30 octubre,2020 5:19 am

Taxi aéreo en Costa Chica

La política es así

Ángel Aguirre Rivero

 

Mi papá Delfino Aguirre fue mi inspiración, aunque a veces se ausentaba por su sentido de responsabilidad. Su trabajo en el comercio lo obligaba a salir constantemente.

Para mí era una fiesta cuando regresaba de sus jornadas largas, de sus travesías. A veces se ausentaba más de una semana.

Mi madre María Dolores Rivero fue ejemplo de tenacidad, de trabajo, de nunca echarse para atrás. Era la que tomaba de la mano a mi padre y lo levantaba. Era una mujer única, bastante disciplinada.

Al paso del tiempo mi papá se hizo de dos avionetas, una de ellas era la más grande que existía en la pista aérea de Ometepec.

Según me narran, había cerca de 20 avionetas que se usaban como medio de transporte de pasajeros. Este servicio lo mismo te llevaba de Ometepec a Xochistlahuaca, que de Ometepec a Acapulco, Cuajinicuilapa o Tlacoachistlahuaca.

En su frecuente ir y venir de Ometepec a Pinotepa Nacional, él conoció a mi madre María Dolores, quien era parte de una familia relativamente modesta. Cuando decidieron unir sus vidas, se fueron a radicar al Bello Nido. Entonces don Delfino empezó a introducir carne, pescados, mariscos, muchos de ellos provenían de Corralero, muy cerca de Pinotepa, ahí bajaba la avioneta y la cargaban con esos alimentos. También empezó a llevar carne de cerdo al puerto, lo que lo llevó a la decisión de establecer una carnicería en Acapulco.

Luego, decide establecer en Ometepec una tienda llamada Abarrotes del Sur, que llegó a ser la más importante de toda la región.

En la familia todos trabajábamos, incluso a nosotros como niños nos asignaban tareas. Yo renegaba porque me dejaban la venta del petróleo, y siempre terminaba con las manos oliendo a combustible. Era los años sesenta, la época en que estudiaba en la primaria.

Recuerdo que era un tanto triste ver a nuestros amigos que salían a jugar los domingos mientras nosotros estábamos inmersos en las tareas que nos asignaban, sobre todo mi madre.

Sin embargo al final de la faena, mi madre nos compensaba con 2 pesos para disfrutar de la matinee en el cine y poder comprar un refresco o una orden de tacos dorados… no alcanzaba para más.

Don Delfino llegó a tener 40 o 50 empleados, porque era una tienda donde se vendía de todo: lo mismo granos como arroz o frijoles, que harina, latería, vinatería, petróleo, gasolina. No existían en ese tiempo las gasolineras, así que mucha gente de los municipios y la comunidades, asistían (sobre todo los domingos) a proveerse… Era impresionante ver cuántas personas llegaban a adquirir productos.

Un hijo lo que más anhela es que su padre siempre esté a su lado, pero como mi padre tenía que salir en esas largas jornadas donde no había carretera pavimentada, yo lo entendía.

Él llevaba muchas cosas a Acapulco y regresaba con abarrotes. Todos en casa lo esperábamos con mucha ilusión porque nos llevaba cosas de Acapulco que en Ometepec no había, por ejemplo el jamón o la salchicha.

Cuando llegaba mi padre nos lo disputábamos para quitarle los zapatos, llevarle un vaso de agua o tratar de agradarle.

Recuerdo que los momentos en que nos reuníamos en torno a la mesa eran muy raros, porque fuimos una familia de mucho trabajo, era muy intensa la actividad. Pero cuando lo hacíamos, él siempre estaba a la cabeza, mi madre a su lado, y los hermanos éramos colocados de acuerdo a edades.

Yo creo que un componente importante de la vida es la nostalgia, por eso atesoro mis recuerdos como un bien preciado que en momentos difíciles, me recuerdan quién soy, cuál es mi origen pero sobre todo, me dan la energía y pasión para seguir adelante.

* Este texto es parte del libro La vida es así. Relato autobiográfico que está en fase de revisión y se publicará próximamente.

Del anecdotario

Pablo Neruda en su libro Confieso que he vivido, narra en uno de los pasajes de su vida, que tenía un amigo de nombre Álvaro Hinojosa, quien tenía fama de hacer buenos negocios. Un día convenció al laureado poeta de hacer una sociedad para la adquisición de cueros de un solo pelo de focas y lobos de mar que tendrían una alta cotización en los mercados.

Haciendo un gran esfuerzo económico, Neruda cumplió con su aportación financiera por lo que de inmediato anunciaron con los medios a su alcance la venta de cueros de un solo pelo.

La bodega la tenían repleta y nadie se interesaba, hasta que un día, un talabartero de cuerpo robusto, bajo de estatura, con ojos imperterritos y muy parco de palabras, revisó los cueros y al final les dijo que esos cueros no valían nada.

Neruda y su amigo nunca pudieron vender la mercancía, por lo que el negocio fue un rotundo fracaso.

Esta anecdota me recordó mi niñez, pues alguna vez nos dijeron que había una persona que compraba corcholatas.

Mi hermano Carlos, mis primos Mateo (QEPD) y Ernesto, nos dimos a la tarea de recolectar el mayor número de corcholatas posibles.

Acudíamos a restaurantes, bares y tiendas a recoger todas las corcholatas posibles.

Cuando ya contábamos con tal vez miles de corcholatas, nos preguntamos: –¿Y ahora a quién se las vamos a vender?

Algún adulto para reírse de nuestra inocencia de niños nos dijo: –Vayan con el señor Carlos López, él compra corcholatas.

De inmediato nos trasladamos a su negocio con grandes bolsas de corcholatas.

Tío, buenas tardes (pues era hermano de nuestra abuela Gualadalupe), sabemos que usted compra corcholatas, y pues aquí le traemos éstas que nosotros hemos recolectado.

El viejito nos miró seriamente y soltó la carcajada: –No hijos, los engañaron… Es más, si quieren otras se pueden llevar las de mi tienda.

Nos miramos tristemente. La experiencia nos dejó una enseñanza: siempre que te propongan un negocio fácil, nunca vas a ganar lo que te proponen. Esa es la moraleja, ja, ja, ja…

La vida es así.