21 enero,2018 6:55 am

Deshilar el tejido del poder

Eugenio Fernández Vázquez
 

RAZONES VERDES

 

El problema con las victorias finales es que nunca lo son de verdad, y eso pasa igual con las revoluciones que con los procesos electorales: ni el triunfo electoral implica necesariamente la derrota de quienes detentaban el poder, ni es condición necesaria para debilitar su control sobre la sociedad y sus recursos. Esto es así porque el poder no opera como un monolito que se destruye y punto, sino como un tejido de hilos muy delgados, atravesado por bordados muy complejos, que todo lo envuelve y que a todos afecta. Para vencer a los poderosos, por ello, no basta con romper o arrebatar la tela: hay que deshacer el tejido, deshilarlo.

En México, como en tantos países del mundo en desarrollo, este tejido tiene algunas costuras especialmente violentas, que son las que tanto duelen y tanto se notan en la prensa. Son las de la represión policiaca y militar, las del acoso del narcotráfico y del crimen organizado. Esos son también los hilos y bordados más evidentes, los más visibles, pero hay otros igual de fuertes que pasan desapercibidos. Muchos de ellos se pueden encontrar no en las grandes leyes, sino en los diminutos reglamentos que las aterrizan.

En la Ciudad de México, por ejemplo, los mercados públicos no son manejados por los locatarios, ni se rigen por un reglamento democrático que dé representación a asociaciones de consumidores y a otros actores interesados. Más bien, los mercados se administran desde el gobierno. Eso implica que su gestión no va dirigida a la eficiencia económica ni a ofrecer un servicio de calidad a compradores y vendedores, sino a la construcción de clientelas y a servir intereses políticos.

Eso no es poca cosa. Según algunas cifras, en los mercados públicos de la Ciudad de México trabajan directa o indirectamente medio millón de personas, y son millones los que circulan por sus pasillos, compran y venden en sus locales o usan sus baños –que, por cierto, también son una concesión que depende del gobierno, no de los usuarios. Este es uno de los hilos del poder, uno que tiene atado de pies y manos a cientos de miles de personas, y a uno de los ejes más importantes para la economía de la ciudad. Ese diminuto reglamento, esos lineamientos de los que no se acuerdan los periódicos ni nadie, son clave para mantener el control de lo que se vende y compra en la capital del país, y de quién tiene derecho a intervenir en ese proceso multimillonario.

Como saben los locatarios de los mercados públicos de la Ciudad de México, la llegada de los gobiernos de izquierda a la capital hace más de 20 años no supuso un cambio en ese bordado. Esa enorme victoria estuvo lejos de bastar para que cambiaran las cosas. Los distintos gobernantes de la capital han aprovechado ese instrumento de control para mantenerse en el trono. En lugar de usar el poder recién adquirido para transformar la realidad y democratizar la ciudad, eligieron usar esos hilos, apoyarse en ese tejido que mantiene a los poderosos en su lugar.

Claro, no hace falta tomar el poder para empezar a deshilar el tejido y para, con ello, debilitar a quienes tienen el control de los recursos que son –o deberían ser– de todos. Las luchas pequeñas, inmediatas, pueden tener un enorme impacto. Hoy se da por sentado, pero el impacto que tuvo el grito de “¡Ocho horas, cinco pesos!” en la vida de los obreros del país, y el terrible golpe que supuso la formación de sindicatos independientes para los dueños del país, fue enorme. De igual manera, el esfuerzo por devolver a ejidos y comunidades el derecho a manejar sus bosques y selvas, tuvo una repercusión enorme en cientos de miles de personas que hoy, gracias a ese trabajo diminuto, tienen acceso a recursos que son suyos pero que antes les estaban vedados.

Apostar por el triunfo electoral está muy bien, pero ni las elecciones bastan, ni son suficientes para transformar el país. Hay que acompañar ese trabajo, o inclusive supeditarlo, al esfuerzo por destruir esos hilos, por transformar la lógica y el material del tejido, por hacerlo más democrático, más incluyente, más colorido. Sólo así servirá de algo ganar el voto. Sólo así nuestras luchas avanzarán a pesar de las derrotas en las urnas.