27 marzo,2018 11:34 am

42 veces 24: Argentina recuerda su noche más oscura

Texto: Fernando Arditti / Foto: Luis Aguilar

La memoria pincha hasta sangrar

a los pueblos que la amarran

y no la dejan andar

libre como el viento.

La memoria, León Gieco

Una vez por año los argentinos se dan cita para expresar su repudio a la dictadura cívico-militar de 1976-1983 y a todo lo que relacionan con ella.
Es el 24 de marzo, el aniversario del golpe que sumió a Argentina en su noche más oscura. Las calles que confluyen en la Plaza de Mayo, o en las plazas de las ciudades de todo el país, desbordan de gente a flor de piel, de todas las edades y clases sociales, de todas las tendencias del llamado campo popular.
Paredes y asfalto se pintan con pañuelos, símbolo de las Madres de Plaza de Mayo, y de las Abuelas, acompañadas de los HIJOS y los FAMILIARES, todos nombres de organismos de derechos humanos que conforman una familia de millones en la que todos encuentran su lugar y su momento para gritar, para llevar la foto de un ser querido que desapareció, para pintar una frase en una bicisenda o en un quiosco, para vincular a los desaparecidos argentinos con los de México o Perú y, sobre todo, para denunciar las continuidades de los crímenes de la dictadura en el presente.
Las madres llegan cada vez con más sillas de ruedas y bastones y se las recibe con el “Madres de la plaza: el pueblo las abraza”. Hay coreografías masivas, bandas musicales, intervenciones, risas y lágrimas.
Desde el triunfo de Mauricio Macri en las elecciones de 2015, el territorio de la memoria se vio a sí mismo sacudido y amenazado. No era para menos: el heredero del imperio SOCMA (Sociedad Macri), que durante la dictadura aumentó sus empresas de 7 a 57, había anunciado meses antes de ganar, en una entrevista al conservador diario La Nación, que “conmigo se acaba el curro de los derechos humanos”.
En España “curro” puede significar “trabajo”, pero en Argentina es sinónimo de “robo”. Lo que estaba atacando Macri eran las políticas de derechos humanos de los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007- 2015), que tomaron las banderas de los organismos de derechos humanos y las transformaron en políticas estatales, luego de décadas de impunidad.
La relación de Madres y el resto de la familia de los derechos humanos con los gobiernos de la pareja Kirchner- Fernández tuvo su complejidad, pero se tradujo en hechos concretos y contundentes como la anulación de las leyes de impunidad y el procesamiento de cientos de acusados de crímenes de lesa humanidad, principalmente uniformados.
La imagen del presidente Néstor Kirchner ordenando al jefe del Ejército que baje las fotos de los dictadores que aun colgaban en el Colegio Militar quedó grabada en las retinas y en las almas  de propios y ajenos, así como la entrada de Kirchner en la Escuela de Mecánica de la Armada junto a sobrevivientes de ese siniestro campo de concentración.
Hoy funcionan allí un Sitio de Memoria, centros culturales y diversos organismos e instituciones de derechos humanos en lo que es un territorio en disputa simbólica. Estos actos oficiales que fueron festejados y apoyados por la mayoría de las identidades democráticas, generaron un profundo rencor en las fracciones que integran la sociedad genocida, cuyos recursos y valor social tienen origen en la dictadura, la cual fue su estrategia de defensa y también su principio de acumulación para una nueva etapa.
Por ello, es especialmente indignante que los beneficiarios de las desapariciones acusen a quienes impulsan políticas de Memoria, Verdad y Justicia de ser artífices de un “curro”. Así como que lo hagan desde los medios de comunicación que actuaron como voceros de la junta militar. O que el nuevo Secretario de Derechos Humanos haya participado de un sonoro fraude bancario a fines del año pasado.
El gobierno actual, con su inédita composición de CEOs, se ha propuesto bajar el costo del trabajo argentino para aumentar su tasa de ganancia y conseguir créditos internacionales. Sus políticas económicas son la continuación de las que implementó la dictadura y, más tarde, el gobierno de Carlos Saúl Menem.
El País de la Memoria les resulta adverso y necesitan fragmentarlo, denigrarlo y disuadirlo, pues apropiarse de él no les resulta fácil. Cuentan con una máquina goebbeliana desde las corporaciones mediáticas y la manipulación en las redes sociales, y cuentan con el miedo y la ignorancia.
Conceden prisiones domiciliarias a los genocidas que ya fueron condenados, desarman equipos de investigación sobre el pasado reciente: devuelven favores y a la vez provocan con amenazas tácitas.
Pero cada 24 de marzo un enjambre de seres memoriosos, llamativamente jóvenes en su mayoría, unidos a las más viejas en cerebro y corazón, los pone en su lugar y les recuerda que su hegemonía es temporal.