9 mayo,2023 4:56 am

El Sur entendido como libretas de mar

Federico Vite

 

Celebrar los 30 años de vida del periódico El Sur forzosamente implica destacar el tesón periodístico, que merece un aplauso, pero lo que más ha hecho este diario ha sido enriquecer la conversación con ideas críticas y especialmente con información. Yo hablo por el aspecto cultural esencialmente, porque otros articulistas ya han mencionado el valor de un medio que le dio sabor a la política local. Pero volviendo al punto, El Sur ha opinado críticamente en contra de los gobiernos, ha señalado pifias del PRI, del PRD, de Movimiento Ciudadano, de Morena. Ha hecho señalamientos fuertes en cuanto a los malos manejos de funcionarios que administran la pobreza en un estado como el nuestro, tan rico y tan plural. Pero a los funcionarios eso no les interesa, sólo el folclor y el relumbrón, justamente eso se ha criticado desde las páginas de El Sur. Todo el tiempo, casi de manera obstinada, se han señalado estos aspectos. A pesar de que se ha testimoniado la alternancia del poder, las cosas no cambian. Hay altibajos, pero gracias a esos treinta años de crítica se puede diagnosticar que en Guerrero hay un gran desinterés por la formación de artistas, por la creación de públicos y un doloroso resquemor por alentar proyectos transexenales. La gente al frente de las instancias encargadas de administrar el alma de Guerrero entiende la creación como una monografía, no oye a los creadores; es más, se oculta de ellos, proceden con mucha discrecionalidad y gracias al acopio informativo de este diario –entre otros factores– se han logrado visibilizar compadrazgos, corrupción y abusos de poder. El primer acto de corrupción, me parece, es aceptar un cargo para el que uno no está capacitado.

Obviamente el buen periodismo expone las falencias de los funcionarios; vamos, de todo un sistema de gobierno que idealmente sirve para potenciar la obra de los creadores, pero eso no pasa. Nos quedamos en una especie de modelo escolar que no provee de trabajo a los creadores ni les facilita la comercialización de su obra. En esencia, el buen periodismo logra que el lector pueda tener otro punto de vista de los hechos y esa es la importancia de que exista un medio como éste, donde usted puede o no estar de acuerdo con lo señalado, pero El Sur ofrece un panorama no cómodo ni ordinario de los hechos. ¿Para qué sirve esto? Para lograr que los lectores entiendan de otra manera la relación entre los funcionarios y los creadores. Eso me parece importantísimo, da luz a ese aspecto opaco de la administración pública.

Ingresé a El Sur en 1997 como cronista de vida cotidiana y eventual reseñista literario. Recuerdo, por ejemplo, que la primera colaboración fue sobre la entonces nueva novela de Gustavo Sainz, Quiero escribir pero me sale espuma (1997). En aquel tiempo había otros medios de comunicación, revistas especializadas en el ámbito cultural, como Hojas de Amate, orquestada en Chilpancingo, y El espejo de Urania, hecha en Acapulco. También se imprimían varios periódicos y semanarios que tenían secciones de cultura. Había más actividad cultural, más materia prima; tristemente, lo que ahora tenemos resulta deplorable (pensando en retrospectiva, se luchaba contra las malas decisiones gubernamentales que hoy también se cometen cínicamente); después fui corrector, luego coeditor. Años después me fui de Acapulco, pero mantuve una correspondencia con este diario, porque si no era El Sur, obvio, no podía estar en otro medio.

