27 febrero,2024 4:02 am

El masculino status quo en el arte contemporáneo

 

(Primera de dos partes

Federico Vite

The blazing world (Hodder & Stoughton, Londres, 2014, 379 páginas), de Siri Hustvedt, es una novela que bien podría considerarse feminista, pero no por la voluntariosa insistencia sobre un discurso de género, sino porque cuestiona la urgencia de aplaudir menos a los hombres y reajustar los valores del gremio artístico, porque no basta ser un artista para merecer atención, sino que es indispensable presentarse como un artista hombre para anular la capacidad expresiva de una artista mujer. Pero eso no es todo, Hustvedt apuesta por lo queer.
La protagonista de este volumen narrativo es la artista Harriet Burden. Y el lector va ensamblando los testimonios que una académica, de siglas I.V.H., se encargó de recopilar sobre Harriet Harry Burden, testimonios de familiares, de conocidos y de amigos; pero sobre todo, le interesa desentrañar un aspecto: Harry (así, masculinizado, para los lectores) se dio a la tarea de crear tres pseudónimos para hacerse de una carrera interesante y valorada en el ancho pasillo del arte contemporáneo de Nueva York, ¿por qué? ¿Era la única manera de tener notoriedad?
Dice I.V.H. acerca de Burden: “Ella tituló todo el proyecto como Enmascarados, y declaró que era significativo no sólo para exponer la inclinación por la anti feminidad del arte mundial sino para descubrir el complejo funcionamiento de la percepción humana y de cómo las ideas inconscientes sobre género, raza y celebridad influyen en la comprensión del espectador de una determinada obra y arte”. Esta es la intención del libro, pero recordemos que se trata de ficción y la autora pone énfasis en la creación del personaje principal, Harry, quien se revela como un laberinto de neurosis con una inteligencia aguda, una sensibilidad especial y un doble rasero en el que convive una artista rebelde y propositiva con una ama de casa que tolera las infidelidades del esposo.
The blazing world es un artefacto que se conforma por diversos textos. Se presenta como un trabajo de rigor académico en el que se analizan las aseveraciones de Harry Burden y la visión que tenía ella del arte contemporáneo de Estados Unidos, especialmente, de la meca neoyorkina del arte contemporáneo.
Los textos de Burden enfocan toda la artillería en el status quo masculino del arte. Despotrica, señala y critica desde ángulos estéticos y, sobre todo, filosóficos. Harry tiene lecturas bien deglutidas, referencias sólidas e ideas originales. En contraste, las cuestiones más reveladoras sobre esta artista las muestra la hija de Harry. Hace declaraciones que exhiben a la madre como una machista y misógina, quien prefería al hijo, Ethan, por sensible e inteligente, que a la hija, Maisie. Y es Maisie quien llena los huecos familiares de una artista que sufría en silencio las infidelidades del esposo, un curador de arte de mucho respeto y muy influyente, por cierto, pero insaciable sexualmente; lo mismo prefería hombres que mujeres.
El retrato de la artista es complejo y completo, atractivo y aleccionador, porque Hustvedt va más allá de una realismo naïve en el que los hombres son los malos y las mujeres esencialmente buenas. Pinta de cuerpo completo a una mujer exuberante (de mucho pecho, mucha pierna y mucha nalga) e inteligente, quien fue víctima de sus afinidades electivas y de sus enlaces sentimentales.
La investigadora I.V.H. reúne todo este material pocos años después de la muerte de Harry. Presenta una colección de entrevistas, ensayos, artículos y cartas para exponer el proyecto Enmascarados y analiza todo. Señala entonces que Harriet eligió cuidadosamente sus personajes masculinos para representar diferentes aspectos del artista moderno. I.V.H. está hablando de este siglo, no del pasado, analiza exposiciones ocurridas en 2001, 2002, 2003 y 2004. Los seudónimos, “mascaras” de Harry, son tres: fotógrafo Anton Tish, un chico bonito e ignorante, quien presentó la exposición titulada The history of western art; la siguiente apuesta es The suffocating rooms, de Phineas, un chico negro y tímido, pero muy sensible. Y finalmente Rune, autor de Beneath. Esta “máscara” es machista y la más exitosa. A él todos (especialistas, artistas y espectadores) lo miran con respeto por ser enigmático, por no tener apellidos y lindar un poco con lo queer, pero esencialmente lo alaban por ser macho. Así que obviamente, Rune es el que se rebela y quien no desea ceder su lugar a lo femenino. Porque a final de cuentas todo nace de la mente y del cuerpo de Harriet, los demás son modelitos huecos y banales, prospectos sin ideas propias que necesitan urgentemente fama y atención (así hay montones incalculables de escritores en este país).
Rune es el contrapeso de la novela, quien se niega a aceptar la categoría de usurpador en un mundo machista. En sus palabras, las cosas son de esta manera: “Harriet ha sido realmente genial conmigo; no sólo como coleccionista de mi trabajo sino como una verdadera defensora de mi arte. Y pienso en ella como una musa. Lo que no entiendo es que ella afirma que es responsable de mi trabajo. Cree que ella realmente lo creó. Simplemente no puedo entender por qué diría eso. Ya sabes, ha estado en tratamiento psiquiátrico durante años. Digo que es una dama amable, pero un poco confundida de vez en cuando”.
Ese tipo de aseveraciones lleva a Harriet a escribir memorias, cuadernos, citas y cartas, muchas cartas, a articulistas especializados en arte contemporáneo. Gracias a esos textos se empieza a fragmentar ese éxito masculino. Los textos de Harry son los más convencionales y, por supuesto, eruditos, además de irónicos y satíricos. Sin ellos sería imposible lograr el efecto de verosimilitud de este proyecto. Y esto debe considerarse un logro de la autora. Algo que vale la pena destacar.
Me detengo en un aspecto “masculino” que Hustvedt señala con mucha inteligencia, un asunto que bien podría ejemplificarse con la reciente bravata protagonizada por nuestro supremo e infalible presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, pues Harriet habla de “temores morales” que son básicamente “quiebres de terror a menudo dirigidos en contra de grupos supuestamente ‘pervertidos’ u otras asociaciones –judíos, homosexuales, negros, hippies y al final, pero no finalmente– de brujas y de demonios”. Es decir, hay ciertos temores en el mundo del arte (y la política, según lo establecido por el infalible supremo) que son una amenaza en el momento exacto que el otro la invoca para cubrir un error. No antes ni después. Pueden ser conservadores, comunistas, libertinos, etc. Si algo va mal en nuestra vida, basta con apelar a los temores morales para que exista un oponente natural que se manifieste en contra de nuestra meteórica carrera artística (y política). De tal manera que invocar a esos temores morales implica necesariamente sesgar las creaciones artísticas (y políticas), pero de eso hablamos la semana entrante.

* Como es habitual en este espacio, la traducción de las frases en comillas es mía.