23 marzo,2018 3:34 pm

“Proyecto Florida”: desposeídos en Estados Unidos

Texto: Apro/ Foto: Redes
Monterrey, Nuevo León, 23 de marzo de 2018. Proyecto Florida (The Florida Project, 2017) se concentra más en el paisaje que en la anécdota. A través de la contemplación apacible, observa las intimidades de un motel, habilitado en forma de conjunto habitacional, donde varias familias interactúan y encuentran su propia manera de sobrevivir.
Las imágenes que permite ver el director y guionista Sean Baker son duras. El pequeño mundo que muestra, ubicado en Orlando, pasa por el filtro juicioso de Moonee (Brooklynn Prince), una pequeña de seis años, inocente y divertida, que convive con su madre deleznable, por irresponsable y viciosa.
Es un verdadero ejercicio de tolerancia la contemplación de Halley (Bria Vinaite) que otorga, a la niña en formación, los peores ejemplos de conducta. Nada bueno le espera a esa familia, que crece sin oportunidades y con un destino prácticamente marcado hacia el reciclamiento de patrones, como el embarazo adolescente y la desintegración.
El sistema político, la economía, la sociedad parecen ser los enemigos invisibles de estas mujeres que enfrentan un futuro umbrío. Contribuye, a la depresión colectiva de la comunidad, la presencia permanente de Disney World, el oneroso centro de entretenimiento infantil, donde se cumplen todos los sueños y a donde los desposeídos no pueden ir.
Sin embargo, en medio de la perdición y la desesperanza existe Bobby (Willem Dafoe), el gerente del motel, un ángel que protege a los inquilinos y ofrece algo de paz y serenidad, en medio del caos comunitario en el que viven, él incluido.
Con una interpretación entrañable, Dafoe se convierte en una suerte de general en el refugio. Cuida a los que ahí habitan, transformándose en un tipo duro cuando es apremiado, los conduce con un tierno sentido paternal, se compadece de sus problemas y hasta se hace cómplice de sus pequeñas faltas, para aligerarles la estancia.
Baker se mueve entre el humor ácido y reflexión. Moonee y su pandilla de pícaros deambulan por ahí, en temporada vacacional y se la pasan sensacional, haciendo travesuras, algunas bastante serias.
Los pequeños se han fogueado en las carencias y observan a la distancia, entre suspiros, la Tierra Prometida, hogar de Mickey Mouse, a donde nunca accederán. El contraste es brutal. Pero inventando sus juegos, ensoñando, escapan de la tragedia marginal en la que existen con sus familias.
Toda la película es un enorme comentario sobre las desigualdades que se viven al interior del gran país donde habitan los dioses de la guerra y el capitalismo. También hay miseria en Estados Unidos, la tierra del progreso, libertad y democracia. De acuerdo con la crítica de Baker, la subsistencia puede conseguirse a través del asistencialismo, con el que el gobierno se apiada de quienes no pueden acceder al trabajo y demás privilegios.
Pero la inopia moral, en la que vive Halley, no puede remediarse más que con una educación que ella evidentemente no tuvo, por lo que se convierte en una molestia enorme para el sistema, una enorme jaqueca.
Filmada con pocos recursos, en estilo guerrilla, la película es solidaria con la clase baja. En su último aliento, busca hacer que la niña eluda la disolución del nexo que la ata a su madre a la que ama, pese a todo. Por eso entrega una intensa escena final, que es como una catarsis desgarradora para la pequeña, a la que no le queda en la vida nada más que mantener viva una ilusión.
Proyecto Florida es un filme socialmente vigoroso, que pide compasión para chicos y grandes que están fuera del presupuesto.