Abelardo Martín M.
Se atribuye al gran Napoleón la frase aparentemente contradictoria, cargada de prudencia, de inteligencia y de sabiduría de “Vísteme despacio, porque voy de prisa”, que se podría aplicar, sin lugar a dudas, a todo el proceso de recuperación de la devastación provocada en Acapulco y en casi una decena de municipios de nuestro estado por el huracán Otis, de infausta y destructiva memoria.
La recuperación del estado se centra, sobre todo, en todas las cosas materiales destruidas, pero especialmente en la velocidad en que el ánimo, la actitud, la reacción y la conducta de la población en general se ha restablecido en tan poco tiempo. Cuando con frecuencia el presidente López Obrador se refiere y exalta las capacidades del pueblo bueno, se debe referir a esta fortaleza, a la resiliencia que tienen los mexicanos, en este caso los guerrerenses y en especial los acapulqueños, porque el bello puerto se recupere lo más pronto posible.
Han sido frecuentes las críticas al presidente López Obrador por lo que sus adversarios llaman “ausencia” del mandatario del sitio de la tragedia, se equivocan puesto que desde los primeros momentos después del huracán el auxilio federal no ha cesado y ha mantenido viva y en alto la esperanza de recuperación total, no nada más de la actividad económica, sino de la vida en su más amplia expresión, en el hoy por hoy paraíso del Pacífico.
Mas pronto de lo que se pensó en los primeros momentos posteriores a la destrucción de Otis, tanto locales como residentes-turistas iniciaron la reparación de los daños materiales y no obstante la gran magnitud los servicios de suministro de electricidad, agua potable, alcantarillado, recolección de basura se restablecieron casi hasta la normalidad. Es obvio que recoger los destrozos del huracán no ha sido tarea fácil, al contrario ha requerido de decisión, organización y muchas, muchas horas de dedicación y trabajo.
Más de un mes se ha cumplido de la devastadora irrupción del huracán Otis en Acapulco y ahora está claro que tardaremos meses y años en lograr una recuperación de la actividad económica y el ambiente turístico y especialmente la normalidad del puerto. Pero justo es este desafío el que ha detonado un carácter, enjundia, decisión y organización que, por necesidad, debe dar buenos resultados y en un tiempo mucho menor al previsto.
Tras los primeros momentos y días de pasmo y desconcierto, la acción gubernamental ha tomado ritmo y consistencia; ya empiezan a notarse resultados, aunque para los cientos de miles de damnificados, no ha sido lo suficientemente rápido ni se ha llegado a todos lados.
A la presentación del plan oficial de reconstrucción y apoyo a principios de mes, siguió hace unos días la reunión encabezada por el Presidente Andrés Manuel López Obrador con su gabinete, que permitió dar a conocer un primer balance de los trabajos, entre los que se cuenta el retiro de escombros, el restablecimiento de red eléctrica, la recuperación del servicio de agua potable que a fin de mes se promete completa, la entrega de agua embotellada y despensas, comidas calientes, paquetes de enseres y apoyos de programas sociales, la búsqueda de desaparecidos y el apoyo a familiares de los fallecidos.
No obstante, cada vez es más evidente que tras estas primeras tareas de emergencia, se requiere un proyecto de largo alcance que no simplemente reconstruya, sino reordene y haga sostenible el futuro del motor económico de la región. Ese plan todavía no existe y no hay siquiera indicios de que alguien se esté aplicando en él.
Acapulco, el primero y gran polo turístico mexicano de fama nacional y mundial tiene ahora la oportunidad de reordenarse, corregir la multitud de errores que lo llevaron, antes del Otis, a un desprestigio y una descomposición agravada por sucesivos débiles, corruptos y malos gobiernos incapaces, que llevaron a grupos del crimen organizado a posesionarse del puerto. Ojalá tanto la gobernadora como la presidenta municipal tengan la inteligencia y la sensibilidad para aprovechar esta coyuntura y, de verdad al lado del pueblo, defendiéndolo, protegiéndolo, sean capaces de poner orden y no dejar que las cosas regresen al estado en que estaban antes del huracán Otis. Así la devastación será una oportunidad para garantizar a las generaciones venideras un puerto que sea recordado no por este huracán, sino por su belleza y capacidad de recuperación.
