22 octubre,2018 8:05 am

Crónicas del Palacio III

Víctor Cardona Galindo
El gobierno del estado que encabezaba José Francisco Ruiz Massieu buscó la mediación del alcalde saliente Alejandro Nogueda Ludwig para resolver el conflicto post electoral. Nogueda contaba con cierta estimación entre los viejos militantes de izquierda por ser hijo de Canuto Nogueda Radilla, ex presidente de Acapulco, quien participó en la lucha cívica que derrocó el gobierno del general Raúl Caballero Aburto.
A una segunda plática con el alcalde Alejandro Nogueda asistieron los líderes perredistas Decidor Silva Valle, Guadalupe Galeana Marín, Octaviano Roque Ruiz y Ángeles Santiago Dionicio, el encuentro se dio en las instalaciones del Ayuntamiento. Fue el último intento de negociación, y al no resolverse la situación las cosas se tensaron, aún más, a partir de ese día y los perredistas tomaron el Palacio Municipal de manera ordenada encabezados por una comisión coordinadora que se nombró con anterioridad en una reunión arriba del kiosco.
Ese el viernes 22, después de romper las pláticas con Alejandro Nogueda Ludwig. A las 15:30 horas los casi 300 perredistas establecidos alrededor del Palacio Municipal abrieron las cerraduras de las dos puertas del Ayuntamiento, se instalaron dentro del inmueble y cerraron todas las oficinas al interior colocando sellos con el escudo del PRD.
“Se apoderan los perredistas del Palacio Municipal”, cabeceaba el Novedades de Acapulco del viernes 22 de diciembre de 1989 e informaba: “luego de romper las pláticas con Alejandro Nogueda Ludwing. A las 15:30 horas los casi 300 perredistas establecidos alrededor del Palacio Municipal violaron las cerraduras de las dos puertas, frontales del Ayuntamiento y se instalaron dentro de las oficinas pero sólo se permitió la entrada de 10 líderes locales, cerraron todas las oficinas al interior colocando sellos con el escudo del PRD”. Esos sellos se romperían el primero de enero de 1990, al instalarse la Comuna Popular Revolucionaria, pues se ocuparon todas las oficinas del Ayuntamiento.
En ésta, la primera toma que se daba del Palacio Municipal en casi 30 años, los primeros que entraron al inmueble fueron Rubén Ríos Radilla, Otilio Laurel, Decidor Silva Valle, El Negris; Octaviano Roque Ruiz, Rommel Jaimes Chávez, Fulgencio Hernández, Agustín Campos Cabezas, Elio Dionisio Ponce, Oscar Rivera Leyva y Tomás Gómez Ruiz, este último había sido candidato a síndico.
Una vez tomado el Ayuntamiento, Secundino Catarino Crispín dibujó en la fachada un gran sol azteca negro, con el nombre Comuna Popular Revolucionaria. Entre otras cosas que pintó Secundino está el mural que hizo junto a Marcos Loza Roldán, en las escaleras del mercado, donde se rememora todas las facetas de la lucha del pueblo mexicano.
Una vez tomada la protesta al alcalde popular, Octaviano Roque Ruiz, se formó la estructura del Ayuntamiento, a mis escasos 18 años me tocó ser director de Actividades Cívicas. Con el apoyo de Fabio Tapia Gómez organizamos una primera muestra de pintura y programas con guitarras. Un dueto de la colonia Mariscal siempre asistía solidario a todos los programas que organizaba, como comandante de la policía preventiva se nombró a Ricardo Lucena Basave.
Además de ser un respaldo a la Comuna Popular Revolucionaria, el plantón se convirtió en un campamento para organizar la resistencia electoral, se asistía a todas las movilizaciones que convocaba la dirigencia estatal. Una memorable es cuando Ruiz Massieu rindió su tercer informe de gobierno. Fue el viernes 9 de febrero de 1990, prácticamente Chilpancingo, la capital del estado, se militarizó. Veinte tanquetas del Ejército tripuladas por soldados antimotines desfilaron por las calles del centro de la ciudad, a la vista de los perredistas que mantenían un plantón frente al Palacio de Gobierno. Mientras un helicóptero volaba muy bajo, el ambiente era muy intimidante.