Acá entendí muchísimas cosas sobre la forma de encarar el oficio narrativo. Recuerdo, por ejemplo, ir al Kilómetro 30 durante la noche, después de una balacera en vísperas de Año Nuevo del 2001, y presenciar el daño de la violencia; pero en especial tengo presente haber cubierto un homicidio extraño en Coyuca de Benítez. Después de esa orden de trabajo que de manera escueta me dieron por la noche aún preservo la adrenalina de los hechos: un hombre decapita a su hermano en la iglesia, frente a San Miguel Arcángel, después se sube al campanario, rompe la tranquilidad del poblado tocando las campanas y se arroja al vacío, pero no muere. Lo trasladan al hospital del ISSSTE en Acapulco. El reporte toxicológico indica que ese hombre no se ha drogado ni ha ingerido alcohol recientemente. Al momento de la detención dijo que su hermano menor había sido poseído por el diablo y por eso lo decapitó. Llevaba una Biblia para protegerse del maligno. Fue todo un hito para mí. Escribí la crónica enfebrecido por todos los hechos. En el velorio se hablaba de una mujer que fue amante de los dos hermanos; se corría el rumor de que andaba en una secta satánica. Durante el velorio, el techo de lámina de la casa materna de los hermanos empezó a llenarse de zanates. Las aves negras siguieron el cortejo fúnebre volando hasta la iglesia y durante el entierro –de manera inusual– no entraba el féretro a la tierra. Empezó a llover y el cemento para cubrir el ataúd se aflojaba y como si fuera de cera dejaba al descubierto la madera del catafalco. Entre los asistentes al entierro se corrió la voz de que el muerto había estado involucrado en un pacto satánico. Se publicó la crónica, pero me quedé con el tema en la cabeza, literalmente hechizado; en especial, cuando supe que alguien había robado el cadáver de ese hombre asesinado por su hermano mayor. El rumor de la secta satánica se hizo grande. La sombra del maligno cubrió toda la historia. Convertí ese material en un cuento y tuve fortuna, recibí premios y logré publicar el cuento fuera del país en algunas revistas. Como verán, El Sur no es sólo un periódico, para mí implica una escuela, un magisterio que, como dirían los viejos escritores latinoamericanos, me abrió las puertas del entendimiento para que ejerciera mi oficio con aplomo. Si aguanté esta sala de redacción, me decía, aguanto todo. Estar aquí me curtió para laborar en otras partes de la República como reportero, editor y, por supuesto, articulista. Ha sido un hogar sólido.

Puesto de una manera mucho más atractiva, sugiero que veamos a El Sur como libretas de mar de la vida cultural de Guerrero. Por estas páginas han pasado y pasarán las conversaciones más álgidas sobre el devenir cultural de nuestro estado. Este medio también dio trabajo a escritores que han nutrido la vida literaria de la región y, en especial, ha logrado una inmanencia parroquial para los lectores, quienes buscan a este diario para encontrarse, es decir, para constatar que la vida institucional y sus debidos contrapesos van de la mano y el periódico entonces se transforma en un espejo que nos describe al leerlo. Un reflejo que intenta visibilizar las zonas oscuras, iluminarlas y lograr que toda la opacidad institucional adquiera una claridad inusitada.

Desde el 2011 comencé a escribir sobre la sociología de la literatura y el capital simbólico de los escritores, eso que a veces determina el nacimiento y la publicación de un libro, eso que incide en quien lee y en quien escribe. Así que semanalmente preparo algo para esta página y lo hago con la intención de propiciar un cambio en la perspectiva del Continente Literario. Procuro no ceñirme a los caprichos del mercado editorial ni sumarme a las caravanas de los escritores famosos, ni mucho menos aplaudir la banalidad del trabajo de autores inflados por la publicidad. Yo abogo por cambiar el punto de vista del lector, porque desde acá, desde esta región tan convulsa, se puede hacer algo más que repetir esquemas. Escribir es un acto de libertad, no lo olvidemos, igual que leer.

En las páginas de este diario veo a los jóvenes poetas, narradores, dramaturgos, cineastas, actores, guionistas, editores, artistas plásticos, promotores culturales y activistas que no piensan en Guerrero como un esquema del atraso y la pobreza, los percibo con pasión y deseo una larga vida a El Sur, una larga y buena vida.