20 septiembre,2022 4:59 am

Todas las vidas de un sueño

Federico Vite 

(Primera de dos partes)

 

La extensa novela Blonde (USA, Harper Collins Publisher, 2001, 738 páginas), de Joyce Carol Oates, disecciona pasajes de la vida de Norma Jean Baker y, en especial, la construcción de la mítica Marilyn Monroe. Traza la ruta de una biografía, pero rompe el esquema del género al recrear hechos que no se pueden comprobar e inventa otros que sirven para sondear la sique de una mujer que creció sin padre y cuya madre, Gladys, vivió gran parte de su vida en un hospital siquiátrico (de hecho, la madre intentó matarla en uno de eso ataques de ansiedad e ira que la caracterizaban), y a pesar de esa tragedia (también vivió en un orfanato y sufrió abuso sexual) se convirtió en un figura pública esplendente y vivaz, cuya energía irradiaba una sexualidad salvaje. Una flor de pantano, digamos. Pero el aspecto más interesante de la novela es justamente un hecho inobjetable: Marilyn fue una actriz recurrentemente abusada por los esposos, los patrones, compañeros de trabajo, Hollywood y el presidente de Estados Unidos. Fue prostituida por un sistema, ¿por qué? Temo que era la víctima ideal: una mujer sin familia ni riqueza económica, una actriz que vivía de la capacidad expresiva de su cuerpo.

Un libro de casi 800 páginas fue escrito para personas que suelen leer diariamente más de una hora. Podría considerarse un exceso para los tiempos actuales, pero es un regocijo adentrarse en ese mundo literalmente asombroso. Este documento fue publicado hace 21 años (por cierto, se estrena este 28 de septiembre la versión fílmica, cuya duración es de casi tres horas) y luce muy jovial. Debe reconocerse el oficio de Joyce Carol, quien no arredra y construye un monumento como Blonde. Deja en claro que Marilyn Monroe era la fachada luminosa de una sique poética y perturbadora como la de Norma Jean. Bajo la tutela de Carol, Norma es una hija de su tiempo. Padece los estragos de las Guerras Mundiales y vive la época dorada de Hollywood. Va de la orfandad al estrellato. Es deseada por todos, no como un halago sino como una condena. El hecho de que todos la deseen, incluso hombres homosexuales, la condena. La autora es prolija en señalar las virtudes y los defectos de Norma y de Marilyn. Dos visiones de un mismo derrotero: la belleza.

Dice Carol acerca de Marilyn: “Tu cuerpo es para ser usado por otros, usado por ti; tu cuerpo es un fruto suculento para ser mordida por otros, para ser saboreado; tu cuerpo es para otros, no para ti”. Dice Carol acerca de Norma: “Madre me instruyó a percibirme a través del espejo. Incluso para sonreírme. (¡No ojo frente a ojo! Nunca. ) En el espejo, que es como el ojo de una cámara, casi puedes amarme”. La autora logra, mediante la yuxtaposición entre Norma y Marilyn, consumar dos personajes que rigen un ideal. El ideal, justamente, de una huérfana que sueña con el amor de su padre y la fama. Quiere satisfacer esa carencia de afecto con la fama. Y la de la fama es Marilyn, pero ella anida en Norma. Y Norma es inestable.

