28 noviembre,2018 6:48 am

Dos novelas de Píndaro Urióstegui / 4

Pozole Verde
 
José Gómez Sandoval
El gobernador, el líder campesino, el fuera del sistema…
El gobernador interino Anselmo Mandujano “no era un hombre fácil, pero tampoco inaccesible, no era sensible al halago, pero sí a comprender y aún adivinar la naturaleza y las intenciones humanas; no era corrupto, pero sí capaz de corromper a un santo con tal de alcanzar un objetivo político; no le espantaban la agitación ni los agitadores, pero sí estaba pendiente de que respetaran el límite al que podían llegar: ‘¡Hay que cuidar las formas…!’, solía decir a quienes acudían a plantearle sus problemas”.
Para él, Tocho era “un jovencito audaz, sin ningún antecedente de formación dentro del sistema; un advenedizo que no había respetado las formas o, mejor dicho, que había hecho sus propias formas y ésas él no las aceptaba”. Ha citado a Tocho “para mañana a las doce”, pero éste emprende hacia la capital de la República, “a recibir instrucciones”: “Que se quede esperándome el gobernador. A él le corresponde venir a buscarme…, fue su comentario íntimo”. Rómulo Galeana es un “leal y limpio dirigente campesino” que había luchado “contra gobernadores y alcaldes antiagraristas”, terratenientes y ganaderos, compañías madereras, abigeos y traficantes de mariguana. En la charla con Anselmo, que es su compadre, habla “de los problemas de los copreros, de los cafeticultores, de la explotación irracional de los bosques por las compañías madereras”, entre otros, hasta llegar al tema de Chinto Rey:
“–Mira, Rómulo, nomás vigila que no vayan a ser terrenos ejidales (dice el gobernador). A esa gente podemos ayudarla así. Vamos a dejarlos que se instalen y luego pretendemos, sin mucha presión, desalojarlos. ¿Que no quieren salirse?, bueno, entonces gestionamos con mediación de la autoridad municipal, que les venda el dueño al precio que tenga inscrita su propiedad en el Registro Público. ¿Que no quiere vender?, entonces expropiamos, y se acabó.”
Como a Rómulo, Chinto Rey no inspira confianza a Anselmo, y, cuando advierte que Tocho Canales no llegó a la cita, se pregunta si acaso tendrá algo que ver con lo que ha emprendido Chinto.
El rector de la Universidad, el comandante militar…
Con colmillo político, el gobernador compromete al rector de la Universidad a visitarlo en su despacho acompañado del Consejo Universitario. Al comandante militar lo conocía desde hacía muchos años, pero “ahora cada quien tenía su investidura y como siempre decía…: Hay que guardar las formas”. En charla de sobremesa, el comandante remarcó las fallas, torpezas y abusos de “los funcionarios, casi todos parientes entre sí” del general y ex gobernador Marcos Radilla, y del descontrol en que éste cayó. Cuando se dio cuenta de que había soltado demasiado la lengua, Anselmo ya había juzgado “que igual podría estar hablando de él, dentro de dos años” (lo que duraría su interinato).
Para el comandante, “Tocho es un delincuente, un vago, un fascineroso”, al que hay que aprehender. Para él, Tocho fue “el instigador principal” del movimiento que tiró de la silla de gobierno al general Marcos Radilla, “quien nunca le quiso dar dinero; de lo contrario, fácil lo hubiera comprado. Yo le dije que en un dos por tres se ponía en orden, pero nunca me hizo caso y ya ve las consecuencias”. El comandante acusa a Tocho de acelerar “a los locatarios del mercado para que no aceptaran irse al nuevo edificio y los instaló en las calles del centro”, a los líderes estudiantiles para que “quemaran los camiones y se lanzaran a la huelga”, y a varios comisarios ejidatarios “para que casi se levantaran en armas. Y él siempre con las bolsas llenas de dinero, ¡puros billetes de a mil! ¿De dónde cree que salía todo eso? Ese dinero venía de la capital. Allá le armaron un cuatro a mi general…”
En “los sucesos trágicos” que arrojaron 12 muertos acribillados y despeñaron el gobierno de Radilla participó Tocho, como líder de los que quemaron una patrulla e iban a linchar a los policías, y el propio comandante, que ordenó su rescate. “¡Había que salvar la vida de esos uniformados!”, exclamó el comandante, para luego confesar que, por “la premura”, “las varias vidas que estaban de por medio…, la paz pública alterada” y “orden constitucional roto”, no consultó con el general Radilla.
