29 marzo,2024 5:44 am

Taxco: incuria, barbarie y amenazas

EDITORIAL

La ciudad de Taxco ha vivido semanas de violencia con episodios de barbarie, impulsada por la delincuencia de todo tipo y la incuria de autoridades de todo nivel. El que parecía un Jueves Santo de paz, propicio como antes para la celebración religiosa y el esparcimiento de las familias, terminó estremecido por acontecimientos de una dimensión que es difícil asimilar.
Es escandalosa la persistencia de huecos en la cadena de procuración de justicia en Guerrero, que estallaron hace apenas tres semanas con el asesinato del normalista Yanqui Kothan Gómez Peralta en Chilpancingo y que condujo a la caída de tres funcionarios estatales de primer nivel.
En el caso de la menor secuestrada y asesinada en Taxco, hubo denuncia, investigación y hasta localización temprana del cadáver. Pero no siguió de inmediato la orden de aprehensión y captura de los presuntos responsables, también identificados rápidamente.
Hubo despliegue policial y militar en torno a la multitud que durante horas reclamaba justicia, a unos metros de la vivienda en la que se hallaban los supuestos agresores. Pero no hubo fuerza suficiente para disuadir a esa masa exaltada, que se convirtió en ariete humano para irrumpir en el lugar acción que a la postre llevó a la muerte a una mujer y dejó con lesiones de extrema gravedad a dos hombres.
Ya en vías de evacuación de los posibles victimarios de la menor, convertidos en víctimas de la turba, los agentes policiacos y los militares no atinaban a tomar decisiones o emprender acciones. Frente a los ojos de los uniformados persistió el ataque salvaje contra los señalados por el feminicidio.
Cuando al final se retiró la policía con los tres sometidos al linchamiento, no había una ambulancia que les prestara los primeros auxilios. Los tres pudieron haber muerto en la vía pública, ante la impotencia de los mandos policiacos y castrenses.
Los obispos de Guerrero, actores de creciente protagonismo en la gestión de espacios de paz dentro de la convulsa situación del estado, habían anunciado un acuerdo con el crimen organizado para que permitiera celebrar la Semana Santa sin ataques ni amenazas a la población.
El aviso era de honda significación, pues el año pasado, en uno de los extremos a los que ha llegado la violencia en la entidad, los delincuentes impusieron a las cofradías la compra forzada de implementos del ritual en favor de determinados proveedores. La extorsión irrumpió entonces en el corazón de la fe religiosa en una ciudad en la que se lleva a cabo una de las celebraciones más importantes del país y que congrega a miles de turistas.
En el último año ha sido más visible la expansión de ese delito en los comercios de la ciudad colonial, sometidos dueños y empleados a las amenazas y cobros ilegales de la delincuencia. La lucha sorda por la extorsión derivó en el asesinato de un chofer lo que llevó a un paro del transporte público a fines de enero por una semana. Y apenas dos semanas después, el 15 de febrero, el alcalde Mario Figueroa Mundo escapó de milagro a un ataque a tiros en el que se usaron fusiles automáticos AK-47.
Pero los acontecimientos del Jueves Santo rebasaron ampliamente los escenarios conocidos. La tregua pactada se quedó corta. El estallido de indignación y de exigencia de justicia por el doble agravio contra la niña, se convirtió en su contrario, al empujar esa energía hacia una nueva atrocidad, esta vez cometida de manera tumultuaria.
Entre tantos ángulos inadmisibles de este grave episodio, destaca la estruendosa irresponsabilidad de las autoridades. Durante horas no hubo poder alguno en el municipio ni en el estado que apremiara al Poder Judicial para que librara la orden de aprehensión. No hubo quien advirtiera la animosidad creciente en la multitud, que impuso un cerco fatal de varias horas a los presuntos atacantes de la menor.
Ya no sólo hay franjas rurales sujetas al imperio absoluto de la delincuencia. A plena luz del día, en el centro de una ciudad turística y comercial como Taxco, hay muestras de que el estado transita hacia una peligrosa ingobernabilidad, que urge atajar, antes de que sea demasiado tarde.