2 junio,2020 9:58 am

Por el Covid-19, el precio de la goma de opio tiene leve repunte; esperan campesinos alivio económico

2502018 Filo Mayor, Guerrero/Amapolas de la temporada de secas, que aún están siendo trabajadas por campesinos de la sierra de Guerrero; donde han revelado que podría ser la última temporada del año por los precios bajos de la goma de opio en el mercado negro. Foto: Lenin Ocampo Torres

El cierre de las fronteras impuesto por la pandemia afectó el comercio de drogas ilegales, entre éstas los opiáceos sintéticos como el fentanilo. En Guerrero, la goma extraída de la amapola se estaría vendiendo a precios relativamente mayores, lo que mantiene a la expectativa a los cultivadores

El Sur / Ciudad de México, 2 de junio de 2020. Wuhan, en China, es la ciudad donde surgió el primer brote del nuevo coronavirus y es, además, uno de los mayores proveedores de ingredientes para fabricar el fentanilo, un opiáceo sintético que desde 2014 ha ganado terreno a los derivados de amapola. Con el cierre de fronteras por la pandemia de Covid-19, la cadena de suministro de precursores químicos se congeló, lo cual ha beneficiado al negocio de opiáceos naturales mexicanos, cuyo precio comenzó a subir levemente desde principios de año.

Para las comunidades productoras de amapola en la Montaña, la Costa Chica y la Sierra de Guerrero, este repunte significaría un benéfico, aunque momentáneo, alivio económico. “Ahora el precio de la goma está subiendo, el gramo está como en 10, 12 pesos”, explica a El Sur vía telefónica un cultivador de Tlacoachistlahuaca, de quien se omite el nombre por motivos de seguridad.

Cuenta que empezó a cultivar el “maíz bola” –como también se le dice a la amapola– hace cuatro años; anteriormente era parte del enorme ejército de jornaleros guerrerenses que echan a andar la industria alimentaria en todo el país. Durante más de dos décadas trabajó en los campos agrícolas de Baja California cosechando fresas, calabazas, pepinos y jitomates.

Era una labor extenuante, recuerda: levantarse de madrugada, pizcar durante al menos ocho horas, gastar el mísero salario en las tiendas locales. En su pueblo en Guerrero había sembrado maíz y frijol para consumo propio y de su familia, una ayuda mínima pero fundamental. También había podido entrarle al cultivo de amapola, como muchos de sus vecinos. Cuando la goma aún se vendía a un “precio decente, unos 25 pesos el gramo”, algunos ganaron lo suficiente para construir casas de dos o tres pisos.

“Si ahora la goma está en 12 pesos el gramo, con eso ya podemos sacar para la ropa de los niños, los cuadernos y los lápices, para que coman una fruta en la escuela”, dice pensando en sus 10 hijos. “Pero todavía no vendemos, estamos esperando que el precio suba un poco más”.

Hasta el momento en su comunidad, montañosa y remota, el coronavirus no ha llegado y poco se conoce de él. Al parecer, tampoco ha llegado el Estado. Ni en la actual emergencia sanitaria, ni antes. “El gobierno no sabe cómo es por acá, pero pueden venir a visitarme y a dar apoyo”, bromea.

“Aquí el gobierno no nos ayuda, nosotros mismos estamos echando la mano para que crezcan los niños. Nomás mandan el Ejército a dañar los plantíos, que sea milpa o amapola, y a asustar a la gente en el pueblo”.

La amapola que nunca se fue

Irene Álvarez, investigadora del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México, confirma a El Sur que hace un par de meses se registró un leve aumento del precio de la goma de opio en la zona de la Costa Chica de Guerrero y Mixteca Alta de Oaxaca. En ese entonces el gramo rondaba los 9 pesos.

“Los precios no están uniformados, tienen que ver con las negociaciones que cada comunidad y cada cacique hace a nivel local. Lo que cambió es que ahora existe un incentivo que el año pasado no había. Al principio de la cuarentena, en marzo, estaban sembrando. La gente siembra si sabe que va a tener comprador, aunque el margen de ganancia es reducido”, menciona Álvarez, en entrevista telefónica.

Hay que tener cuidado, continúa, con afirmar que el fentanilo reemplazó por completo la producción de los opioides naturales, pues el cultivo de amapola nunca desapareció por completo.

En el otoño de 2019, cuando realizó trabajo de campo en la región de la Montaña, el desplome de los precios, iniciado en 2017, se mantenía vigente: el gramo valía entre 5 y 6 pesos, en el peor caso rondaba los 3 pesos. Sin embargo, a pesar de los precios tan bajos, había quien seguía con la producción.

“Ya no eran los cultivadores independientes– explica–, se trataba más bien de los que tenían más capacidad de acaparamiento: narcocaciques que pagaban a los peones 100 pesos por día y lograban obtener un margen de ganancia”.

Herbicidas y fertilizantes están acabando con la tierra

Hace un par de años, los cambios en la oferta y la demanda del mercado de la heroína en Estados Unidos empezaron a afectar la rentabilidad del opio mexicano. La dispersión masiva del fentanilo, más barato y fácil de comercializar, fue otra razón para que la resina de opio dejara de ser una fuente de ingresos estable para cientos de familias campesinas.