“–Le agradezco su visita, señor general; ésta es su casa –fueron las palabras finales de don Anselmo. Se estrecharon las manos fuertemente; ahora se conocían más a fondo”.
En cuanto el comandante salió, el gobernador habló por teléfono al secretario del Interior del gobierno federal, para destacar la lealtad y rectitud del comandante militar de Sierra Caliente y “rogarle” que fuera sustituido por otro.
Dos novelas al mismo tiempo
Será difícil renunciar a la intentona de establecer el paralelismo que late entre el aguafuerte novelesco de Píndaro Urióstegui con los óleos de acciones y personajes de la historia verídica del estado de Guerrero, pues estas pautas de realidad enriquecen la anécdota de la novela y potencian las dimensiones de su lectura… Lo haremos levemente, para no quitarle a la anécdota pindariana su misterio terrenal, tan propicio para el chisme. Antes, es obligatorio indicar que por más que Píndaro haya sido un conocedor de la vida política del estado de Guerrero y del país, especialista en “desaparición de poderes”, no escribió Guardar las formas sin haber investigado los hechos que recrea y caracterizado a sus personajes sin una ardua y minuciosa investigación de campo, incluida la sicológica. Los lectores nativos o familiarizados intuirán la autenticidad de las descripciones de inmediato, por más que el escritor igualteco haya revuelto datos, cambiado nombres y combinado o todo lo que le fue posible. La plaza cívica de Luz Grande semeja demasiado la de Chilpancingo, por la ubicación de la iglesia, el Congreso del Estado, el Ayuntamiento y el Palacio de Gobierno. También, curiosamente, porque frente a la plaza estaba el café-librería Dante Aliguieri, cuyo propietario era Virgilio de la Cruz Hernández, abogado que empezó a defender a presos políticos y, según la parte oficial y periodística, terminó integrándose a un grupo guerrillero y, de ahí, a engrosar el número de desaparecidos. En la novela aparece una “Librería de Virgilio”, y el que tal vez tuvo como modelo a Virgilio de la Cruz se llama Homero. Píndaro no resta dignidad a Homero, ni, suponemos, a Virgilio… Ora que, los lectores perspicaces que, por ejemplo, cotejen la vida de Genaro Vásquez que aparecen en la Enciclopedia de Guerrero con la vida de Tocho, estarán corriendo el riesgo de estar leyendo dos novelas: la de Píndaro y la que van armando con sus sospechas y conjeturas personales. Al tiempo, acaso, con Guardar las formas en la mano, crean penetrar al trasfondo de maniobras del sistema político que unos llamarán necesarias y para otros resultarán maquiavélicas. No olvidemos que, en cualquier caso, se trata de una interpretación personalísima del político y escritor guerrerense.
Para chuparse los ojos
Si algo no tuvo Urióstegui que investigar, porque dendenantes lo sabía, es el menú gastronómico de la región. En Aquí no ha pasado describe hasta de sobra los suculentos guisos regionales calentanos que disfruta el cacique diariamente, y la gente del pueblo cuando puede. En Guardar las formas no pierde el gusto descriptivo, pero, como si comprendiera que semejante acentuación en los dichosos rasgos costumbristas podían distender demasiado la intriga y la dinámica de la narración, es más discreto en adjetivos y enumeración. Aun así, con el más sencillo párrafo puede latiguear las glándulas salivales: “Después de dos copas de mezcal con una botana de queso de cincho y unas picaditas, se sentaron a la mesa: comieron sopa de flor de calabaza y chile ciruela con carne de puerco; chile seco y sin tomate, frijoles negros con epazote y tortillas salidas del comal”. Para no hablar de los suculentos platillos costeños que Román Viniegra encuentra y degusta por donde pasa.
