4 mayo,2024 5:19 am

Crónica de una agresión anunciada

Héctor Manuel Popoca Boone

 

Sea como fuere, la recién agresión cometida al obispo emérito, Salvador Rangel Mendoza, en la ciudad de Cuernavaca, lugar donde residía actualmente, no la puedo desligar de mi memoria como tampoco sus valiosos comentarios vertidos a mi persona, a finales del año de 2021, sobre su trayectoria como sacerdote franciscano y de su desempeño como responsable de la Diócesis de Chilapa-Chilpancingo, en el estado de Guerrero.

Él siempre tuvo consciencia de lo que podía pasarle al desempeñarse como pacificador y mediador entre las bandas de malhechores que asolan la comarca; así como entre ellas y los dos últimos gobiernos estatales que, digámoslo claro, se han desempeñado en forma por demás pasiva, inerme y contemplativa; en el marco de una posible simulación frente a los grupos delincuenciales organizados, como la cruda realidad nos lo ha dado entender en recientes años.

Pero no le importaba arriesgar su vida a cambio de parar el torrente de asesinatos que a diario sucedían en la zona Centro y Montaña Baja de Guerrero. Los pueblos de esas regiones no tenían libertad ni seguridad para transitar por los caminos y carreteras vecinales. Había mucho temor; lo sigue habiendo. Conculcada estaba, la movilidad de tránsito regional.

Las comunidades eran hostigadas y confrontadas entre ellas mismas por los sicarios y sus autoridades comunales, divididas para así mejor controlarlas. Las organizaciones criminales dotaban a sus seguidores de armas de fuego. Incluso, presentaron públicamente niños armados. Eso causó por varios días, nota periodística nacional. Predominaba la indefensión social ante el poderío de la delincuencia y sus tropelías, sin mayor acción correctiva de las autoridades correspondientes.

El primer apostolado del obispo Salvador Rangel Mendoza fue coadyuvar con su enorme autoridad moral a restaurar la paz en la región para seguridad y bienestar de las familias. Se echó a andar por los caminos, sin mayor compañía y ánimo espiritual que el ejemplo de San Francisco de Asís en la búsqueda del diálogo con los “jefes de los lobos” que asolaban las poblaciones de la comarca.

Para nuestra sorpresa, esa acción pastoral por la paz causó resquemor, molestia e irritación pública de los gobernantes estatales y municipales; ya que, según ellos, el obispo se metía en asuntos que no le competían. Como si aminorar la violencia y la consecución de la paz fuera ajena a su intrínseca labor pastoral social. Los mandones del gobierno estatal lo denostaron públicamente y quisieron descalificarlo a como diera lugar. Con ellos sostuvo, en varias ocasiones, conversaciones ríspidas cuando el prelado les trataba la posibilidad de establecer diálogo (que no pactos) dado el enrarecido clima y la intensidad de violencia prevalecientes en ciudades y pueblos ubicados en la zona centro de Guerrero.

Con el cambio de gobierno estatal y con los nuevos gobernantes no hubo variación alguna sobre el trato de la violencia y de las bandas delincuenciales. Con gran soberbia le respondieron al obispo que no lo recibirían en audiencia; rectificando después, que siempre sí, pero como simple ciudadano.

El par de gobernantes que actualmente padecemos, públicamente afirmaron que no necesitaban dialogar con nadie; porque su nueva forma de gobernar ya contaba con una estrategia propia de seguridad pública. Posteriormente, el gobernante-senador –no menos célebre por sus bufonerías– también lanzó en forma pública su filípica dirigida al obispo: “Hay que dar a Dios lo que es de Dios y a César lo que es del César”.

La irritación de la mafia del poder gubernamental en Guerrero, de ayer (PRI) y los de hoy (Morena), fue mayúscula porque el obispo les estaba moviendo el “tinglado” y los supuestos arreglos de facto que ya tenían de antiguo con los variados “chicos organizados” de la región, quienes se disputaban el control territorial del obispado regional.

El obispo no se inmutó ante la andanada de críticas despectivas e inapropiadas que le endilgaron los del gobierno estatal y siguió con su misión de tratar de establecer el diálogo entre los jefes de la malandrería regional. Unos lo oían y mostraban anuencia; otros lo escuchaban y guardaban escéptico silencio; otros de plano rechazaban cualquier posibilidad; diciéndole al sacerdote que no tenía caso intentarlo ya que sabían que otros grupos tenían tratos con algunas autoridades gubernamentales que les brindaban impunidad e incluso una supuesta protección policiaca ante delitos realizados y que, por lo mismo, nunca se resolvían. Los más prístinos espacios de conflicto eran y son: Chilpancingo, Chilapa, la ruta del Rio Azul, Tlacotepec y Chichihualco, entre otros.

El Ejercito y la Guardia Nacional permanecían inamovibles, a menos que hubiera alguna instrucción superior; sólo estaban tomando nota de todo lo que acontecía; contemplativos incluso ante los asaltos y actos vandálicos a los recintos del poder ejecutivo estatal y del legislativo, respectivamente.

En fin, el marco del acontecer cotidiano en estas tierras del sur, ha sido el comportamiento de los gobernantes de Guerrero en la última década; destaca la frivolidad del gobernante-senador-bufón (transformador del zoológico “Zoochilpan” como reservorio alimentario de mascotas y deshechos faunísticos de narcotraficantes) y, en general, es de lamentar la conducta de los jefes de la mafia del poder pluri partidista de Guerrero, que mantienen a esta entidad federativa sumergida en la peor de las ignominias.

De lo que se trata es que, como marco contextual de la infortunada agresión obispal, está “la pax narca” y los arreglos (de facto y en lo oscurito) con las distintas bandas en el reparto territorial de la región Centro de Guerrero y de sus actividades económicas, lícitas e ilícitas. ¡Uf!

 

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