Una vez que Gladys queda en un hospital siquiátrico, Norma vive con una tía; se casa muy pronto con Buck. Su joven esposo la obliga a posar desnuda en poses sensuales con una peluca rubia. Toma fotos. Muchas fotos. Carol fecha los primeras manifestaciones de Marilyn en Norma justo en esas sesiones que a ella le parecen aburridas, forzadas e insustanciales. ¿Para qué quería el esposo esas imágenes? Creaba pornografía personal y la mostraba a los compañeros de trabajo. Usaba a su esposa, de 16 años, como un objeto. Y siempre fue vista como un objeto; ya fuera por Hollywood o por otros de sus esposos, a quienes Carol denomina: El ex atleta del beisbol y El dramaturgo. Se refiere al beisbolista Joe DiMaggio y al escritor Arthur Miller. Evitan nombrarlos, pero son ellos quienes ayudan a comprender los vaporosos intereses de una mujer que incrementa su adicción a las sustancias que la hacen sentirse menos triste, porque la melancolía será capitalizada por Carol como el leitmotiv de toda la historia. La tristeza, siempre en primer plano, mueve al personaje y se desplaza en dos bandas: Norma y Marilyn. Marilyn es la amiga que Norma espera frente al espejo, radiante y sofisticada, y siempre llega para mejorar la situación anímica de Norma. La vida de una actriz, que no sobra decirlo, se consideraba así misma como una mujer guapa pero poco talentosa, también tiene un sesgo de poesía. De hecho, Gladys se consideraba una poeta. “Mi madre es una poeta, mi madre es una inteligente y compleja mujer, Sí, mi madre es una mujer trágica, pero yo también lo soy”. La madre leía en voz alta algunos poemas para que Norma conociera la capacidad redentora y expresiva de la literatura. Norma fue una buena lectora, llevaba un diario íntimo y escribía poemas. Joyce Carol usa esas líneas, tanto del diario personal como de los poemas, para encabalgar la historia; por ejemplo:

Yo supuse. Yo nunca creía que mereciera vivir. La manera en la que la gente lo hace. Yo necesitaba justificar mi vida cada hora. Yo necesitaba tu permiso.

Esta noche encima de El Cayon Drive el cielo clareó brevemente revelando a la luna como una hoz roja y húmeda cuya tonalidad era de la de una membrana viva.

Yo no quiero nada de ti. ¡Lo juro!  Sólo para decirte: Tú podrías conocerme. Yo pienso. Tu hija”.

Usa fragmentos del diario personal (en cursivas) y le brinda un contexto para entender, como en este caso, el anhelo constante por el padre. Fervor total porque incluso a sus amantes y esposos les llamaba cariñosamente Daddy! (Daddy, I love you. Daddy, I need you).

Carol organiza la novela en capítulos breves. Recurre a una narrador en tercera persona para contar gran parte de la historia, aunque con recurrencia y buen tacto torna a la voz en primera persona, sobre todo para detallar las emociones de Norma y los desplantes de Marilyn.

La novela arranca un 3 de agosto de 1962, un día antes de que todo el mundo quede intrigado por el aparente suicidio de la estrella más rubia del mundo. Poesía un cabello blondo y platinado que le confería un aura angelical. Usaba rigurosos tacones de aguja y andaba por el mundo bien escotada; presumía incluso que no usaba ropa interior. Para lo estándares de esa época, “La chida de los sueños dorados” era algo difícil de tratar. Los hombres la deseaban, las mujeres la aborrecían. Su fama de roba maridos crecía; también se le conocía como una mosca muerta. Pero Carol le hace justicia y la representa como una mujer inteligente y sensible, una gran negociadora que perdía la razón razonante, dijera el finado Juan José Arreola, cuando se enamoraba. El amor la perdía. Pero cuando estaba completamente concentrada exigía sus derechos, por ejemplo, la paridad de salarios entre roles protagónicos masculinos y femeninos. Ella quería ganar lo mismo que un hombre. ¿Por qué no? Si el público iba al cine a ver a Marilyn. Eso era un hecho comprobable. Hizo que El Studio (empresa que crea Carol para hablar de Universal, 20th Century Fox y Metro Goldwyn Mayer) ganara mucho dinero por ella, por el cuerpo de Marilyn.

También intentó suicidarse en varias ocasiones; la primera vez a los 17 años. Se cortó las venas. Después ingirió barbitúricos con alcohol, pero no consumó el proyecto. Quiso ahogarse en el mar y lo intentó. No sabemos los detalles, pero bajo la mirada de Joyce se detallan los hechos. Se inventan personajes, diálogos; se recrean paisajes, se vivifican los tonos de las conversaciones; no se pierde de vista nunca que esas escenas forman parte de una visión panorámica. El resultado es satisfactorio. Se trata de una novela cuyo inicio sugiere una espiral que desciende hasta la consumación de la muerte. Una muerte que, siguiendo los parámetros de la autora, fue orquestada por la CIA debido a que Marilyn ponía en peligro la seguridad nacional. De eso hablamos la siguiente semana.