A las 2 de la madrugada del mismo viernes 9, el diputado local Guillermo Sánchez Nava, quien manifestó que interpelaría al gobernador, desapareció junto con el líder perredista Saúl López Sollano, aparecieron hasta la noche cuando ya había pasado el informe. Supervigilado estaba el cine Jacarandas recinto oficial para el informe.
Ese día había que participar en una manifestación en Chilpancingo, pero todos los dirigentes del movimiento de Atoyac se hicieron ojos de hormiga. A las cuatro de la mañana, que era la hora de salida, ninguno de los líderes aparecía. Junto con Ulises Flores Santiago, que todavía no rebasaba los 17 años, llamamos a la gente que estaba en el plantón y le preguntamos qué hacer, entre todos se acordó secuestrar un camión en la terminal de Atoyac. El problema era que no sabíamos cómo, nunca habíamos participado en una acción política de ese tipo.
Llegamos a la terminal con garrotes y los machetes en la mano. No subimos por delante al momento que arrancaba el camión y por medio de un discurso muy elocuente, Ulises conminó a los pasajeros a bajarse, porque ese camión había sido secuestrado por el movimiento revolucionario. El chofer se resistió pero lo amenazamos con los garrotes, no quiso soltar las llaves dijo que él nos llevaría. Mientras eso pasaba, unas mujeres se resistían insultándonos y la discusión subió de tono que no pudimos evitar que unas compañeras las bajaran de los cabellos por la parte de atrás. Una vez liberados de los pasajeros que a las 4 de la mañana iban hacia el puerto de Acapulco, nos dimos a la fuga con el camión. En Coyuca nos avisaron que la Policía Motorizada y la Federal de Caminos estaban quitando los camiones a los perredistas de otros municipios que también recurrieron a la retención de esos vehículos para llegar a la movilización. Se nos ocurrió la idea, que en una cartulina pusiéramos al frente del camión un letrero que dijera: “Tercer informe de gobierno”. Y de esa manera pudimos burlar los retenes de la policía que al vernos nos abría el paso.
El problema estuvo que cuando llegamos a Chilpancingo, los agentes de tránsito nos desviaron por una brecha que entraba en las inmediaciones del hotel El Parador del Marques y salía atrás del cine Jacarandas, cuando nos dimos cuenta ya estábamos en terreno enemigo, es decir, donde estaban llegando los camiones llenos de priistas acarreados que iban al informe. Desvíamos un poco el camión, atrás de unas casas, le pedimos al chofer que no nos delatara, ya en el camino había demostrado que simpatizaba con nosotros. Porque cuando la policía le marcaba el alto contestaba: “llevo gente al informe de gobierno”.
Al abandonar el camión y al caminar entre los priistas vimos cómo las fuerzas del gobierno se preparaban para reprimir la gran manifestación que saldría del Zócalo, por eso le dijimos a la gente, que se quitara todo lo que les hiciera parecer perredista. Las mujeres se quitaron los aretes del sol azteca, las playeras y los que no llevaban más que esa playera, se les prestaron chamarras para tapar el sol azteca que portaban orgullos en el pecho.
Antes ya habíamos dejado los garrotes y las mantas, escondidas entre una madera de una casa en construcción. Cuando nos dimos cuenta, caminábamos más de cuarenta perredistas en medio de los perros amaestrados y de las tanquetas del Ejército, que estaban alrededor del cine Jacarandas. Se oían las porras de los priistas en el auditorio. Cuando pasamos entre el despliegue militar y policiaco nunca mire atrás, sólo caminábamos rápido y de frente. Cuando pasamos la última barricada de alambre, voltee para ver si todos veníamos completos, entonces me percaté que Elías, el de La Poza Honda, no se había quitado su playera del PRD, tampoco soltó su machetito que portaba con orgullo atravesado en el brazo derecho, y así cruzó la zona de peligro. Queríamos pasar desapercibidos, pero eso fue imposible, nos veíamos todos desaliñados y sucios entre los priistas de blanco y bien limpiecitos. Desde ahí caminamos hasta llegar al Zócalo, donde se estaban concentrando los contingentes que marcharían en contra del informe del gobernador de la sangre y la violencia.