Gobernador y obispo charlan sobre temas de actualidad
Anselmo conoció al obispo cuando éste era párroco de su pueblo natal. “Lo casó y bautizó a sus tres hijos… y se saludaban con afecto”. Le gustaba que tuviera fama de “obispo liberal dentro de la Iglesia”, “pues eso les permitiría un mejor entendimiento”. Se abrazaron efusivamente. “Vamos a necesitar muchas misas en los templos para que vuelva a reinar la paz y la reconciliación”, dijo Anselmo, propiciando un diálogo de amigos “que ahora iniciaban una nueva relación” sincero, substancioso, que, a la vez que proporciona rasgos de la nobleza y actitud del gobernador y el obispo,
sugiere una buena relación entre las dos instituciones que representan:
“–Las tendrás, hermano… Pero no son las misas las que van a lograr la paz y la reconciliación, sino los buenos hechos del gobernante justo y del ciudadano respetuoso. Tú sabes que la Iglesia no se mete en política mundana, pero en este caso el obispo le habla al viejo amigo: el gobernante. No hagas tuyos rencores pasados; no me opongo a que hagas justicia; sólo pido que veas el futuro con la sabiduría que te ha dado la vida y los años. No inicies tu gobierno persiguiendo, no descubras la cara del odio, no desenfundes la espada del revanchismo; llama a la concordia, exhorta al trabajo y escúdate en la justicia; sé ante todo un hombre y un gobernante justos; procura que te recuerden, más que por las obras materiales que hagas, por la justicia que supiste procurar. Dios, por encima de todo, es justo”.
“–Padre ¿y la fruta descompuesta la dejo junto con la buena?; la sangre de inocentes vertida injustamente, la dejo de lado?, ¿entre el poder divino y el poder terrenal, cabe el de la barbarie, el del ambicioso, el del oportunista? ¿No cree que, en este último caso, el poder terrenal y el divino deben actuar para extirpar lo podrido?
El obispo reconoce que “voces de discordia me acusaron de tomar partido” por presidir el cortejo fúnebre de los 12 cristianos acribillados, que eran sus parroquianos, y “si mi obligación es estar al lado de los vivos, más lo es estar junto a mis muertos”, justifica.
“–Sé que mi obispo es justo, no político; es hombre, no demonio; es caritativo, no inhumano, quiero dejar en sus manos y en su conciencia los mejores propósitos de mi gobierno y la mejor intención de mi persona. Quiero encontrar en usted y en todos los sacerdotes de Sierra Caliente la misma comprensión, no sólo íntima, sino que también se escuche desde los púlpitos: nada de apoyo a la subversión, nada de simpatía por la violencia, nada de absolución a quienes con máscara de líderes, no son sino criminales. En el gobierno que ahora inicia, procuraremos jueces honestos y no permitiremos que cualquiera se haga justicia por su propia mano. ¿Comparto su simpatía por este planteamiento, como yo comparto el criterio de que la autoridad civil debe ver con simpatía que la Iglesia celebre con esplendor sus ritos, como la Semana Santa y otras festividades? Para ellas, no sólo nuestro apoyo moral, sino también material.
“Don Anselmo pedía y daba, ofrecía la mano y apretaba. El obispo comprendió que de momento no tenía nada que negociar; de hecho le estaban dando algo que no había pedido, aunque también sabía que al aceptarlo quedaba la puerta abierta para que después se le cobrara. Estaba tratando con hombre duro, pero comprensivo. No le pedían otra cosa que meter en cintura a algunos curitas que andaban por ahí alebrestando a sus parroquianos. El obispo entendió que lo que solicitaba don Anselmo era justo y prudente”.
Se despidieron con otro fuerte abrazo.