18 octubre,2022 5:04 am

El porvenir desierto bajo la inclemencia del sol

Federico Vite

(Segunda de dos partes)

 

The overstory* (W.W. Norton & Company, Estados Unidos, 2018, 612 páginas), de Richard Powers, es un ejemplo de las novelas Cli-fi, pero más allá de ilustrar los problemas del cambio climático, este libro pone en perspectiva algo que el escritor inglés Charles Percy Snow señaló en Las dos culturas (1959); es decir, Powers argumenta el relato desde la ruptura entre la ciencia y las humanidades, eso agranda los obstáculos que podrían resolver problemas mundiales, como la pobreza, el hambre, la deforestación, las sequías, las inundaciones, el calentamiento global y todos esos tópicos que han ilustrado muy bien libros como The road, del estadunidense Cormac McCarhty en el que la distopía es la única meta. Este libro obtuvo el premio Pulitzer en el 2007; The overstory en 2019. Los dos títulos tienen algo en común: el futuro no es una promesa sino un sueño roto.

Los críticos literarios anglosajones consideran al proyecto de Powers muy ambicioso, literalmente hablan de un hito porque no sólo analiza las psiques de un grupo de ecologistas que comprenden la inutilidad de sus protestas sino que agranda una paradoja, pues por más que luchen, los hombres no lograrán preservar a los árboles. Algunos personajes se radicalizan, otros se hunden en el silencio. Ninguno tendrá la fortuna que buscaba.

The Overstory se divide en cuatro partes: “Raíces”, “Tronco”, “Copas” y “Semillas”. Los personajes principales son los siguientes: Nicholas Hoel, Mimi Ma, Adam Appich, Ray Brinkman, Dorothy Cazaly, Douglas Pavlicek, Neelay Mehta, Patricia Westerford y Olivia Vandergriff. Cada uno de ellos tiene una relación directa con los árboles. Destaco, por ejemplo, el caso de Douglas Pavlicek, un huérfano que se alista en un experimento carcelario de Stanford antes de unirse a la Fuerza Aérea. Se cae de un avión y literalmente es salvado por un árbol: una higuera de Bengala. Después de ser dado de alta, deambula por Estados Unidos y se da cuenta de que la deforestación está arruinando el país. Se inscribe a un programa nacional de reforestación y se entera, después de plantar su plántula número 5000, que este esfuerzo no hace nada para ayudar a los árboles y únicamente contribuye al beneficio de las empresas madereras.

También es entrañable la vida de Patricia Westerford. Una dendróloga con discapacidad auditiva que pasa la mayor parte de su infancia y madurez fascinada por el reino vegetal. Cuando descubre accidentalmente que los árboles son capaces de comunicarse entre sí, su investigación es ampliamente denostada; su reputación como científica se desploma y considera el suicidio para huir del escarnio. Eventualmente encuentra trabajo como guardabosques; años más tarde descubre que su labor ha sido reconocida y la buscan los expertos. Ella vislumbra el futuro de una forma menos siniestra. Quien arroja fuego incendiario a todo esto es Olivia Vandergriff, una temeraria mujer joven que impulsiva protesta en contra de la deforestación. A ella le hablan los árboles. “Seres de luz que le acarician la nuca con sus ramitas y le dicen: Fuiste insignificante. Pero ya no lo eres. Te libraste de la muerte para realizar algo de gran importancia. […] El momento de la vida ya está aquí. Una prueba que la vida aún no ha superado”.