Por lo pronto, el fin de año se aproxima, y en un mes escaso estaremos ante las fiestas decembrinas, ésas que convertían al puerto cada temporada en un lugar de fiesta memorable. No será así esta vez, aunque haya voces que se interpretan comonoptimismo oficial. Sólo algunos hoteles y lugares de alojamiento que sufrieron daños menores se encontrarán en condiciones de reabrir sus puertas y los propios empresarios hoteleros calculan que la oferta de habitaciones a fines de diciembre, con dificultades alcanzará una quinta parte de la capacidad que se tenía antes del paso de Otis, y para la próxima Semana Santa, el otro gran momento estelar en la bahía, escasamente se llegará a la mitad.
Si se toma en cuenta la magnitud de la devastación el avance puede marcar récord y ser ejemplo. Entretanto, los trabajadores y los prestadores de servicios en pequeña escala sufren ya por sus empleos, sus ingresos, su día a día. La vida en Acapulco se ha vuelto complicada, y el futuro, incierto.
Es natural que esa situación genere descontento en la población. Es notable que el Presidente, una figura política que siempre se ha jactado de haber recorrido como nadie todos los pueblos del país, en esta crisis no se asome a las colonias afectadas, que no platique con la gente ni escuche sus quejas y carencias de viva voz.
Eso sólo puede hacer crecer la inconformidad, pero el propio López Obrador se ha negado a convertir en un circo, en un espectáculo lacrimoso, una auténtica tragedia que requiere trabajo, no fotografías ni recorridos de autoelogio, que fue en lo que convirtieron varios de sus antecesores los desastres provocados por la naturaleza en distintos puntos de la República.
El fin de semana, ante la protesta de maestros y habitantes de las comunidades de la Montaña, quienes consideran que no se han cumplido sus demandas, el Primer Mandatario hubo de cancelar su asistencia a la inauguración del centro de rehabilitación de Tlapa, proyecto que él mismo impulsó e hizo posible. Mientras estos desencuentros ocurren, el país y el mundo siguen su marcha.
En México es tiempo ya de precampañas políticas rumbo a las elecciones de 2024 y tanto en el partido en el poder como en el frente opositor se han definido candidatos a los principales puestos en juego. Hay quienes calculan más de 40 mil aspirantes a puestos de elección popular que iniciaron sus campañas electorales que se advierten ríspidas y seguramente serán rebasadas por la guerra sucia que presenciaremos a todos los niveles. No faltará la tormenta de spots por radio, televisión y redes sociales que acrecentarán la basura de contenidos en medios tradicionales y plataformas de comunicación. Miles de millones de mensajes recibirán los ciudadanos como una lluvia intensa de podredumbre, que es en lo que se convirtieron las llamadas campañas políticas de partidos y aspirantes.
En el mundo, el caos en el que vivimos, incluidos los estallidos bélicos, tiene ahora como reflejo el triunfo de las corrientes ultraderechistas, lo que ha ocurrido en Argentina, en el sur del continente, y en los Países Bajos, la antigua Holanda, en Europa. De persistir este fenómeno, como siempre ocurre, las tendencias internacionales terminarán por influir en nuestro país, y las cosas se pondrán más complicadas de lo que ahora se aprecian.
Los próximos meses serán de gran movimiento y sin duda también pasarán muy pronto, cuando menos lo preveamos habrán concluido y tendremos sin duda a la primera Presidenta de la República, quien concentrará todas las esperanzas de un futuro mejor en el que se consolide el proyecto que reivindique a los más necesitados, a los más aislados, y restablezca la ruta de la salud, la educación y el progreso sin discriminación.