5 agosto,2022 5:43 am

Un año de la desaparición y búsqueda de Vicente Suástegui

Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan

Acapulco es el paraíso de la muerte. En su hermosa bahía corre la sangre y sobre la costera no cesan las balaceras. Sus lugares turísticos están poblados de cruces y el ruido de sus olas son el murmullo de los desaparecidos.
La bahía es territorio en disputa de los grupos del crimen organizado. El pago de cuotas se ha generalizado ante la ausencia de las autoridades. Sobre las banquetas del mercado yacen los cuerpos ensangrentados de las vendedoras. Triste escena de las mujeres que sobreviven y resisten bajo el sol inclemente y los precarios ingresos.
En las avenidas, el fuego consume los camiones de pasajeros. Los taxis forman parte del botín de la guerra del narco. Varios choferes son ejecutados dentro de sus vehículos para causar terror entre la población.
En las periferias ronda la pobreza y la muerte. En cada colonia los jóvenes forman parte del sicariato que se disputa a sangre y fuego los puestos de venta de la droga. Los que cuentan son los jefes de las plazas y no las autoridades. Ellos deciden a quién extorsionar y dan las órdenes para desaparecer a sus enemigos.
El 5 de agosto de 2021 se coludieron elementos de la policía ministerial con la UPOEG y el grupo de Los Rusos para desaparecer a Vicente Suástegui. Los funcionarios de la Fiscalía, en lugar de buscarlo se obstinaron en desacreditarlo. Lo trataron como delincuente. Gracias a sus familiares y a las organizaciones sociales el caso de Vicente está presente, a pesar de que no hay avances en las investigaciones.
Ha quedado claro que los responsables de su desaparición son el comandante Pino, el Brillo, la Yegua y el Galletas.
A unos metros de su casa lo bajaron del taxi, lo encañonaron y subieron a una camioneta. Lo trasladaron a la guarida de la UPOEG, en un hotel de la comunidad de Tres Palos, donde han adaptado las habitaciones como centro de detención. Ahí tuvieron a Vicente varias horas sin que hasta la fecha se sepa a dónde se lo llevaron después.
Desde aquella noche sombría sus familiares no se cansan de buscarlo. Su hermano Marco Antonio abandonó sus tierras para indagar su paradero. Impulsó las búsquedas y en todo momento ha ido al frente del contingente conformado por la Comisión Nacional de Búsqueda, la Comisión Estatal, la Fiscalía del Estado, la Comisión de Derechos Humanos del Estado, la Guardia Nacional, el ejército y la Marina.
Incursionaron en el parque el Veladero de la colonia Alto Cuauhtémoc, donde los colectivos de personas desaparecidas han encontrado varios cuerpos. A pesar de que es difícil de entrar, la caravana de búsqueda no se arredra y rastrea en todos los lugares. Han recorrido la parte pantanosa del río de la Sabana, los basureros al aire libre, las huertas de coco y de limón. Incursionaron en muchas casas abandonadas que funcionan como escondites. Sólo quedan los rastros de sangre y los grafitis que marcan territorios de las identidades delincuenciales.
En todos sus recorridos, los de la UPOEG no han dejado de vigilarlos, han obstruido el paso para que no lleguen a sus guaridas.
En los bordos de tierra removida los caninos rascan y husmean a su alrededor. Los buscadores entierran las varillas para identificar el olor fétido que despiden los cuerpos. En los pozos de agua avientan las cubetas donde sólo han sacado residuos de lodo, hojarasca y palos.
Los recorridos se han realizado en la Laguna de Tres Palos. Utilizaron lanchas de los pescadores para cruzar a la otra orilla. Los buzos de la Marina se han sumergido en varios puntos claves en busca de restos óseos. Todo ha sido en vano.
Diez jornadas de búsqueda han sido insuficientes para encontrar a Vicente. En las partes más altas no hubo indicios y en las partes bajas tampoco encontraron restos humanos. En los terregales de las colonias periféricas sólo abundan las cruces de los asesinados. En los pantanos prolifera la basura y los animales muertos.
El panorama es desolador, es el infierno de los olvidados. La gente deambula por las calles en busca de trabajo. Todos se cuidan de los demás porque las amenazas de robos, extorsiones y homicidios son inminentes. Un gran número de jóvenes no asisten a la escuela porque en los salones no les enseñan a luchar por la sobrevivencia.
El dolor está impregnado en la piel de las madres afligidas, en los rostros de los niños maltratados, en las casas semiderruidas. Los cerdos tienen que alimentase de la basura y revolcarse con el lodo de las aguas negras.
El paraíso sólo es para los privilegiados que habitan en punta Diamante. En las playas privadas los turistas broncean su piel y con francachelas disfrutan la vista paradisiaca del océano pacífico.
Los pobres que viven en los arrabales enfrentan los estragos de la pobreza y luchan con denuedo para dar con el paradero con sus seres queridos. Toman las calles y encaran al poder. Protestan en las mismas playas de la costera para mostrar el rostro sangrante de los acapulqueños.
Vicente tiene que aparecer, las autoridades están obligadas a dar con su paradero. Marco Antonio y su familia continuarán dando la batalla con el puño en alto. Lo buscan sin descanso bajo tierra y bajo el agua porque saben que también hay fosas en el mar.