4 octubre,2022 5:03 am

¿Qué implica tener cara de escritor latinoamericano?

Federico Vite 

 

Huaco retrato (España, Random House, 2021, 170 páginas) es una novela de no ficción contada en primera persona del singular por la autora: Gabriela Wiener. Es decir, el lector atiende las paradojas de Gabriela, una mujer joven de piel oscura con apellido europeo que vive en España y cree que a pesar de haber salido de Perú, y a pesar de haber tenido una vida mejor que sus padres, simplemente no está tan bien como ella pensó que estaría. ¿Por qué? Digamos que empieza a deconstruirse. Es decir, empieza a entender que a pesar de su apellido europeo ella lleva a Perú en el rostro. ¿Qué hace con eso? Realmente no mucho sino comprender a sus antepasados para, de alguna manera, ajustar el presente y el presente, para una peruana en Madrid que vive el poliamor con su esposo y su novia, ¿qué es? Es un ajuste de cuentas con las generaciones anteriores. Se critica el machismo y el colonialismo; se aplaude el feminismo y las virtudes del poliamor. Se critican las relaciones heterosexuales y se analiza mordazmente el heteropatriarcado. Puesto en palabras más simples: Huaco retrato es un streap tease. La autora desnuda emociones, pensamientos y fracasos.

El libro arranca con la visita de Gabriela al Museé du quai Branly, en París, donde se encuentra la exposición permanente del tatarabuelo de Gabriela, el explorador judío-austriaco Charles Wiener, quien reunió material “invaluable” durante un viaje realizado entre 1876 y 1877; primero, en territorio peruano, después en Bolivia. Ella entiende que la exposición en Francia (una serie de estatuillas y momias incas) fueron robadas de Perú con el fin de mostrar a Europa la grandeza de una cultura milenaria. El asunto es que extrajo los objetos de manera ilegal. Literalmente los hurtó para beneficio propio, aunque a ojos de los europeos se ve en Charles a un explorador generoso que entregó su legado al Primer Mundo para que estuviera bien resguardado. Para Gabriela, él es un conquistador, un ratero de guante blanco. Es decir, no es nada valiente ni heroico sino un huaquero, alguien que robó eso por dinero y por prestigio. Pero lo que más llama la atención de los “descubrimientos” es que Charles compró un niño pobre para mostrar que la civilización hace mejor a los hombres, incluso a los peruanos. Ese chico, bautizado como Juan, aprendió muchas cosas y logró abrirse camino en una sociedad que siempre le vio como una diversión, una mera curiosidad. Parte del proyecto civilizatorio de Charles implicaba que al arrancar a Juan de la miseria y los vicios de sus padres —la madre vendió al chamaco para seguir bebiendo alcohol— lo pondrían dentro de una especie de zoológico. Ahí sería visto por todo mundo; en especial, podía ser observado durante el proceso civilizatorio. Es decir, usted podría verlo enjaulado como un animalito de la creación. Charles no dio con Machu Picchu, pero dejó un mapa para que los otros investigadores lograron encontrar esa ciudad atemporal. Otra deriva del libro es que Gabriela regresa a Perú por el funeral de su padre, Raúl Wiener. Él es un reportero de izquierda. Fiel a la causa e infiel al matrimonio. Tenía dos familias; en una usaba un parche en el ojo, en otra no; pero en ambas mentía. Al morir se revela esa historia, la de las dos familias, y eso agranda las reflexiones generacionales de la autora. Sin enunciarlo, se pregunta, ¿es mucho más exitoso el poliamor que la monogamia? ¿Es mucho más poderosa la simulación de cambiar el mundo que la estridencia de la realidad? Esta legión de infamias (el saqueo arqueológico, la infidelidad, el sometimiento y destierro a las mujeres de la familia Wiener) son enunciadas con la intención de visibilizarlas. El libro ilumina esas zonas oscuras. Es más cercano a un trabajo periodístico; básicamente, a una crónica; pero su organización caracteriza a una novela.

En Huaco retrato la autora organiza el texto desde la estructura piramidal con la que labora diariamente un reportero, es decir, valora la importancia informativa de los hechos. “Los cronistas tenemos algunos privilegios, somos como la primera clase de la prensa, redactores parejos, artistas de la información, no somos escritores, pero Dios nos libre de ser solo periodistas”. Lo que la autora hace en este volumen es tejer una novela con visos al relato histórico, al diario personal, la poesía, el relato erótico, el panfleto feminista y el poliamor. Por encima de todo esto, los conceptos puestos en la historia describen la institucionalización del racismo. Moldea pues un texto para explicarse por qué una peruana en Madrid está constantemente luchando contra esa historia latinoamericana que llevamos en el rostro.

Estamos ante un libro que pone en perspectiva un asunto mucho más complicado de condensar. Déjeme decirlo con una pregunta, que en el fondo, es lo que hacen los libros interesantes, hacer preguntas: ¿Puede un latinoamericano despojarse de su historia, obviamente forjada por conquistadores? Yo creo que sí, pero no es una empresa sencilla. Eso dispone sobre la mesa Gabriela Wiener. Aunque ella le da un poco de sabor al asunto con una pregunta más, ¿qué significa tener cara de peruana? Ella, a pesar de que es una periodista y escritora, la han considerado en más de una ocasión como una mujer destinada a realizar labores domésticas y de servicio como sucede con muchos latinos en Europa. Luchar contra eso nos incumbe. No sólo porque nos hará conscientes de muchos asuntos sino porque nos quita taras mentales (esto va más allá del sí se puede manido por los políticos, deportistas y porristas de la 4T) y acendrará esto que somos.

Huaco retrato aglutina los hechos. Crea subtramas que permiten abrir el análisis del apellido Wiener en Perú. La autora se detiene en las mujeres; madre, abuela y tatarabuela. Describe el embeleso de todos, peruanos y europeos, por el apellido austriaco. Basta con pronunciarlo (a veces lo oralizan mal, pero eso no obsta) para que las puertas del mundo se abran. Al rastrear un apellido los vestigios de la colonización no tienen esa distancia que tratan de atenuar muchos investigadores con cientos de libros y pasajes históricos. En este caso, la colonización adquiere matices esenciales. Esa es la valiosa aportación de Gabriela: mostrar el trabajo decolonial en nuestra sique y nuestra piel. “El colono es blanco. La historia es blanca y masculina. […] Supongo que ahora que está muerto lo poco de blanco que hay en mí se ha ido con él, aunque siga usando solo su apellido, y nunca el de mi madre, para firmar todo lo que escribo”.

Cuestión aparte es que en el ámbito estrictamente literario, Huaco retrato no ofrece mucho, es como si la ambición literaria no fuera una meta. La autora da por sentado que la novela no da para más. Me refiero a que el género en sí no ofrece muchas más novedades. Así que sin prisa ni pena, Gabriela aborda su deconstrucción como lo haría un marinero certificado en la navegación del cauce narrativo. Se trata de aguas largamente recorridas por los autores canónicos de la novela de aprendizaje: bildungsroman. Es un casaca conocida la estructura del libro, pero permite radiografiar con una estructura simple asuntos que parecen mero perogrullo, pero tiene muchísimo que ver con nuestro presente: “Nunca dejamos de buscar lo que fuimos/ para comenzar a ser lo que soñamos”. Pero esencialmente, Huaco retrato es una refinado producto de nuestro tiempo. “¿No es acaso lo que hacen los escritores, saquear la historia verdadera y vandalizarla hasta conseguir un brillo distinto en el mundo?”.