7 agosto,2021 9:59 am

Recuerda Luis de Tavira cómo pasó de la reclusión religiosa a las marchas del 68

El director de teatro, con 50 años de trayectoria, dejó la Compañía de Jesús para enfocarse en el Centro Universitario de Teatro, del que era director

Ciudad de México, 7 de agosto de 2021. Como ocurre con frecuencia en los dramas clásicos, en tiempos donde las noticias trascendentales se comunicaban por carta, a un joven Luis de Tavira le cambió el destino al recibir una misiva de sus superiores de la Compañía de Jesús.

Todavía entre el ventarrón causado por el Segundo Concilio Vaticano, en los convulsos años 60, los jesuitas tomaron la determinación de que sus más jóvenes novicios, como él, habrían de completar su educación superior fuera de la orden.

El contenido de la carta fue inesperado para el veinteañero De Tavira (Ciudad de México, 1948): habrían de mandarlo a la UNAM a estudiar teatro en la Facultad de Filosofía y Letras.

“Y ahí es donde yo entro en este enigma, que suelo decir: ‘Uno cree que elige el teatro, pero no es así; es el teatro quien lo elige a uno’”, recuerda en entrevista.

Con más de 100 montajes escénicos dirigidos, actuados o escritos, y tras haber fundado o refundado instituciones como la Casa del Teatro y la Compañía Nacional de Teatro (CNT), es difícil imaginarlo en otra cosa.

Nacido entre nueve hermanos, tuvo una infancia marcada por los juegos de imaginación colectiva y por el interés de su padre, un refugiado español, por que leyeran o fueran al cine en lugar de ver la televisión.

Como cuadrilla que alcanzaba para formar un equipo completo de futbol en las cascaritas de la cuadra, los De Tavira regresaban a casa de las matinés dominicales y, sin saberlo, jugaban a “reconstruir” la película que habían visto.

“Siento que ahí empezó mi primera manera de jugar al teatro, sin saber qué era el teatro; decíamos que eran las películas, pero no estábamos filmando, estábamos reconstruyéndolas teatralmente”, explica.

Recuerda también como parte de su educación teatral temprana cuando lo llevaron al Auditorio Nacional en primer año de primaria a mirar un espectáculo gigantesco sobre Narciso Mendoza, el Niño Artillero de Cuautla, bajo la dirección de Ignacio Retes, con quien colaboraría intensamente muchos años después.

Aunque ha dirigido obras en múltiples formatos y en recintos de distinta capacidad, a De Tavira se le conoce por puestas en escena de gran monumentalidad, tal vez inspiradas, inconscientemente, por aquella experiencia.

Antes de todo ello, sin embargo, De Tavira, de 20 años, tuvo que pasar de la piadosa reclusión espiritual a la convulsa UNAM del 68.

“Lo que me toca es un bautizo de realidad con el movimiento estudiantil. Yo venía de vivir en la clausura de una comunidad religiosa y era entrar a las marchas, las manifestaciones, Tlatelolco, a todo esto que sacudió de esa manera tan poderosa e inolvidable a México y a la juventud”, declara.

Además ocurría entonces que al teatro se le había impuesto una sentencia de muerte a causa de la preeminencia de la televisión y el cine, pero los prodigiosos 60 traerían una eclosión de experimentos que transformarían radicalmente la teatralidad, celebra.

En la UNAM, De Tavira estudió con grandes nombres como Luisa Josefina Hernández, Carlos Solórzano, Margo Glantz y al que considera su maestro decisivo, Héctor Mendoza, quien le anunció que su verdadera vocación estaba en la dirección.

“Lo que he hecho toda mi vida es dirigir. Alguna vez he actuado, en ocasiones escribo, también siempre he dado clases, pero yo soy, ante todo, un director”, declara.

Para que esto pudiera pasar, sin embargo, le fue impuesta la toma de una decisión muy pronto en la vida.

Con la llegada de Juan Pablo II al papado, en un evento que recuerda como el Wojtylazo durante sus años en la Facultad, la Compañía de Jesús fue descabezada y le obligaron a recluir de nuevo a sus jóvenes.

“En ese momento ya era director del Centro Universitario de Teatro, entonces imagínate: estoy en semejante compromiso y me dicen que no, que siempre no. Entonces dije: ‘Para mí no es así, estoy siendo leal y obediente al seguimiento que empecé y al que ustedes me impulsaron’”.

Y sucedió la escisión.

Hoy, cuando le preguntan sobre los hitos de su carrera de cinco décadas, zanja: “No me toca a mí. Sí creo que hay espectáculos que recuerdo con mayor intensidad, pero son mundos”.

Entre esos mundos están Georg Büchner, Botho Strauss, Vicente Leñero y, desde luego, Bertolt Brecht, el dramaturgo con el que más consistentemente se le relaciona. “Tiene que ver con mi trayectoria y el hallazgo de mi identidad estética en el teatro”, explica.

Sobre su oficio, argumenta: “Lo que a mí me ha importado en el trabajo teatral es esta preocupación que siento en nuestro afán por el teatro, y es que no dejamos nada, que no heredamos nada, que trabajamos en el aire”.

Esto, asegura, lo ha llevado a preocuparse por la fundación y conducción de espacios como la Casa del Teatro y la refundación de la CNT de 2008 a 2016.

La creación de estos espacios, aunque le ha valido reconocimiento, también le ha acarreado críticas de parte de generaciones más jóvenes.

“Hay ciertas acusaciones que me parecen totalmente injustas. Esto que suele decirse es que ‘A Tavira le dan’. ¿Qué me han dado? ¿Qué me han dado a mí que no se ha quedado?”, revira.

Sereno, De Tavira refuerza lo que, asegura, ha sido la labor de su vida: “He trabajado denodadamente porque la sociedad mexicana tenga teatro y porque mis colegas tengan dónde y cómo hacer teatro”.

Y eso es lo importante en un oficio que considera vital. Al fin y al cabo, define: “El teatro es como el pan”.

Texto: Francisco Morales V. / Agencia Reforma