4 diciembre,2022 8:40 am

Atrapados en las redes de la virtualidad

Ciudad de México, 4 de diciembre de 2022. Qué hay detrás de la decisión de compartir nuestras vidas, incluso lo más íntimo, en redes sociales? ¿Vivimos para ser vistos o queremos ser vistos para sentirnos vivos? Son algunas de las preguntas que plantea y responde Julia Lescano en su libro Vida Escaparate: ¿Vivir para ser visto o ser visto para vivir?

 

Y es que antes de apreciar realmente una vista espectacular de la naturaleza, de disfrutar la convivencia con familiares y amigos o saborear un platillo, muchos necesitan compartir el momento a través de Facebook o Instagram.

 

Su interés por este fenómeno social contemporáneo, comenzó para Lescano -quien es arquitecta- al observar un tipo particular de viviendas en las afueras de su ciudad, La Plata, en Argentina: casas con ventanales enormes que permitían desde afuera observar a sus residentes, a las cuales ella llama “casas escaparate”.

 

“Tuve la oportunidad de visitar unas cuantas y me llamó mucho la atención observar cómo la gente se exponía tanto, incluso en sus propias viviendas”, explica la autora en entrevista vía remota.

 

Su actitud observadora -con la que se identifica desde niña- y que afinó con la crítica a partir de sus estudios en el área de las Bellas Artes la condujeron a investigar y escribir sobre la sobreexposición a la que, según la autora, de manera libre, muchas personas incurren en las redes sociales.

 

“Todos elegimos exponernos, pero ¿realmente es una elección o estamos aceptando un mandato social en pos de pertenecer a algo más grande? Creo que ocurren las dos cosas.

 

“Hay un capítulo del libro, titulado Pensar con ojo crítico, en el que reflexiono sobre lo siguiente: en pos de hacer lo que impone la sociedad, de seguir una tendencia o moda, se deja de lado el pensamiento más filosófico, que invita a dudar y a ver el escenario completo y preguntarnos: ¿por qué me tengo que mostrar?, ¿por qué tengo que hacer pública mi vida privada? ¿por qué tengo que mostrar ese material íntimo, doméstico, a los demás?”.

 

A partir de las ideas de filósofos, psicólogos y especialistas en mercadotecnia y comunicación, Lescano aborda en Vida Escaparate los pilares que podrían estar sosteniendo esta necesidad de mostrar en público lo que es privado.

 

Los mandatos familiares, la pérdida de la individualidad y de la autenticidad, la influencia de los medios de comunicación -con reality shows, fake news, manipulación mediante la publicidad-, así como la exaltación de la cultura de la imagen y de la apariencia y la adicción que provoca el uso de las redes sociales son algunos de los hilos que van moviendo a quienes se enganchan en este fenómeno social.

 

“De la investigación nace el darme cuenta que hay una frontera entre lo privado y lo público que se hizo muy delgada, que muchas veces se trasciende, y que habita hoy por hoy en gran parte de la sociedad un deseo de hacer público lo privado”, indica.

 

Con las nuevas tecnologías y el acceso de cualquiera a estos nuevos medios de comunicación -las redes sociales-, hoy es más fácil convertirse en una figura pública, explica la autora.

 

“Pero debemos cuestionarnos qué tipo de fama es, porque en general se trata de una fama sin sustento, superficial, efímera. A los youtubers, tiktokers, influencers, los veo como una especie de termómetro de la sociedad. Están denotando que la sociedad está consumiendo o deseando consumir eso.

 

“En realidad, somos como una especie de producto consumible en la era digital (‘si no pagas por el producto, entonces tú eres el producto’, cita Lescano en su libro a Tristan Harris, especialista en ética de la tecnología), pero también es cierto que hay un público que está dispuesto a consumir eso, como una especie de retroalimentación”, explica.

 

¿Por qué nos gusta mostrar nuestra vida privada? ¿Qué hay detrás de eso?

Hay cierto deseo consciente o inconsciente, o como moda, de exhibicionismo. No sé si la palabra es exhibicionismo. Para mí se nos olvida medir los efectos que puede tener esto. No sé qué tanto la gente se pone a pensar cada vez que publica una selfie mostrando dónde está o incluso si analiza el contenido de sus fotos o videos, del alcance que cada publicación puede tener, en el buen sentido y en el mal sentido.

 

Realmente, sobre todo cuando uno tiene un perfil público, esas imágenes pueden llegar a cualquier lado y lo cierto es que esas imágenes, que tienen un valor, acaban con la privacidad y, a su vez, las redes sociales son espacios que no están bien cuidados o legislados.

 

Hay un vacío legal en esos espacios, ¿qué pasa con esas imágenes?, ¿de quién son las imágenes?, ¿son de la persona que la sacó y la publicó o empiezan a ser, en el mismo acto en que se publican, propiedad de las redes sociales? Creo que ahí hay una delgada línea que algunos deciden traspasar y estamos comenzando a ver sus efectos.

 

¿Qué consecuencias puede tener el mostrarnos indiscriminadamente en redes sociales?

Hoy por hoy estamos viendo los efectos de esa sobreexposición. Creo que se ve mucho más que antes esta necesidad de copiar imágenes perfectas, sobre todo en adolescentes, de mostrar vidas perfectas. Aclaremos que las imágenes que abundan en las redes son de ese tipo: que tienden a la “perfección”, gente mayoritariamente feliz, cuando la realidad es otra.

 

Luego eso trae aparejado situaciones psicológicas: provoca un deseo en quien lo ve y a veces es un deseo difícil de satisfacer. La realidad de la vida doméstica muchas veces dista de esas imágenes perfectas, que uno puede encontrar en las redes.

