22 julio,2021 5:07 am

Doña Borola en Acapulco

Anituy Rebolledo Ayerdi

 (Primera de dos partes)

 

¡Acapulco en la azotea!

Tal era un grito frecuente de Doña Borola Tacuche de Burrón y con él cimbraba la vecindad ubicada en el centro de la Ciudad de México, precisamente en el Callejón del Cuajo número “chorrocientos chochenta y chocho”. Y diciendo y haciendo. Allí mismo, junto a la hilera de lavaderos donde las mujeres se soban el lomo aporreando garras percudidas, La Flaca instalaba su propio Acapulco. Los helechos hacían las veces de palmeras, un petate de camastro playero, un viejo paraguas de sombrilla playera y un tornillo de pulque en lugar de jaibol adornado con una bugambilia. El silbato de la fábrica aledaña era un barco saliendo de la bahía.

Hablamos del personaje central de La Familia Burrón, la revista mexicana de monitos publicada durante 40 años por su autor Gabriel Vargas Bernal. Se le llamó el Cronista del Tercer México y se mantuvo en el gusto popular gracias a su profundo conocimiento de la realidad mexicana y su fina sensibilidad de artista plástico.

Enfundada en su multicolor chikini o tarzanera, confeccionada por ella misma con retacería hurtada al sastre vecino, Doña Borola se dispone a tomar su baño de sol embadurnada su escultural figura con aceite 1,2,3. Protegía los oclayos con las gafas de motociclista hurtadas a Floro Tinoco, el novio rico de su hija Macuca, Venía luego el chapuzón en una tina con agua jabonosa y fuerte olor a clarasol. Memorable la ocasión en la que tan aguerrida dama inunde auténticamente uno de los patios de la vecindad y lo inaugure como la más grande alberca acapulqueña.

Armando Arias

El escritor chiapaneco Armando Arias aborda seriamente al personaje y su ilusión por visitar el puerto de Acapulco:

“Doña Borola Tacuche no necesita que su marido Don Regino Burrón la lleve a Acapulco para disfrutar del sol y el mar. Y es que la peluquería El Rizo de Oro no da para esos lujos. Ella crea su propio ‘Acapulco en la azotea’, y en traje de rana muestra sus sensuales formas junto los tinacos de la vecindad. Mueve las tambochas, de las de acá, para enloquecer de deseos impuros al sexo horrible, o sea, el opuesto. Macuca, la hija, enrojece de pena”.

Carlos Monsiváis

Carlos Monsiváis, el cronista non de México, es autor del mejor ensayo sobre La Familia Burrón, y en él se refiere al probable viaje acapulqueño de la esposa de Don Regino Burrón.

“Desfachatada y cínica, provista de una regocijante vanidad, a su energía nada le arredra. Organiza peleas de box entre mujeres, convierte a su vecindad en arena de box o de lucha libre, es mujer de negocios sin capital adjunto, hace rifas fraudulentas, organiza fiestas de vecindad y viajes de burócratas hacia Acapulco”.

Era cosa nomás imaginarla llegando al hotel El Presidente con media docena de cartones como maletas y luciendo un traje de baño que ella presumirá igualito al lucido aquí mismo por Brigitte Bardot. Por temor a los cacos, que en Acapulco también los hay, no suelta su estola ni para dormir. No de armiño, como la presume, sino de la zalea de buti bichitos del vecindario. Presumirá llevarse de cuartos con el hispano César Balsa, el dueño de la hospedería, a quien conoce de antaño por haber pretendido a su tía Cristeta Tacuche, la chorromillonaria. Exigirá por ello las atenciones personales del gerente Manuel Chávez, a quien da el trato de chaparrín luego de reconocerlo como un antiguo enamorado.

Durante su primera noche en El Presidente, Doña Borola provoca un incendio en su cuarto, sofocado rápidamente por los bomberos del puerto al mando del capitán Salvador Hernández. A este le explica casi al oído y con voz sensual : “Me quedé dormida con el cigarrillo en la boca y es que no tengo aquí quien me lo apague”. Con todo, el jefe tragahumo no caerá en la tentación. Rechaza la versión del cigarrillo afirmando no haberse encontrado ninguna colilla y sí las cenizas de un periódico enrollado como puro. Más tarde, Doña Borola será retirada amablemente de la alberca junto con un humeante anafre donde calentaba quesadillas de huitlacoche.

Brigitte Borolé

El propio Monsiváis revela que doña Borola T. de Burrón fue cantante sentimental de una carpa del Distrito Federal, empleo que deja para lanzarse como candidata independiente a diputada federal por el cienavo distrito de la capirucha. Al mismo tiempo, la doña hace rifas fraudulentas como la de un automóvil de lujo con el que ha posado en la agencia automotriz. “Nadie como ella para hacerse una operación que le quite su estructura ósea, ‘porque le da miedo andar con un esqueleto adentro’. Ella es la exótica Brigitte Borolé, famosa por su interpretación de la tonada sensual del Cuchi-cuchi y nadie como ella para convertir la vecindad en la aldea de un safari. Todo lo ha intentado, y es descomunal el vigor de sus anti proezas”.