Isael Rosales, integrante del área de comunicación del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, menciona que en las comunidades productoras los primeros efectos se notaron sobre todo en la ropa de los niños, que volvió a verse desgastada, y en la alimentación. Enriquecer la dieta con huevos o carne se volvió más complicado, si no imposible.

“Cuando llegó a 3 pesos el gramo, muchos se fueron a emplear en Tlapa, Chilpancingo, Ciudad de México, o incluso se fueron de jornaleros. Ya no había recursos en el maíz bola. Prefirieron migrar o sembrar calabaza, maíz y frijol para la subsistencia”, comenta por teléfono a El Sur.

El problema es que las hortalizas, milpas y árboles frutales que son el sustento de los campesinos han sido blanco de las fumigaciones realizadas por el Ejército Mexicano en las campañas de erradicación de los plantíos de opio y mariguana.

De acuerdo con una solicitud de información de El Sur hecha el año pasado, de diciembre de 2018 hasta el 5 de junio de 2019 la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) registró que mil 31 plantíos habían sido rociados con el herbicida Paraquat –uno de los más tóxicos para la salud humana– en Guerrero.

El informe publicado en febrero de 2019 y titulado “No más opios para las masas”, de los investigadores Romain Le Cour Grandmaison, Nathaniel Morris y Benjamin T. Smith, señala cómo la disminución de la fertilidad de la tierra, provocada por las fumigaciones militares, dio vida a un círculo vicioso. Para seguir produciendo amapola, los campesinos recurrieron al uso excesivo de fertilizantes químicos; la inversión en productos cada vez más caros y peligrosos mermó sus ingresos, aun en tiempos de bonanza de la amapola.

Si este proceso no se detiene a tiempo, advierten los investigadores, en las áreas productoras de opio las tierras y el agua quedarán severamente dañadas. Esto pondría en riesgo tanto la salud pública como el éxito potencial de la sustitución de cultivos, una de las opciones propuestas por la actual administración federal.

Programas sociales como los del Instituto Nacional Indigenista (INI) en la segunda mitad del siglo XX trataron de desarrollar industrias de explotación forestal, cultivos comerciales y cooperativas de turismo y pesca para las zonas rurales más vulnerables, pero –resalta el informe–, estos proyectos se realizaron sin consultar a las poblaciones que se pretendía beneficiar.

Al final, buena parte de los materiales –tractores, fertilizantes, semillas– terminaron en manos de los jefes políticos locales, que eran, “en muchos casos, los mismos hombres que hoy tienen el monopolio de los aspectos más redituables de la producción y el procesamiento de la droga”.

Se prevé que el último aumento de precios de la amapola se dé en los próximos meses. Sin embargo, los mercados ilegales siguen patrones volátiles y las ganancias que los pequeños cultivadores acumulen en el transcurso de la crisis sanitaria podrían evaporarse rápidamente.

Los mitos del narco que despolitizan la violencia

A raíz de la “guerra contra el narcotráfico” se ha desarrollado un discurso dominante –en muchos casos, alimentado por los medios masivos de comunicación– que presenta a los grupos criminales como un poder absoluto que infiltra y corrompe al Estado.

Piere Gaussens, profesor del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México, considera que este mecanismo es muy evidente en la imagen que se ha construido de Guerrero como tierra gobernada por traficantes cuya violencia se origina principalmente por las drogas.

“Esta idea de que los delincuentes estarían capturando los circuitos institucionales y que los funcionarios estarían a su servicio, es problemática. El narco ‘todopoderoso’, el ‘dinero del narco’ y todos los mitos que rodean la figura del narco cumplen una función de despolitización”, afirma en conversación telefónica con El Sur.

“Al ensalzar a los criminales –remarca– se pierden de vista los nexos que los unen al poder político”.

Entender la delincuencia como parte de un sistema más amplio de relaciones sociales de dominación, resulta particularmente necesario para un estado como Guerrero. Desde esta perspectiva, la comercialización de la amapola aparece como un complejo entramado que inserta a la entidad en el tablero de intereses socioeconómicos nacionales e internacionales.

Por ello, Gaussens insiste en la necesidad de estudiar la figura de los caciques locales, la manera en que ejercen poder, su uso político de la violencia.

“En las zonas productoras, el acopio está controlado a nivel de las cabeceras municipales por los caciques: son intermediarios comerciales, fijan el precio a partir de la información y los insumos que les llegan del mercado nacional e internacional. Al mismo tiempo, son los que ejercen el poder político localmente y son los interlocutores privilegiados del Ejército, que a través de ellos puede intervenir a nivel local”.

Deconstruir los mitos que sustentan el discurso sobre el narcotráfico sirve también para cuestionar la política de militarización de amplias zonas del país y su real eficacia en la salud pública, a partir de las mismas campañas de fumigación de los plantíos de amapola.

“Guerrero siempre fue violento, pero ahora la violencia ha cambiado: vemos un cuidado en la disposición de los cadáveres, en los mensajes que se dejan, las famosas narcomantas. La gente lo tuvo que explicar y echó mano de este discurso sobre el narco. Pero esa apropiación no deja de alimentar la confusión acerca de quiénes realmente son esos delincuentes.

“Mi hipótesis –concluye Gaussens– es que, para entenderlo, hay que regresar nuevamente al poder político”.

Texto: Caterina Morbiat / Foto: Lenin Ocampo Torres-Archivo