24 noviembre,2022 4:54 am

El desgarriate de Morena  

Humberto Musacchio

 

Si Morena es de veras un partido, lo cierto es que está partido, no en dos, sino en muchos fragmentos. Mario Delgado está lejos de comportarse como líder y prefiere asumirse como mero ejecutor de las órdenes presidenciales, aunque se da tiempo para llevar agua a su molino o al de su amigo Marcelo Ebrard.

Resulta sorprendente –o al menos debería serlo– que Marina del Pilar Ávila y Alfredo Ramírez Bedolla, gobernadores de Morena en Baja California y Michoacán, respectivamente, acuerden financiar las actividades de Eduardo Verástegui, quien es la figura más visible del Movimiento Viva México, anfitrión de grupos y personajes de ultraderecha internacional, entre los cuales no escasean los declaradamente fascistas.

Pero los desaciertos no paran ahí. El muy tempranero destape de las “corcholatas”, como malamente llama AMLO a los precandidatos presidenciales, ha suscitado problemas que un estadista trataría siempre de evitar, pues al echar andar las precampañas presidenciales, apenas a medio sexenio, se ha desatado la guerra fratricida en Morena con muy serias repercusiones en el aparato estatal.

El prematuro destape de los aspirantes a la Presidencia hace que éstos asuman que su derecho y su deber primordial es llevar adelante una campaña que los encamine al puesto anhelado. Como resultado, estamos viendo que el secretario de Gobernación realiza un impolítico despliegue de ataques contra la oposición y varios de los gobernadores, cuando lo esperable, se supone, es que procure la concordia. Pero el señor Adán Augusto López ha optado por hacer suyo el tono rijoso y divisionista de su jefe. Allá él.

Marcelo Ebrard, por ahora dándose baños de pueblo con pretexto del Campeonato Mundial de Futbol, da una imagen que lejos de hacerlo ganar popularidad lo muestra como un personaje excesivamente informal, para decirlo suavemente. Si a lo anterior se agrega que el representante mexicano en la ONU votó por la intervención en Haití y luego por el apoyo a Zelensky y sus bandas neonazis –lo que de inmediato desautorizó el presidente López Obrador–, estamos ante dos graves resbalones de la política exterior o, al menos, frente a una inadmisible falta de sincronía en el gobierno mexicano.

Como medida de distracción, López Obrador ha dado a conocer una lista interminable de precandidatos, pero Claudia Sheinbaum es hasta ahora quien ha tenido más proyección, pues ha estado presente en numerosas ciudades y las bardas de todas partes están ocupadas con su nombre. Sin embargo, tiene tras de sí los resultados de 2021, cuando la oposición le ganó a Morena la mitad de la capital y el hecho de que la ciudad tiene problemas serios que, en buena medida, hasta ahora carecen de solución, no tanto por culpa de ella, porque el habitante del Palacio Nacional le ha quitado recursos y ha vetado decisiones que corresponden a la jefa de Gobierno, quien por obvias razones no puede hacer públicas sus discrepancias.

Pese a haber sido marginado por AMLO, el otro sobreviviente de los presidenciables es Ricardo Monreal. El zacatecano sigue al frente del Senado por una razón: no lo quieren en Palacio, pero ha gestionado exitosamente todas las iniciativas presidenciales que han llegado a su escritorio. Un político con menos arrestos se hubiera resignado a buscar un cargo menor, pero Monreal ha decidido cumplir con su papel institucional y al mismo tiempo dar la pelea mostrando abiertamente sus discrepancias con el Ejecutivo. Algo insólito, pero que muestra determinación y anuncia que será candidato a la Presidencia, ya sea por Morena –lo que resulta del todo improbable—o por la oposición, que carece de cuadros con la necesaria relevancia.

Monreal anunció que a fin de año se sabrá si continúa en el Senado y –no lo dijo, pero se supone– si permanece en Morena. Y aunque las encuestas lo nieguen, estará en las boletas del 2024.