La señora Burrón era eso y más. Rechazaba ser la calaca la flaca y la pata seca del insulto vecinal. Adoptaba la personalidad cinematográfica de Katherine Hepburn: alta, escuálida y muy decidida. ¡Nomás! Lo mismo saquea una fonda que destruye un café de chinos. No se tienta el corazón para torturar, estilo policía judicial, a su tío Enedino, un pordiosero ciego, exigiéndole revelar el sitio donde tiene guardadas ¡las limosnas de 20 años!

Eduardo Pérez Roque

La enfermiza obsesión de Doña Borola por vacacionar en Acapulco, es abordada por el escritor jalapeño Eduardo Pérez Roque:

“Aunque en Acapulco será asediada por copreros chorromillonarios como los Ríos y los Nogueda , la Doña se interesará más por indagar el por qué tanta gringa viaja al puerto en busca de sus lancheros. Estará a punto de lograrlo pero la imagen de Don Regino la hará desistir. Contrata un guía de turistas para que la lleve a los sitios visitados por Raquel Welch, Brigitte Bardot y Elizabeth Taylor, solo para que se recuerde ‘a las cuatro’. Una noche intentará grabar con una navaja su nombre en el mural de madera de La Perla, del Hotel El Mirador, con los nombres de las celebridades que han visitado el lugar. Rosita Salas en persona lo evitará sacándola de las greñas y con frases fuertes dichas con amabilidad”.

Antes de abandonar el puerto Doña Borola deja constancia de su protesta más enérgica por el homenaje rendido a La Chupitos (Liliana Arriaga).“Nomás porque la molacha siempre anda peda”, acusará.

“Doña Borola tiene como antípoda a su chaparro marido Don Regino Burrón, quien atiende su propia peluquería El Rizo de Oro, emblema de profesionalismo y limpieza. Símbolo, según el propio Monsiváis, de la decencia, honestidad respetabilidad y, en una palabra, honrado hasta la exasperación. Procurará inútilmente infundirle cordura a su esposa. Para ella, sin embargo, él no pasará de ser Regis, chaparrín, zotaco y enano, como suele llamarle según sus estados de ánimo. Estará también mucho más allá de las catalogaciones de mandilón, regañado, gutierritos y faldillón. “Así suelen llamarle a los hombres respetuosos de la mujer, generosos y de carácter reposado”, se defenderá alguna vez Don Regino justificando a sus muchos pares en el mundo.

La familia Burrón Tacuche

La familia Burrón Tacuche la completan sus hijos Regino, El Tejocote, Macuca y Foforito Cantarranas, este último adoptivo, y su perro Wilson. Foforito es un niño modelo: magnífico estudiante, ayuda a su padre en la peluquería y es un virtuoso de la música. Integra con Isidro Cotorrón y Sinfónico Fonseca un trío muy aplaudido de violín, bombardón y mandolina. Su padre, Susano Cantarranas, es un pepenador amante del caldo de oso, neutle o tlachicotón (pulque). Cada vez que la cruda lo devora visita a Don Regino para exigirle el abono del niño, como si se lo hubiera vendido a plazos. Aunque tiene varios queveres, vive en la colonia El Terregal con su novia La Divina Chuy, también pepenadora que viste como Rosy Mendoza y Lyn May, pues también le hace a la exotiqueada en sus ratos libres.

Macuca, no obstante su parecido físico con la madre, tiene por lo menos dos pretendientes. Uno de ellos es Floro Tinoco, mejor conocido por su complexión robusta como El Tractor, a pesar de contar con sólo 14 años. Se trata de un junior prepotente y abusivo que tripula un coche deportivo en el que apenas cabe y que suele aterrizar su pequeña avioneta en la azotea de la vecindad o en las banquetas del Callejón del Cuajo. Su padre, el rico industrial Titino Tinoco, le tiene ofrecido un yate en Acapulco para cuando se aprenda la tabla del dos, además de comprarle el zoológico de Chapultepec si logra la hazaña de recitar de corridito La Casita del silabario de San Miguel.

Avelino Pilongano

 El otro pretendiente de Macuquita es Avelino Pilongano, un poetastro que en aire las compone y cuyos pies son tan grandes que ni los zapatos de payaso le quedan. Las mangas de sus camisas le cuelgan hasta cubrirle las manos “por haber sido siempre más grande el difunto”. Se trata en síntesis de un bohemio bueno para nada al que se le hacen pocas las 48 horas del día para dormir. En tanto, su anciana madre, Doña Gamucita Pericocha viuda de Pilongano, deja el cuajo todos los días en el lavadero para que a su intelectual retoño no le falte nada. Ella, como toda madre mexicana, se sacrifica durmiendo en el suelo mientras que Avelino lo hace en la única cama del cuarto.

Antes de aceptar cualquier trabajo, Avelino se pregunta si Octavio Paz lo hubiera aceptado. El mismo se responde sí o no. Tomará alguna vez el trabajo de probar colchones en la mueblería La Dormilona. Roncará tras un aparador de las de las 8 a las 20 horas, aunque pronto renunciará con la anuencia de Gamucita quejándose de dolor en los riñones. “Negreros”, acusará la viejecita a los empresarios cuando le nieguen la indemnización exigida. Aquí, finalmente, una de las obras de Avelino, dedicada a su musa alterna, la bella Belma Vinagrillo:

Llegó altanero zopilote

y díjole con sornita

convídame de tu elote,

o te quiebro la patita.