
LASCAS
Memoria y acontecimiento
Julio Moguel
Note bene: He querido “cerrar” el ciclo de entregas con esta perla recogida de la extraordinaria y lúcida memoria de Doña Amalia Solórzano, con algunos segmentos del libro que próximamente aparecerá con el título de Buenos días, General. Hubiéramos querido alargar el mencionado ciclo “Cárdenas del Río-Amalia Solórzano”, pero preferimos ya, a estas alturas, esperar a que aparezca en letra el mencionado libro para que dé cuenta del conjunto de la historia.
El próximo bloque de entregas estará dedicado a la historia y a la literatura, y muy particularmente a los vínculos íntimos que identifican o deben identificar la relación entre ambas “especialidades” o materias.
***
¿Cuáles son tus recuerdos, mi General? Es decir, ¿cuáles son tuyos y cuáles son de Amalia? ¿Se fundieron a lo largo de los casi cuarenta años de caminar y caminarse juntos? ¿Cómo decantar lo que el tiempo mezcla y entrevera en la extraña argamasa mental de sueños-hechos y de hechos-sueños? Alguien dijo que recordar es reconstruir, de tal forma que nunca es dable encontrar la verdadera “imagen original”. Muchas veces es la imaginación la que reanima la memoria y le concede a “la imagen” pensada su formato definitivo. De ser cierta esta idea, habría que decir que, en sentido estricto, muchos recuerdos no nos pertenecen, sino que se han ido conformando, como las estalactitas y las estalagmitas, por la vía del juego de nuestra implicación vital con los cercanos y con la pareja. Pero nunca habrá imágenes estrictamente únicas para dos o más de dos, pues lo “igual” se filtra laboriosamente en el campo único y diferenciado de nuestra propia subjetividad. Más aún si algunos de los recuerdos más íntimos y primarios se construyen o reconstruyen desde la ensoñación, y ésta es femenina.
Si el verbo es recordar, la memoria es la de doña Amalia.
***
7 de marzo de 1970.
Doña Amalia no cree en premoniciones, ni en señales o designios divinos, pero últimamente no ha dejado de pensar que el eclipse que viene algo tiene que ver con la vida del General. ¿Bueno o malo? Para ella es ahora imposible descifrar lo que no proviene en realidad de la bóveda celeste sino de su propio corazón, de las acumuladas angustias generadas por la enfermedad reciente de su esposo que, todo mundo le dice y le repite, es pasajera, afección controlable, nada. Pero la opresión del pecho no deja de existir porque alguien diga, los insomnios se repiten sin piedad y las dudas caminan por la mente entre las horas, y es por ello que el sábado 7 de marzo en la mañana, en espera del eclipse, ella piensa que tal vez los astros algo quieran decir, y algo le digan.
Los que saben de esas cosas informaron a los medios que la luna llegaría puntual a su cita con el Sol a las 11 horas, 29 minutos, 2 segundos. En la mañana muy temprano el doctor Agustín Arroyo les hizo llegar unos lentes especiales, que para que no se les quemara la retina. ¿Lo observarán desde el jardín de la casa de Andes? Es una tentación reforzada por los que allí laboran, quienes ya se hicieron de unos vidrios ahumados para observar la comunión astral. Pero Lázaro y Amalia deciden verlo por televisión, pues los nietos se encuentran de visita desde un día anterior y no es cuestión de arriesgarlos a que vivan la experiencia sin la protección prescrita. Les interesa, además, escuchar los comentarios sobre el tema, de cómo se verá el eclipse en otras partes de la Tierra, y saber si se parece o distingue de otros eclipses del pasado.
Son las 11 en punto cuando la exaltada voz del locutor informa que éste será el tercer eclipse total de Sol del siglo XX que se contemple en México. Que el primero fue en 1900 y el segundo en 1923. Y dice también que otro día 7 de marzo, pero éste de 1951, los mexicanos disfrutamos uno parcial que fue visible en todos los rincones de nuestra geografía.
