25 marzo,2019 6:21 am

Crónicas del Palacio XXIII y última

Paginas de Atoyac
Víctor Cardona Galindo
 
Sin duda uno de los principales impulsores del deporte en Atoyac fue Juan García Galeana quien fundó el equipo Cafetalero. Invirtió de su dinero, financiaba los viajes a la Ciudad de México para que los jugadores aprendieran técnicas de deportistas extranjeros. Ponía a disposición del equipo su camioneta particular y pagaba lo que hiciera falta. Fue el principal promotor para que Atoyac contara con las canchas deportivas de basquetbol y futbol. Con sus propias manos y con ayuda de otros entusiastas deportistas niveló el terreno y sembró los primeros árboles de la cancha de futbol que ahora lleva el nombre de “Francisco Ruiz Gómez”.
Su hijo René García Galeana hace algunas precisiones: el 30 de febrero de 1960, con motivo de la primera Feria del Café, el equipo de basquetbol de Atoyac jugó en el poblado de San Vicente de Jesús, con la participación de Juan García Galeana, Macario Galeana Abarca, Román y Efrén Reyes, Alejandro Medina y Efrén Tabares.
En 1963, con el nombre Cafetaleros, el equipo de Atoyac participó en el campeonato del estado, jugando en Tixtla el 8 de agosto contra la Juventud Mexicana de Tixtla, ganando con un marcador de 40 – 45 y 44 – 54. En este torneo jugaron Juan García, Francisco Gallardo, Macario Galeana, Román Reyes, Adrián Laurel, Wulfrano Berber, José Luis Ríos y Efrén Reyes.
Es en esta fecha cuando ya el equipo jugó con el nombre de Cafetaleros. A veces se ponía Cafeteros, hay algunas fotos donde aparece con ese nombre. El 31 de octubre de 1971, se ofreció una comida a Juan García Galeana en reconocimiento a su labor como promotor del basquetbol en Atoyac. Fue la Presidencia Municipal con Ladislao Sotelo Bello al frente. René García recuerda que en los cincuenta, el basquetbol era el deporte rey.
Un jugador de la segunda etapa de Cafetaleros fue Jesús Castañón Franco. Llegó a nuestra ciudad en diciembre de 1963, como maestro en la escuela primaria Valentín Gómez Farías, quien junto con Juan Catalán recordó que los torneos que se organizaban en la sierra eran una verdadera fiesta. A la comunidad Los Tres Pasos llegaron caminando y se vinieron por la noche alumbrándose con hachones. Rememoraron también que Macario Galeana fue presidente vitalicio de la Liga Municipal de Futbol; nunca lo cambiaron.
A Chilapa fueron a jugar un diciembre Juan tenía mucho frío y se le quitó con un buen mezcal.
Juan Catalán y Efrén Reyes tienen copa de plata por canasteros. Siempre que iban a Taxco ganaban sus copitas de plata.
Juan Catalán egresado del CREN de Iguala, comenzó jugando en el internado 21 de Tixtla a los 14 años, donde también practicaba atletismo y con su maestro Pedro Alcaraz. Recordó que Pedro Cabañas estudiaba en México jugando se colgó del tablero, se le vino encima y quedó paralítico. Era hijo de Pascual Cabañas. El maestro Simón Bello fue pionero del futbol en El Paraíso.
Los Reyes comenzaron jugando en la secundaria federal 14, el maestro de carpintería Félix Sánchez de Chilapa, a quien apodaban El Mariposo, los llevó a torneos intersecundarias. El equipo se llamó Los Coyotes; se trajeron el primer lugar de Tecpan en 1956.
De aquellos encuentros en los que participaba el Cafetalero quedó de recuerdo Chon El Cuarro quien llevaba la cazuela de comida y trataba muy bien a los jugadores.
En los últimos años el equipo jugó bajo las siglas del Banrural; dejó ser el Cafetalero. Como Banrural jugaron en el Cereso de Cuernavaca. En el Cereso de Acapulco les robaron todas sus cosas, pero Juan García habló con el Tuba Baldeolívar y les regresó todo. Siempre que salían la porra los esperaba en la carretera. En esa porra iban Chilo y Rosalío Tabares.
En Acapulco no hubo ni una sola cancha que no pisaran, mucho jugaron en la Zona Militar. Jugaron contra la Sección 20 de la CROM que era el mejor equipo de Acapulco. Jugaban en la cancha de la CROM pegado al mar. Iban cada ocho días y les acomodaban el partido a la hora que pudieran. Siempre asistieron a los municipales en Espinalillo. En La Barra de Coyuca le hicieron homenaje a Juan García con una pezcadiza. Jugaron en Cuernavaca y Arteaga, Michoacán. En el periodo del presidente José Luis Ríos Barrientos construyó muchas canchas y cuando las inauguraba los invitaba a jugar.
