianza y cuyos textos me plantearon, a veces, dificultades enloquecedoras”.
Buenaventura señaló que, a falta de cien páginas para terminar el trabajo, la editora española le envió copia de las respuestas que Franzen había ido dando a las consultas de los traductores del libro en otros idiomas. “Eran cerca de seiscientas dudas, que el autor resolvía con una paciencia y una prolijidad verdaderamente asombrosas”, explicó Buenaventura. El momento crítico llegó cuando Seix-Barral mandó a Franzen las primeras ciento y pico páginas traducidas al castellano. “La respuesta del autor superó con creces las peores predicciones que cualquier Casandra habría podido hacer”, escribió  Buenaventura y enfatizó: “Hubo que perder el tiempo en necedades como convencer al autor de que en español no es error sintáctico colocar un adjetivo delante del nombre”.
Buenaventura se sometió a lo que firmó en el contrato (la cláusula de aprobación del autor) y siguió las indicaciones de Franzen, quien estaba empeñado en no añadir información alguna que no estuviera contemplada en el original. Por ejemplo, explicó Buenaventura: “PA no podía ser Pensilvania, ni se admitía explicación para ninguna sigla. Prohibido revelar en dos palabras para qué sirve una medicina que va a tomarse un personaje y que nadie en España conoce. Prohibido aclarar ninguna referencia histórica cien por ciento norteamericana (y) totalmente indescifrable en Europa”.
Con este tipo de aseveraciones, uno se pregunta si la intención de un autor es la de aceptar las reproducciones en masa, como es el caso de Harlan Coben, por ejemplo, o Stephen King, autores que venden mucho en el mundo, pero no se toman tan en serio al momento de revisar las traducciones. Yo creo, que la mayoría de los traductores realmente adapta los libros, no los traducen. Más bien, hacen versiones menores con pura sinonimia, es decir, adecuan los libros del idioma original, pero no traducen. Quizá los mecanismos para definir una adaptación de una traducción sea que la traducción consiste en leer detenidamente y pasar esa experiencia de lectura al papel, pero desde la idea y la música de la prosa originales. Que todo sea una misma tonada. En el caso de la adaptación eso no cuenta ni tiene valor. No se busca en la adaptación una experiencia estética.
La experiencia estética más documentada de una traducción importante del siglo XXI, sin duda, es justamente la de Buenaventura, porque vinieron más novelas de Franzen, pero cambiaron los traductores:Freedom estuvo a cargo de Isabel Ferrer Merrade; Purity fue traducida por Enrique de Hériz y Crossroads corresponde a Eugenia Vázquez Nacarino. Seguramente todos ellos tuvieron la experiencia temible de las oraciones larguísimas de Franzen, cuya plasticidad del idioma inglés puede llegar hasta el delirio a los que tratamos de meter las ideas de este novelista en español.
Las exigencias de Franzen no fueron las mismas que las de David Foster Wallace. Sin duda. Y los dos tuvieron muy buenos traductores. Cada autor tiene sus restricciones, pero la obra, cuya importancia es mayor que la persona, crece o decrece en la medida que se trabaja con un traductor (a) o con un adaptador (a) de textos. Cabría concluir este texto con una certeza: cuando hay traducción, sin duda, hay conflicto entre autor y traductor; cuando hay adaptación, eso no pasa, simplemente se somete a lo elemental.

* La línea de apertura de The corrections es la siguiente: “The madness of an autumn prairie cold front coming through”. Si comparamos esta línea con la de Buenaventura se dará cuenta de que hay variaciones. Pero es la oración más simple de toda la novela.