La novedad era que Guillermo Sánchez Nava y Saúl López Sollano estaban desaparecidos. En el plantón encontramos al profesor Otilio Laurel. Participamos en la marcha; recuerdo que el entonces diputado federal Félix Salgado Macedonio, les gritó a algunos diputados que habían asistido al informe, “vendidos”.
Se terminó la marcha y por la noche no teníamos en qué regresarnos a nuestro lugar de origen. Carecíamos de contactos y se nos ocurrió irnos a donde integrantes de la Coalición de Ejidos de Costa Grande tenían tomadas las instalaciones de la Conasupo. Ahí nombramos una comisión para que hablara con los dirigentes de aquel movimiento, para pedirles prestada una camioneta y regresar hasta Atoyac. No se pudo. Otilio que ya se nos había unido, me propuso ir a la Policía Federal de Caminos para solicitar un camión para regresarnos, no fue posible, en la central de la Policía Federal de Caminos simplemente nos dijeron que no estaba el jefe, y como no lo conocíamos podríamos estar hablando con el jefe. Un federal de caminos se dio el lujo de sermoneamos, casi llamándonos revoltosos y trató de convencernos de la benevolencia del gobierno y de cómo nos estaban utilizando nuestros líderes.
Fuimos tres veces durante la noche para gestionar el camión ante la Federal de Caminos, simplemente no se pudo. Hasta donde estábamos, al sur de la ciudad de Chilpancingo en las instalaciones de la Conasupo, durante la noche estuvieron llegando contingentes de Tecpan y de Coyuca de Benítez. Los de Coyuca eran muchos, a ellos un día antes la Policía Federal de Caminos les había quitado un camión que habían tomado prestado por la fuerza.
Ya con ese valor y conociendo el arrojo de los compañeros de Coyuca, nos aventamos a bloquear la carretera, al amanecer la bloqueamos en ambos sentidos, ahí en la entrada de Chilpancingo, enfrente de las oficinas de la Conasupo. Algunos compañeros ya no aguantaban el hambre, vi a la compañera Rosa tirada en el piso frío, apretándose el estómago, teníamos ya más de 24 horas sin comer.
Cuando iniciamos el bloqueo, inmediatamente llegó un policía federal de caminos y preguntó quién era el líder. Todos contestaron —Aquí no hay líder, queremos un camión para regresar a la Costa Grande, para acabarla de amolar, era el policía que nos había sermoneado por la noche y nos identificó a Otilio, a Ulises y a mí.
Tardamos ahí como dos horas y después de dialogar con los policías federales que fueron llegando ahí conocimos al comandante, lo habíamos visto salir en la noche de la estación cuando no lo negaron. Negociamos con ellos, ellos a su vez negociaron con la central camionera para que nos enviaran un autobús.
Nos mandaron un camión de la Flecha Roja. Hasta la fecha no me explico porqué no nos desalojaron. Estábamos cerca de donde fue el informe de gobierno el día anterior, y había muchos policías acuartelados todavía en la ciudad.
Ya en el camión todos nos acomodamos, a mis 18 años, ensayando ser un buen dirigente me quedé parado, y les pedí a mis compañeros hombres les dieran el asiento a las mujeres. Casi nadie lo hizo, pues todos veníamos cansados y hambrientos. Después de que el camión tomó su camino, Ulises iba a mi lado, también como buen líder, parado, de repente se dormía y despertaba cuando se iba de lado y estaba a punto de golpearse con el parabrisas. Yo me dediqué a platicar con una mujer chaparrita de Coyuca de Benítez.
De pronto esa chaparrita, que estaba acostumbrada ver al maestro Octaviano Roque en todos los movimientos, dijo: “bueno, no vino ninguno de los dirigentes de Atoyac ¿verdad?” Alguien contestó, no me acuerdo si fue Jorge Salas o Praxedis Rodríguez, —¿No los estás viendo?—Señalando a Ulises y mí —Ellos son los dirigentes.
Ella exclamó —¡Ustedes! Si son dos hormiguitas dirigiendo un rebaño de elefantes.