 

Inclusive en personas que suben esas imágenes, es sabido que hay mucha fricción entre quién es uno en realidad y quién es uno para las redes. Como una especie de personaje que uno crea. En el libro hablo del carnaval como una metáfora: la gente desfila en los escaparates de la red, y justamente lo hacen como cuando uno asiste a un carnaval, portando una máscara, escondiendo una parte, vistiendo a veces un disfraz, como para mostrar una identidad que, muchas veces, no corresponde con la real.

 

Con tanto tiempo de exposición en ese escaparate digital, uno corre el riesgo de que la personalidad real de esa persona se vaya diluyendo. Llega un momento en el que, después de tanto tiempo de exposición, se pregunta: ¿quién soy en realidad: el que muestro en las redes o el que solía ser antes de estar en las redes?, ¿en quién me he transformado?

 

¿Hay también una intención, en algunos casos, de escapar de la realidad, de la soledad, del aburrimiento…?

Hay un capítulo del libro que yo llamo “Entre lo virtual y lo real”. Creo que hay una tendencia en la que el espacio se ha ido virtualizando, los escenarios se han ido digitalizando. La digitalización, nos conduce a vivenciar lo que yo llamo “bilocalidad”, dado que el sujeto experimenta el estar en un espacio real y un espacio virtual al mismo tiempo. Se van alternando esas estancias en esos dos espacios.

Hay una realidad: nuestro límite es el cuerpo, nuestras sensaciones, nuestras necesidades biológicas, pero hay otra realidad: nuestra vida transcurre, en algunos casos en mayor medida y en otros en menor, en estos espacios virtuales.

 

Y de alguna manera esto exige de uno cierta regulación y equilibrio. Mientas conservemos un cuerpo con todas las necesidades que eso incluye, hay que ser conscientes de que la vida real transcurre de la pantalla para adentro y luego hay otra vida que transcurre más allá.

 

Y no hay que perder de vista la autoimagen que tiene que ver con la imagen interna, la tendencia es que vivamos en un mundo de las imágenes, que la imagen sea un espacio social de lo humano, y el riesgo es perder eso que nos hace humanos para, en cambio, tener una vida maquinal, demasiado artificial y olvidarnos de esta otra parte real que tenemos.

Vivir sin conectar

¿Tu propuesta sería vivir sin redes sociales?

No. Yo no estoy en contra de las redes sociales. Ni yo, ni nadie podemos negar que la vida es hoy con redes sociales. Ahora, lo que yo critico o cuestiono, no tiene tanto que ver con los creadores de las redes, sino con nosotros como usuarios.

 

Creo que esta “novedad” nos está exigiendo a nosotros cierto autocontrol, entonces me parece que las redes son absolutamente necesarias, son maravillosas para acortar distancias, son maravillosas para trabajar incluso, pero debemos regular el tiempo de exposición en ellas.

 

¿Cuáles consideras los mayores riesgos en lo personal y a nivel social de vivir enganchados en las redes?

Creo que en los últimos años se han visto estos riesgos. Tiene que ver con ciertos problemas de sociabilidad, la sociabilidad presencial por llamarlo así, cuando la mayor parte de la sociedad hoy elige quedarse puertas adentro. Lógicamente efectos como la soledad, la ansiedad, está comprobado que han aumentado, no sólo en las consultas a psicólogos y psiquiatras, sino también ha aumentado el consumo de medicación.

 

Esta distancia provoca trastornos en la personalidad.

 

Y hay que recuperar la vida normal, es una cuestión de tiempos: si pasamos demasiado tiempo en redes sociales, se lo quitamos a salir a caminar, convivir, estar en contacto con los seres queridos, hacer otras actividades recreativas, ir a otros lugares, eventos…

 

La pandemia incrementó y fomentó el uso de todas estas redes sociales. Al día de hoy, todo está puesto para que podamos recuperar esos espacios de convivencia, el riesgo al extremo es el perder esa mirada humana.

 

Ante el uso compulsivo e indiscriminado de las redes y de las herramientas digitales en general, ¿cuáles serían los pasos para hacer más consciente y meditado su uso?

Creo que, como toda adicción, uno primero precisa sincerarse con uno mismo y aceptar que no puede desconectarse.

 

Muchas veces lo hace uno, muchas veces lo hace el entorno, cuando empiezan a notar los padres, por ejemplo en el caso de los adolescentes, que son muchas horas las que pasan conectados. O es tanta su presencia en la escena virtual, pero no tanta en lo presencial. Están pero no están. Sabemos que no están porque su mirada está ausente, inclinada hacia el móvil o celular, y su atención obviamente también.

 

El segundo paso es comenzar a restringir el uso, como cuando un padre le dice a los chicos: sólo una hora de celular por día. Creo que en el caso de los adultos, somos nosotros los que nos debemos regular, y salir, hacer un deporte, visitar a alguien o trabajar.

 

Y luego, lógicamente ser constantes en esto. Entra en juego que, cuando yo me voy alejando de todo esto de las redes, redescubro que hay un mundo ‘nuevo’ que se me comienza a revelar, a manifestar, y que lógicamente nos comienza a seducir.

 

Conózcala

Julia Lescano (La Plata, Argentina)

-Arquitecta por la Universidad Nacional de La Plata

-Profesora e investigadora en temas de Historia, Arquitectura, Arte y Diseño

-En la actualidad realiza investigaciones sobre la relación que existe entre los espacios, los usuarios y las nueva tecnologías, que arrojan nuevos estilos de vida.

Texto y foto: Agencia Reforma