5 agosto,2021 4:00 am

Tríptico sobre la “literatura de mujer” en el México moderno

Julio Moguel

(Primera de tres partes)

 

A manera de presentación

En nuestro mundo, cargado hacia el lado “de lo patriarcal”, solemos dejar a un lado o no dar su debido lugar a la “buena literatura” escrita por mujeres. Es cierto que en México tenemos nuestras divas –y a algunas de ellas les hemos construido monumentos–, pero cuando nos pide alguien que les recomendemos alguna lectura en especial casi siempre aparecen célebres nombres masculinos.

Pero es posible que pudiéramos llegar a sorprendernos si de pronto le echáramos un ojo a poemas, cuentos o novelas escritos por mujeres, pues en no pocos de los casos ofrecen una “otra mirada” que descubren actos, sensibilidades, conductas, formas y razones que, no creo exagerar, marcan de manera decisiva y vital a la “buena literatura” del antes y de ahora que no merece guardarse en los cajones.

Y, valga decirlo, en algunos casos la literatura escrita por mujeres es –permítame el lector utilizar la palabra– superior a la literatura “de los hombres”. Por decir algo que acaso aparecerá aquí prácticamente como una provocación: en muchos sentidos la literatura de Elena Garro es superior a la literatura de Octavio Paz (cónyuges de 1931 a 1959), pero Garro prácticamente murió en un cierto nivel de anonimato y Paz se montó al caballo de la fama –inducida– para volverse el gran Comendador de la literatura mexicana de su época.

¿Mereció Paz el Premio Nobel que la Academia Sueca le concedió? No es tema de este tríptico juzgar la justicia o pertinencia de este acontecimiento. Pero el Nobel no es ni ha sido garantía alguna para establecer los parámetros de “la mejor escritura mundial”. La mayor parte de los mejores escritores del mundo no tuvieron –o no han tenido– que viajar a Estocolmo para recibir tal reconocimiento, y sin embargo hoy son más leídos y reconocidos por el mundo por el buen lector “universal”. En el caso que nos ocupa, y sólo para ejemplificar sin que en este punto hablemos de mujeres, Rulfo, sin el Nobel, es hoy por hoy el escritor mexicano más leído en el planeta, mientras Paz es sobre todo una especie de “sombra” de quien todo mundo sabe su nombre por el Nobel pero cuya obra no adquiere –por más homenajes que se le hagan– alguna significativa “popularidad”.

Valga este rodeo para retomar el tema de lo que hemos llamado aquí “la literatura de mujeres”: Ninguna de las que mencionaremos aquí han tenido “el reconocimiento” de la afamada Academia Sueca –y seguramente, las que aún viven, nunca lo tendrán–, pero, repito, ofrecen o han ofrecido “la diferencia”: la de una literatura que hoy por hoy se requiere ponderar, en el entendido de que, en los tiempos que vivimos –tiempos de crisis civilizatoria “con quebranto ontológico”– nos revelan aspectos de la vida o de la muerte que las plumas de un cierto patriarcado literario no son capaces de ver o imaginar.

1.- Nellie Campobello

Podríamos empezar por las maravillas escritas por Sor Juana Inés de la Cruz, referente permanente que ha transitado desde hace tiempo de “la simple fama” al carácter de un signo o emblema habitable de nuestra propia identidad.

Pero aquí queremos hablar de las escritoras a las que se puede ubicar en el marco de la literatura moderna, en versiones extraordinarias como las que nos obsequió en la tercera década del siglo pasado Nellie Campobello, quien en su texto de Cartucho logró fijar una impronta literaria que no tenía ni tiene parangón.

¿Quién, habiendo leído su extraordinario Cartucho, puede olvidar aquellas líneas en la que la protagonista de la historia –una niña que desde la ventana de su casa “ve pasar la Revolución”– atestigua el fusilamiento de un hombre que durante tres días quedó expuesto a su mirada? Cadáver que, frente a los ojos de la niña, es o parece “un garabato”, “caído hacia la izquierda con las manos en la cara”, y que es para ella, como decíamos, sencillamente un garabato que por estar allí se convierte en “suyo”, y que ella suele observar durante el día o durante algunas horas de la noche, pues le “gustaba verlo porque [le] parecía que tenía mucho miedo”. Imagen en la que no aparece en la niña dolor o temor alguno, y que entonces no resulta impropio, ajeno o repulsivo. Hasta que un día, después de comer, regresa a la ventana para contemplar a su garabato, y resulta que ya se lo habían llevado. La niña se “durmió aquel día soñando que fusilarían a otro y deseando fuera junto a [su] casa”.

Perspectiva infantil que hace en definitiva que aquel garabato “signifique”, dando al muerto un valor que antes no tenía o que no tiene ya para las mentalidades adultas.

¿Y quién no recuerda a la vez, en la pluma de Nellie, a la coronela Nacha Ceniceros, quien “domaba potros y montaba a caballo mejor que muchos hombres”, sumada a la revolución porque “los esbirros de Don Porfirio Díaz le habían asesinado a su padre”? ¿O la maravilla de su texto Cuatro soldados sin 30-30, en la que un soldado pasaba todos los días por la ventana de la niña, hasta que un día se hicieron amigos “porque [sus] sonrisas fueron iguales”?

2.- Elena Garro

“Soy memoria y la memoria que de mí se tenga”: esta línea aparece en la primera página de la novela de Garro titulada Los recuerdos del porvenir. Frase que abre todo un continente de posibilidades constructivas pues esa memoria se construye sobre recuerdos que no miran sólo hacia el pasado –como indica el propio título del libro–, sino también hacia el futuro o el porvenir. La ruta del “tiempo” se anula entonces para establecer un sentido “circular” del pensamiento y la memoria, creando la posibilidad simple y llana de la inmanencia: en el punto “neutro” del Ser-en-el-tiempo. Es el Ser envuelto vitalmente en una especie de “esfera”, figuración morfológica desarrollada magistralmente por el filósofo alemán Peter Sloterdijk.

La conjunción del pasado y del futuro pensado este último como “recuerdo” permite por lo demás llegar a la conclusión de Nietzsche sobre el “eterno retorno de lo mismo”. Eludiendo finalmente toda consideración positivista sobre el sentido mismo de la vida, justo cuando el mundo, dentro del pensamiento occidental, “giraba siempre hacia delante”.

Con fecha de lanzamiento de 1963, Los recuerdos del porvenir entra al mundo literario con una significativa distancia de su ex marido Octavio Paz, de quien, como ya hemos dicho, alcanzó a tener la distancia temporal necesaria (se separaron en 1959) para evitar todo “contagio” de quien ya era para entonces un escritor perdido en el iluminismo de su época, en búsqueda permanente y oportunista de los grandes premios y de las “grandes escenarios” de la celebridad.

No puedo extenderme demasiado en estas consideraciones, pero no puedo tampoco dejar de mencionar el “atrevimiento” de Garro para confrontar sin pena y sin limitación alguna al papel que en aquél entonces la sociedad mexicana aún concedía a la mujer. Uno de sus personajes se pregunta descarnadamente “si las mujeres están destinadas a casarse” y a vestir eternamente con la camisa de fuerza del “trabajo del hogar”.

Literatura, pues, revolucionaria “de mujer”, que abre campos fértiles a la crítica al sistema patriarcal al que en esas épocas pocos se atrevían a atacar, dejando una huella entrañable en las exigencias libertarias “de mujeres” que ahora se ha vuelto grito multitudinario y estridente en una escala mundial.