4 febrero,2023 5:23 am

Amor en febrero: las relaciones respetables

Amerizaje

Ana Cecilia Terrazas

 

Cada vez más, alrededor del mundo, las especies de compañía están proliferando en su cohabitar con familias humanas.

Hacerse de una familia de especies diversas es algo común, muy satisfactorio, nada exento de responsabilidades y, como sucede en toda relación amorosa, es un trabajo de tiempo completo pleno de compromisos y merecedor de respeto.

Una perra o perro en casa, la abrumadora mayoría de las veces, se convierte en una fuente inextinguible, que no incondicional, de amor y de alegría. Así lo señaló con gran naturalidad el otro día, a esta autora, una encantadora profesional de la fisioterapia. No por obvio, deja de ser absolutamente cierto. Quien tenga una especie de compañía viviendo consigo sabrá que esto es así. No importa lo que ocurra alrededor –la política desafortunada, la cultura poco cívica, la contaminación a todo lo que da–, la inmensa contentura y cariño que brindan siempre las especies de compañía a sus dueñas y dueños se pueden transformar en pedestales de estabilidad emocional.

Una de las mejores geriatras del país, Rosalía Rodríguez, ha señalado lo altamente recomendable que resulta para personas adultas mayores contar con la compañía de alguna mascota.

Todo esto no viene solamente de una moda, una industria –que sin duda crece– o es producto de alguna necedad. La generación de hormonas de la felicidad –oxitocina, dopamina, endorfina y serotonina– se puede estimular y, de acuerdo con los Institutos Nacionales de la Salud, de Maryland, Estados Unidos, “se ha demostrado que la interacción con animales disminuye los niveles de cortisol, (una hormona relacionada con el estrés) y disminuye la presión arterial. Otros estudios han descubierto que los animales pueden reducir la soledad, aumentar los sentimientos de apoyo social y mejorar el estado de ánimo”.

Lo anterior no es otra cosa que resultado de la producción de oxitocina u hormona del amor que, según la clínica colombiana Imbanaco, “al estimularla da la sensación de seguridad, de mejorar las interacciones sociales y la autoestima, de fortalecer la autoconfianza. Se activa mediante el contacto físico, al reír o al llorar, así como tocar a nuestra mascota e incluso al tener acciones de generosidad. Esta hormona favorece la salud mental de las personas”.

Es muy factible que si alguien va paseando con su mascota por la calle o el parque, al toparse con personas extrañas, si éstas también llevan un perro o perra se acceda con mayor facilidad al contacto, a la socialización, al diálogo cordial.

La oxitocina potencia el amor y la alegría, favorece los procesos de bienestar emocional y rejuvenece las células. Suele suceder que las personas que cuidan y aman a las especies de compañía son más responsables respecto de la preservación del resto de las especies, los demás seres o entes vivos, el entorno y ecosistema.

Los perros, que tienen más de 220 millones de células olfativas –los humanos, escasas 5 millones–, logran rastrear con alta precisión a las personas y a sus emociones (secreciones) del amor. Así le ocurre, como me consta, a Pancha, una de las más dóciles labradoras retriever que fuese perra guía –reprobada, pero sí dio servicio y entrenó. Ella tiene a bien enamorarse con facilidad de todo humano o perro que pase, y hasta logra hacer resonar, imitar y reproducir ese estímulo ocitócico haciéndolo crecer.

En un texto visionario e imprescindible para quien abra la lente a esta amorosa relación interespecies, Manifiesto de las especies de compañía. Perros, gentes y otredad significativa, la irrepetible Donna Haraway asegura, con gran inteligencia y madurez humana, que considerar “a un perro como un niño peludo, incluso metafóricamente, denigra a los perros y a los niños, y habilita que los niños sean mordidos y los perros sean asesinados”.

Por ahí, Haraway suelta también, en el capítulo III titulado Relatos de amor, una máxima que aplica, sin duda con oxitocina e inteligencia emocional de por medio, a todo vínculo amoroso:

“Recibir amor incondicional de otro es una fantasía neurótica casi nunca excusable; esforzarse por satisfacer las desordenadas condiciones del amor es una cuestión distinta. La permanente búsqueda del conocimiento de la intimidad del otro, y los errores cómicos y trágicos inevitables en esa misión, exigen mi respeto, tanto si el otro es animal o humano, o incluso inanimado”.