Efraín Rodríguez Pazos era el director del centro de Salud y los invitó para que inauguraran la cancha color de rosa. En Petatlán jugaron en cancha de tierra, los tableros los arrancaron de Juluchuca y los llevaron a Petatlán, para que se realizara el partido.
El 8 de febrero de 1985, a las 4 de la tarde, se llevó a cabo un ho­menaje a la memoria del finado deportista Juan García, organizado por el doctor Juventino Rodríguez García y Dionisio Fierro, mismo que tuvo lugar en la cancha deportiva de basquetbol General Silvestre G. Mariscal, en la que participaron los equipos de la sección 20 del puerto de Acapulco, Ca­fetaleros, la Barra de Coyuca, Coyuca de Benítez, El Bejuco y Los Toros.
La presentación del acto estuvo a cargo del señor Jorge Sánchez Galeana, ense­guida fueron entregados varios trofeos y diplomas, por el Club de Leones de Atoyac, Amigos Deportistas, Presidencia Municipal, Club de Caza, Tiro y Pesca Cazadores del Pacífico y Grupo Cafetaleros, mismos que fueron depositados en manos de la señora Juventina Galeana viuda de García y sus hijos. El encuentro de referencia terminó a las 8:30 horas de la noche, llevándose el primer lugar la sección 20 de Acapulco, nos recuerda Wilfrido Fierro.
Fuego de ardiente corazón
Soy hijo de una cocinera de los campamentos de la sierra. Todo el día estaba metida trabajando frente a la chimenea para dar de comer a decenas de peones. Si no estaba frente al molino, estaba frente al comal o moliendo los frijoles en una cazuela de barro, con una cuchara de palo. Por eso mi madre me parió una madrugada entre las huertas de café. Mi padre fue un chaponador de huertas, un arriero andador de caminos. Un día, arreando sus mulas, la vida lo llevó por un largo sendero y nunca volvió. Mi madre dijo que fue a la ciudad a comprar un bote de leche Nido.
Pero él no encontró el camino de regreso a casa.
Así, entre la casa de los abuelos y los campamentos enclavados en los cerros, crecí con la cara chorreada, limpiándome los mocos con el dorso de la mano, arropado siempre por una camisa color del suelo, jugando a ras de tierra fabricando vaquitas con bolitas de cirián y haciendo arcos con lianas para jugar a los apaches. En la mamila bebí  café y caldo de frijol. Me deleité con ese manjar de atole blanco y conserva de calabaza. Mi infancia se fue en jugar aventándome desde las lajas a esas pozas oscuras, siempre al ojo del tío Antonio, comiendo zapotes, mangos, mameyes, nísperos y huges. Buscando limones dulces, toronjas y frutillas.
Ocupada en el trajinar de la cocina, mi madre me consoló siempre con un burrito de tortilla caliente con sal y un traguito de café tibio. A veces me dejaba en la mesa un puño de galletas que tenían figuras de animales: elefantitos, tortugas, changos, caballos y camellos. Me entretenía jugando con ellas y me imaginaba aventurero en lejanas tierras.
Llevo maíz, caldo de frijol y café en las venas. Ahora de grande, cuando estoy agobiado, para bajarme los nervios, bebo dos tazas de café negro como mi conciencia.
En aquel tiempo mi comunidad no tenía energía eléctrica. Alumbraron mi nacimiento con rajas de ocote y al chorrear la resina prendida se provocó un incendio que por poco acaba conmigo, al comenzar la vida. Los trapos mojados de alcohol, que habían usado para desinfectar el machete con que me cortaron el ombligo, se prendieron. Me rescataron entre las llamas. Ese fue un augurio que todas las acciones de mi existencia serían, siempre, como una llamarada de petate, aparatosamente grande pero de efímera existencia, eso dice mi madre que siempre me recuerda: “Tú tienes entrada de caballo bueno y salida de burro flojo”, y eso que de regreso a casa no hay burros flojos. Es que le parece que nada termino de lo que empiezo. Lo mismo dice mi pareja, que opina que nada me sale bien. Aunque eso no sea necesariamente cierto. Yo me convenzo, a mí mismo, diciendo que no soy una llamarada de petate, soy fuego de ardiente corazón, soy una llama fuerte que arde en buena madera y se extinguirá mucho más allá de mi existencia, que vivirá mucho más allá de mis cenizas.
 
Después de escribir este texto digo a mis lectores que me tomaré un año sabático. Ustedes se merecen mejores trabajos que los que escribí las últimas fechas. Necesito volver a los archivos y ordenar mis notas.  Agradezco mucho a Juan Angulo Osorio y a Maribel Gutiérrez el espacio que me dieron. El Sur de Guerrero es mi casa, mi periódico. Un periódico necesario para nuestro estado.