7 enero,2018 6:33 am

RAZONES VERDES

Eugenio Fernández Vázquez.

Ante el desconsuelo, resistencia y alternativas.

En materia ambiental, el sexenio que viene pinta tan gris como el que está por terminar, y peor que los anteriores. Las incógnitas están abiertas, pero es casi seguro que el cuidado del mundo que habitamos, del que dependemos para beber, comer, respirar… para vivir, quedará en un muy lejano tercer o cuarto plano, sin importar que la presidencia la gane Andrés Manuel López Obrador, José Antonio Meade o Ricardo Anaya. Así las cosas, ¿qué nos queda a quienes queremos seguir viviendo en el planeta, a quienes sí sabemos que hay que actuar con contundencia, urgencia y conocimiento de causa? Nos queda construir alternativas desde abajo y resistir con fuerza y con pedagogía.

Cada quien optará por lo que quiera frente a las urnas. Cada cual decidirá qué es menos malo. Algunos optarán por respaldar a Anaya, y regresar a la simulación de Felipe Calderón o de Vicente Fox: ambos presidentes panistas pretendieron ocuparse del medio ambiente al tiempo que apostaban por medidas cosméticas y cortoplacistas, como la reforestación a lo bruto que tan atinadamente denunció Greenpeace cuando el escándalo de ProÁrbol.

Otros considerarán que es mejor renunciar de plano a cualquier acción significativa y ocuparse de otras cosas. Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) y las dependencias a su cargo se convirtieron en botín y fuente de recursos para personajes que no tenían idea de lo que hacían en el sector.

Para los votantes de Andrés Manuel López Obrador, en cambio, lo que queda es el desconsuelo, o la resignación. La alegría de ver a personajes como María Luisa Albores, con una trayectoria brillante en agroecología y construcción de una forma distinta de desarrollo, perdió todo sentido al ver que al frente de Semarnat López Obrador nombraría a Josefa González Blanco Ortiz Mena, una perfecta desconocida, sin ninguna experiencia en el sector público, con un rancio linaje priista. Su nombramiento señalaría que, en materia ambiental, el gobierno de Morena traería la terrible combinación de lo peor del panismo –la simulación, la corrupción, la tontería– con lo peor del priismo –la corrupción, la tontería y la represión.

Ante este panorama, e independientemente de cuál sea la opción electoral que se tome –la abstención, el voto nulo, el voto por alguno de los candidatos, todo se vale–, no queda más que trabajar para llevar un paso más allá las alternativas sociales, económicas, ecológicas que se han desarrollado desde hace ya mucho tiempo. Los políticos del sistema de partidos no dejan más opción que trabajar frente a ellos y contra ellos.

Esta tarea no es nueva, y muchas organizaciones tienen una riquísima experiencia. Las bases zapatistas tienen ya dos décadas construyendo nuevas formas de hacer política y de gobernar los entornos locales. Las organizaciones cafetaleras, como la propia Tosepan Titataniske a la que pertenece María Luisa Albores, o la Coordinadora Estatal de Productores de Café de Oaxaca, así como las redes de campesinos contra los transgénicos en Yucatán y decenas de miles de productores organizados en todo el país, tienen muchos años de reinventar la forma de producir y de relacionarse con los consumidores. Organizaciones que van desde Tlachinollan –en Guerrero– hasta Fundar, desde el Frente Indígena de Organizaciones Binacionales hasta asociaciones muy locales de defensa del territorio y los derechos humanos, nos han mostrado una forma distinta de ser ciudadanos, de enfrentarse y resistir al poder con astucia, con dignidad y con fuerza.

Hay que seguir su camino, llevarlo más allá. Hay que profundizarlo, darle más fuerza, solidarizarse con quien lo abre. Hay que trabajar cada cual desde su trinchera para inventar otras formas de hacer las cosas y para articularlas, frente al poder y contra él. Es una ruta larga, laboriosa y, a veces, dolorosa, pero es la única.