7 abril,2020 6:14 am

El espectáculo nunca antes visto

Abelardo Martín M.

Esta generación es la más privilegiada en toda la historia de la humanidad, no solamente por los adelantos científicos y tecnológicos en todos los ámbitos de la vida, en especial, la salud, la educación, los medios de comunicación tanto de traslado como de información. La aldea global, con el coronavirus, es el mejor testimonio de su realidad.

Cual si se tratara de una pequeña comunidad, una villa, una población reducida, más del 90 por ciento de la población mundial, de acuerdo a las noticias recibidas, se paralizó y a una sola voz se queda en su casa, con un único contacto que permiten las telecomunicaciones, a través de las redes sociales. En un santiamén el mundo se digitalizó y se comunica solo por tweet, por face y todas las otras plataformas a disposición global.

Casi todo el mundo iba a exceso de velocidad y la sociedad parecía imparable, aparte de los síntomas de ingobernabilidad que se exhibían ya en casi todos los países de la Tierra. Sin embargo, todo cambió en un abrir y cerrar de ojos.

Era inimaginable detener el mundo como lo logró, en unas cuantas semanas, el Covid19, pandemia que desnudó a ricos y pobres, a sanos y enfermos, a países súper desarrollados y también a los rezagados o sumidos en la marginación, la pobreza y la injusticia.

Los primeros tres meses del año 2020 permitieron vivir un cambio fuera del alcance de los mejores futurólogos, menos aún de los gobernantes y de las sociedades.

Es imposible, desde el encierro doméstico, convertidas las casas en oficinas y centros de trabajo, abstenerse de presenciar el espectáculo monumental que vive la humanidad. Casi todas las grandes potencias amenazadas y víctimas de la pandemia. La mayoría de los gobernantes rebasados por la realidad y sin saber cómo enfrentarla.

Como no reconocer la experiencia y la sabiduría del ex secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger, quien en su colaboración con el New York Times, advierte:

“Ahora, en un país dividido, es necesario un gobierno eficiente y con visión de futuro para superar los obstáculos sin precedentes en magnitud y alcance global. Mantener la confianza pública es crucial para la solidaridad social, para la relación de las sociedades entre sí y para La Paz y la estabilidad internacionales”.

Y agrega:

“Cuando termine la pandemia del Covid19, se percibirá que las instituciones de muchos países han fallado”.

La pandemia, aparte de la desolación y muerte que produce, es el inicio de un problema económico mundial, a la que México y el presidente Andrés Manuel López Obrador, no son ajenos. La crítica al mandatario, en especial de los beneficiarios de la oligarquía que no se resigna a perder predominio en el país, se acentúa, se profundiza y crea la percepción de yerros y equívocos que no son tales.

Al país le urgía un cambio porque el modelo adoptado en las últimas décadas, como ocurrió en el mundo, produjo más pobreza, más marginación, más injusticia, más concentración de la riqueza y, en especial, la cancelación de oportunidades de salud y educación con mínimos de calidad para todos. Tanto los sistemas de salud y educativo están desmantelados y las consecuencias las sufre la población marginada, los más pobres.

Por eso, la advertencia de Kissinger, es válida: “Hay que esforzarse por sanar las heridas de la economía mundial” y “El desafío para los líderes es manejar la crisis mientras se construye el futuro. El fracaso podría incendiar el mundo”. Un reto monumental, con la única certeza de que nada volverá a ser igual, todo tendrá que cambiar.

En este escenario vive Guerrero, como el mundo entero, los tiempos de pandemia, pero la amenaza del coronavirus no es sólo una emergencia sanitaria, lo cual por sí misma ya sería grave, sino en los polos turísticos la situación asume dimensiones de tragedia. Así, localidades y municipios, en la alarma por el contagio, deciden aislarse y rechazar la visita de cualquier extraño. Pero no parece remedio para los lugares que viven del turismo.

Distantes parecen, hace menos de un mes, las épocas en que la ocupación hotelera de Acapulco y de los demás centros de recreación vacacional estuvieron cercanas al cien por ciento.

Hoy, por el contrario, las playas están clausuradas, como ocurre en todo el país, y la ocupación hotelera esta casi en cero. La mayoría de los hoteles cierran y los que aún permanecen en servicio se ocupan por abajo del cinco por ciento.

No sólo sufren los hoteleros y restauranteros. En Acapulco, en Ixtapa-Zihuatanejo, en Taxco, la gente vive en su mayor parte del turismo, del consumo y las compras de los visitantes. Meseros, cocineras, taxistas, guías de turistas, vendedores establecidos y ambulantes, centros nocturnos, incluso los giros que el pudor impide llamar por su nombre llano, todos ellos dependen de los viajeros, que hoy no se verán más, por un largo e indefinido periodo.

El gobernador Héctor Astudillo ha señalado que el tema sanitario se ha vuelto un asunto de seguridad nacional. Se advierten días lúgubres ante una falta prolongada de visitantes y el abatimiento de ingresos para todos quienes viven de esa actividad.

Ahora mismo, las autoridades de Guerrero han determinado no recibir más llegadas de cruceros. Las gigantescas embarcaciones son ahora las primeras acusadas de concentrar y propiciar el contagio de virus, y en esa condición son rechazadas en todos los puertos del planeta.

Pero a Guerrero no sólo lo asuela la epidemia. La violencia criminal sigue su curso, y la violencia no ha cesado en tiempos del coronavirus. Continúan las ejecuciones y los saldos rojos en los lugares más conflictivos del estado. Tanto que, de pronto, la gente identifica como el virus que la está matando, no al que reporta la Organización Mundial de la Salud o las autoridades sanitarias mexicanas, sino a los grupos delictivos que alteran la vida de sus comunidades. No parece que al pasar la pandemia del coronavirus las cosas vayan a mejorar en Guerrero.

Mientras en el tema sanitario se tiene una idea todavía imprecisa pero más o menos aproximada de que lo peor ocurrirá en un par de meses y que luego la normalidad regresará paulatinamente, en el rubro de la violencia criminal no está tan claro que la situación vaya a mejorar, y que el mal remita.

Tampoco ocurre a nivel nacional. La letalidad del virus apenas empieza, y las cifras oficiales de violencia bajan un poquito, mucho menos del uno por ciento.

El mal de muchos no es consuelo. Nada volverá a ser como antes, pero lo audaz, lo deseable sería convertir la pandemia y el cambio en el mundo, en una gran oportunidad. Todo empieza desde la casa, desde el encierro reflexivo y, sobre todo, optimista.