El libro inicia y cierra con Nicholas Hoel, en él recae el motivo estético, digamos, de toda la historia. La familia Hoel, noruegos que emigraron a Brooklyn a mediados del siglo XIX, antes de partir hacia Iowa y comenzar una granja, plantan un castaño al borde de un maizal. Uno de los árboles llega a la madurez, lo suficientemente lejos de cualquier otro castaño como para sobrevivir a la gran plaga que arrasa a los árboles de Estados Unidos a principios del siglo XX. Sin razón alguna, el anciano Hoel fotografía el árbol en marzo de cada año, una tradición que le transmite a su hijo, y luego a su nieto, y luego a su bisnieto. La granja se hace más pequeña y obsoleta. El último Hoel, Nick, es un joven graduado de la escuela de arte, vende la propiedad, pero se queda con 100 fotografías que rastrean el paso del tiempo en un árbol. De manera indirecta, esas imágenes también describen la evolución de la tecnología que retrató al castaño. Nick cierra la historia, pero da un giro a toda su trayectoria, pues lejos de apostar por la tecnología, se pronuncia a favor de lo antiguo, a la palabra en desuso y a ella se acoge. “Amén quizá sea la única palabra antigua que conozca. Cuanto más antigua es la palabra, más probabilidades hay de que sea útil y verdadera. De hecho, hace mucho tiempo, en Iowa, la noche en que aquella mujer llegó para sacudir su vida, leyó que la palabra árbol y verdad provenían de la misma raíz”, dice la voz narrativa. Y el autor asevera que la tecnología nos aleja de la verdad. Sus personajes leen, ven películas, se distraen con frivolidades y aprenden con videojuegos, hacen teatro y poco a poco los árboles empiezan a llamarlos. Un árbol es una vocación. Árbol y humano se unen lentamente y de maneras asombrosas. “Ahora sabemos que las plantas se comunican y recuerdan. Tienen gusto, olfato, tacto, incluso vista y oído. Nosotros, los miembros de la especie que averiguamos todo esto, aprendimos mucho acerca de con quien compartimos el mundo. Pero nuestra separación ha sido más rápida que nuestra conexión”, refiere el autor.

Esta novela no tiene una estructura compleja; de hecho, se trata de una historia lineal que literalmente podría entenderse como una biografía generacional. Posee una organización aristotélica. Powers está completamente involucrado con la historia. Es un caudal de información y de sentimientos. Mezcla las acciones de los personajes con los pensamientos paradójicos e inquietantes de ellos; les pasa el micrófono a todos y todos depositan sobre las páginas lo más sagrado de la existencia. El destino de unos y de otros actantes es valioso, por trágico que parezca, en la medida que fueron fieles a sus principios. Pareciera sencillo, pero sólo el oficio acendrado de una narrador permite que un libro como éste inquiete al lector por la profundidad psicológica (y en conflicto constante) de estas almas que arden científica y humanísticamente, pero cometen un error y uno de los personajes fallece en una protesta radical en contra de la devastación de los bosques. Después todo es cuestión de tiempo para que el FBI detenga a los radicales. “El mundo tenía seis billones de árboles cuando la gente apareció. Ahora queda la mitad. Una nueva mitad desaparecerá en cien años. Y eso que dicen los árboles, sea lo sea, no es más que lo que dicen las personas que afirman oírlos. ¿Qué oía Juana de Arco? ¿Percepción o alucinación?”. Ellos querían salvar los bosques, no a los humanos. “Los árboles se encuentran en el núcleo de la ecología y han de llegar al núcleo de la política humana. Tagore dijo: ‘Los árboles son el esfuerzo interminable de la tierra para hablar con el cielo que los escucha’. Pero la gente… ¡ Ay, la gente!”.

Powers lleva a los árboles a una cuestión política, porque “cada año es el más caliente de la historia”, cada vez son mayores las catástrofes climáticas y “siempre se rompen los récords de sequía y de inundaciones”. Pero en The overstory se “intenta mostrar la historia desde otro punto de vista. No es que este sea nuestro mundo y que en él hay árboles. Este es un mundo de árboles a los que acabamos de llegar […] Los árboles llevan mucho tiempo tratando de llegar a nosotros, pero hablan con frecuencias demasiado bajas para que las oigamos”.

Este libro nos recuerda que “el mundo no es lo que debe salvarse sino esa otra cosa que la gente denomina con el mismo nombre”. Usted sabe de qué hablo. ¿Verdad?

 

* La versión en español, que circula poco en librerías, se titula El clamor de los bosques.