3 agosto,2020 5:46 am

¡Qué poca…. empatía!

Jesús Mendoza Zaragoza

 

El titular de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha señalado que los rebrotes del Covid-19 en Europa han tenido como factor importante a los jóvenes, que no han acatado las medidas de prevención. Con la relajación de las medidas del confinamiento, llenaron las playas, invadieron los antros y centros nocturnos sin calcular las consecuencias relacionadas con la prolongación de la pandemia. Con la intención de llamar la atención de los jóvenes, les hizo el llamado a proteger especialmente a los que tienen el mayor riesgo de contraer el Covid-19. Incluso les insistió que, por el hecho de ser jóvenes, “no son invencibles”. Por otra parte, el personal de salud en México se ha lamentado de manera recurrente de que mientras médicos, enfermeras y voluntarios están arriesgando su vida en los hospitales, mucha gente inconsciente se coloca en condiciones de riesgo de manera irracional.

Estos hechos nos revelan una situación muy común en todas partes, a la que no se le ha puesto la atención suficiente: los niveles bajos en desarrollo humano, que tiene en la empatía uno de sus indicadores fundamentales. Crecemos con una gran carencia que hace muy difícil la convivencia cuando no desarrollamos la actitud empática como parte importante del crecimiento personal y de la convivencia social. La empatía, como actitud humana, nos permite asomarnos al mundo del otro y de los otros con el ánimo de comprenderlos y de ayudarlos en sus necesidades y de trazar relaciones adecuadas mirando el bien propio y el de los demás. En tiempos de sufrimiento, viene a ser una necesidad básica para superar el dolor, la rabia, la culpa y todos los sentimientos y emociones que nos obligan a replegarnos y a alejarnos de los demás.

El asunto de la empatía tiene una gran relevancia social, pues se manifiesta en todos los ámbitos de la vida. Si no somos empáticos la pasamos mal porque no interactuamos de manera adecuada aportando soluciones a los problemas o apoyando las causas humanitarias que lo requieren. Pienso en el caso de los desaparecidos, cuyas familias no logran el apoyo social que necesitan y se estrellan contra la indiferencia social y política. De ordinario, actuamos a partir de simpatías y nos encerramos en ellas. Simpatizamos con un gobierno, con un partido político, con una ideología, con un credo religioso, con un deporte, con una afición, con una actividad artística, con determinado tipo de personas y ahí nos encerramos. Pero no solemos pasar al terreno de la empatía que nos da la capacidad de trascender simpatías y antipatías con el fin de trazar lazos humanitarios, de manera que seamos factor de solidaridad y de fraternidad.

Las familias de las víctimas de la violencia y, en particular, las familias de los desaparecidos requieren de la empatía social, que no suelen encontrar. Esas familias tienen que tragarse solas su dolor y buscar, en medio de la incomprensión y de la indiferencia, la justicia que necesitan. Eso lo estamos experimentando en estos meses, de otra forma, durante la pandemia. Las familias que se han quedado sin trabajo no han contado con la empatía social y política suficiente para estar en condiciones de cuidarse y de solventar sus necesidades materiales.

Nos encontramos ante una honda carencia en cuanto a desarrollo humano. Nos hemos abocado a resolver los problemas olvidándonos de nosotros mismos. Vivimos extrovertidos al grado que abandonamos nuestra interioridad. No nos hemos dado cuenta de que el mejor recurso con el que contamos para hacerle frente a la vida es cada persona y que todos los demás recursos, sean técnicos, políticos, económicos o culturales son complementarios. Desarrollamos capacidades laborales y tecnológicas, pero no nos desarrollamos como personas. ¡Cuántos viven tan extrovertidos en el uso de tecnologías, pero no pueden manejar su propia vida! Nos capacitamos para trabajar, pero no para vivir; para producir, pero no para convivir; para ser eficientes, pero no para ser solidarios.

Quien no está capacitado para manejar sus propios sentimientos y sus propias emociones, no podrá entender los sentimientos o las emociones de los demás. Y, definitivamente, está discapacitado para el ejercicio de la empatía en el ámbito social, económico y político. La educación, en la familia y en la escuela no fortalece el ser de la persona sino suele enfocarse a las capacidades económicas y laborales. La educación, así entendida, prepara para trabajar en la maquinaria del mercado laboral pero no prepara para afrontar la vida con un necesario sentido de humanidad.

Y si a esto añadimos las condiciones económicas de extrema pobreza de gran parte de la población, que no le permite el desarrollo humano correspondiente puesto que la zozobra económica y social condicionan de una manera importante el cuidado del espíritu. La pobreza inhibe el desarrollo humano cuando las personas están tan aturdidas en su sufrimiento que no logran pensar en satisfacer sus necesidades espirituales y comunitarias. He encontrado pueblos sumidos en la pobreza, el alcoholismo y tantas carencias, que no tienen capacidad de pensar su futuro, de organizarse y de luchar colectivamente por sus derechos.

La carencia de actitudes empáticas hace muy difícil la convivencia social y el mismo desarrollo. Sin la empatía, la democracia se vuelve un juego de poder en el que minorías poderosas reciben los beneficios en aras de sacrificar a las mayorías. ¿Acaso no es verdad que una capacidad fundamental para el ejercicio del poder público es la empatía? Lo mismo hay que decir de la organización de la sociedad en todas sus formas. En cuanto más empática sea una institución o una organización más puede contribuir a la justicia y a la paz.

La pandemia del Covid-19 se ha alargado como no nos imaginábamos. Y han sucedido tantas cosas relacionadas con la empatía. Ha habido instituciones y organizaciones que se han enfocado hacia los sectores más vulnerables para ofrecerles, de manera incondicional, apoyos básicos mientras que ha habido actores que lo han hecho con claras intenciones y finalidades políticas y esperarán su tiempo para cobrárselo. Hay comunidades indígenas y campesinas que se han organizado para para protegerse por sí mismas. Pero se han dado tantas manifestaciones carentes de empatía en gobiernos, iglesias, empresas, organizaciones sociales y demás. Y no digamos, ciudadanos que no saben mirar a los otros como personas con necesidades que urgen respuestas de compasión y de ayuda. En definitiva, el alargamiento de la pandemia ha dependido y va a depender de la capacidad empática de todos.