6 abril,2019 6:37 am

Salvaje

Octavio Klimek Alcaraz
 
El pasado 3 de abril fue publicada una carta en el diario británico The Guardian titulada Una solución natural al desastre climático. Las crisis climáticas y ecológicas pueden abordarse mediante la restauración de bosques y otros ecosistemas valiosos, dicen científicos y activistas (https://www.theguardian.com/environment/2019/apr/03/a-natural-solution-to-the-climate-disaster). La carta es firmada por más de 20 reconocidas personalidades a nivel global como la escritora Margaret Atwood, el profesor de ciencias de la atmosfera Michael Mann, la escritora y activista Naomi Klein, el presidente de las Islas Maldivas, Mohamed Nasheed; el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, el músico Brian Eno y seguramente uno de sus principales promotores, el escritor y ecologista George Monbiot, entre otras personalidades. En cuatro párrafos señalan de manera textual lo siguiente:
“El mundo enfrenta dos crisis existenciales, que se desarrollan con una velocidad aterradora: la degradación del clima y la degradación ecológica. Tampoco se está abordando con la urgencia necesaria para evitar que nuestros sistemas de soporte vital se conviertan en una espiral de colapso. Estamos escribiendo para defender un enfoque emocionante, pero descuidado para evitar el caos climático mientras defendemos el mundo viviente: soluciones climáticas naturales. Esto significa extraer dióxido de carbono del aire mediante la protección y restauración de los ecosistemas.
“Al defender, restaurar y restablecer los bosques, las turberas, los manglares, las marismas, los fondos marinos naturales y otros ecosistemas cruciales, se pueden eliminar grandes cantidades de carbono del aire y almacenarlas. Al mismo tiempo, la protección y restauración de estos ecosistemas puede ayudar a minimizar una sexta gran extinción, al tiempo que mejora la capacidad de recuperación de la población local contra los desastres climáticos. La defensa del mundo vivo y la defensa del clima son, en muchos casos, lo mismo. Hasta ahora, este potencial se ha pasado por alto en gran medida.
“Hacemos un llamado a los gobiernos para que apoyen las soluciones climáticas naturales con un programa urgente de investigación, financiamiento y compromiso político. Es esencial que trabajen con la orientación y el consentimiento libre, previo e informado de los pueblos indígenas y otras comunidades locales.
“Este enfoque no debe utilizarse como sustituto de la rápida y completa descarbonización de las economías industriales. Un programa comprometido y bien financiado para abordar todas las causas del caos climático, incluidas las soluciones climáticas naturales, podría ayudarnos a mantener el calentamiento del planeta por debajo de 1.5 grados centígrados. Pedimos que se desplieguen con la urgencia que demandan estas crisis”.
La carta podría parecer una de tantas de las buenas conciencias de los países desarrollados. Pero me interesó su publicación, ya que acabo de conocer un nuevo libro del británico George Monbiot, que es columnista semanal de The Guardian, que se titula: Salvaje. Renaturalizar la tierra, el mar y la vida humana (Ed. Capitan Swing, 2017). Un libro de 15 capítulos de fácil lectura, que debo suponer es base fundamental de dicha carta. Monbiot trata de demostrar cómo, restaurando y resalvajizando nuestros dañados ecosistemas en la tierra y en el mar, podemos traer la maravilla de la naturaleza nuevo a nuestras vidas. Él entiende que resalvajizar, a diferencia de la conservación, “no tiene ningún objetivo fijo: no lo impulsa la gestión humana, sino procesos naturales.” Además, señala que el principal propósito de resalvajizar es restaurar todo lo posible las interacciones dinámicas de la ecología. Monbiot señala que se trata de restaurar la diversidad trófica, que “significa aumentar las oportunidades que tienen los animales, las plantas y otras criaturas de alimentarse los unos de los otros, reconstruir los hilos rotos de la cadena de la vida”.
Aunque es un libro que se centra mucho en el caso británico y europeo, debido a que perdieron mucho de su naturaleza hace varios siglos, en especial con la tala de sus bosques, sustituidos por plantaciones durante la época de la Revolución Industrial entre los siglos XVIII y XIX. Puede parecer que muchas de sus ideas no son posible en otros lugares del mundo, como el propio autor plantea.
Incluso afirma de manera general que los grupos ecologistas intentan proteger a los animales y plantas que viven en hábitats cultivados del siglo pasado, en lugar de imaginar lo que podría vivir allí si dieran un paso atrás.
Nosotros todavía no acabamos con nuestros depredadores como en Europa. Nuestra diversidad trófica por tanto no ha llegado al nivel de deterioro del Viejo Continente. El conocimiento tradicional se ha salvaguardado pese a su creciente erosión. En fin, tenemos un rico patrimonio biocultural, que nos lleva en muchos lugares de la ahora Latinoamérica a la denominada conservación de facto por los pueblos indígenas.
Lo que me gusta del libro de Monbiot es su canto por regresar a la naturaleza, al salvajismo. Nosotros todavía tuvimos cierta cercanía a la naturaleza, por lo menos mi generación, ya que, ahora debido a la inseguridad, es para las nuevas generaciones cada día más difícil acercarse a ella de manera constante. El peligro es que no sólo continúe la extinción de especies, sino, como se observa, las olvidemos. Olvidamos cómo son de fascinantes los animales y las plantas en la naturaleza.
Por ello, Monbiot propone no sólo restaurar ecosistemas dañados, sino también redescubrir los placeres profundos de la naturaleza que, nuestra sociedad está olvidando. Defiende que actividades como explorar bosques o navegar ríos despierta en nosotros emociones placenteras. Así nos reconectamos con el animal que somos.
Por otro lado, regresando a su vinculación con la carta citada en el principio, me permito comentar que su apelo a encontrar soluciones climáticas naturales, como la restauración o resalvajizar con un programa urgente de investigación, financiamiento y compromiso político debe venir de los países ricos, principales causantes, sin duda alguna, del desastre climático.