¿Cuál será el radio de visibilidad del eclipse? Un mapa se muestra en las pantallas televisivas: se observará en su fase total desde una zona que empieza en el Océano Pacífico, muy cerca del Ecuador, atraviesa México por los estados de Veracruz y Oaxaca, cruza el Golfo de México para penetrar hacia el norte por Florida y Georgia, bordear la región costera de Carolina del Sur y del Norte, continuar por Nueva Escocia y Terranova y terminar aproximadamente al sur de Islandia.
En la isla de Cuba también existe una notable expectación, pues allí se verá parcial, pero en un ochenta y cinco por ciento en La Habana, siendo el eclipse más importante por su magnitud en los últimos cuarenta y siete años. Por ello, ni tardos ni perezosos, los gobiernos de la URSS y de Alemania del Este ya han enviado a la tierra de Castro sendas expediciones científicas para observar el fenómeno, contando para tal efecto con el extraordinario radiotelescopio que los soviéticos donaron en 1969 al Instituto de Astronomía, de la Academia de Ciencias, así como con equipos de radiosondas y ozonosondas y un espectrofotómetro.
A las once y quince aparecen en la pantalla electrónica imágenes de gente apretujada en las esquinas, balcones y azoteas, enlazados todos por el único interés de ver lo que pase allá en el cielo, de observar la maravillosa fusión de luna y Sol, de Sol y luna –poder de las ensoñaciones asociadas, hermoso coito del milagro astral–, algunos de ellos con sus binoculares de cartón y vidrio de fondo de botella, otros con gafas precarias hechas con películas veladas, sin faltar los que lograron proveerse con caretas para soldadura, esperando el momento, cuando llega al fin la hora y el minuto y el segundo, y en el vitral televisivo se observa cómo la Luna se desliza majestuosamente en su piragua de nubes para abrazar al disco incandescente. La estampa se vuelve suprema cuando la luna oculta al Sol en forma plena y corona su redondez con una hermosa cabellera dorada. La atmósfera enfría entonces ligeramente mientras informes sombras caprichosas envuelven objetos, personas, animales, y sutiles rumores envuelven el ambiente. Los faros de los coches se iluminan de improviso y los claxones estallan, cuando en algún lugar del ámbito terrestre las aves marinas confunden sus quehaceres y vuelan en parvadas para buscar refugio, y en el zoológico de Chapultepec los animales enloquecen.
En el punto geográfico de mayor visibilidad de ese milagro natural, un Miahuatlán convertido desde días atrás en la capital científica del mundo, además de astrólogos, antropólogos, etnólogos, físicos y esotéricos, se concentran: turistas de toda laya y color, extranjeros y nacionales; hippies veinteañeros en búsqueda de aventuras o de la energía sideral; marxistas, leninistas o maoístas trasnochados y de los otros; militantes y propagandizadores activos del sexo libre; activos de la iglesia de los santos de los últimos días, católicos (los más) y protestantes; plutócratas disfrazados de gente común, con su tropel de chóferes, empleados de cuello blanco y sirvientes; profetas del fin del mundo o de la resurrección total; psicólogos y médicos a modo, para lo que se ofrezca en el momento del éxtasis global; pintores abstractos o costumbristas, en búsqueda de alguna próxima inspiración; practicantes del budismo zen y aprendices de brujo; amantes de los hongos y del peyote; cantantes, artistas espontáneos o labrados y filósofos de por sí o por aprendizaje sedimentado en aulas, cafeterías, bares y cantinas; cronistas, periodistas, reporteros, poetas, locos y desahuciados. Y todos ellos rezuman una extraña calidez extática.
El próximo eclipse de Sol que se verá en México será el 11 de julio de 1991, con una duración de más de seis minutos, y el último eclipse total del siglo XX que se observará en algunos puntos del planeta será el 11 de agosto de 1999, en una franja que se extenderá desde la Gran Bretaña hasta la India. Estos últimos podrán verlos los nietos, murmura doña Amalia, mientras Lázaro piensa sin pestañear que él ya no contemplará ninguno.