28 marzo,2024 5:17 am

Encuestas, pronósticos y votos

Humberto Musacchio

Es mal negocio hacerla de profeta, pero los politicos y muchos observadores electorales practican ese juego. En los dos meses que vienen se intensificarán los sondeos reales o supuestos y las declaraciones triunfalistas, pero será el primer domingo de junio cuando los ciudadanos tendrán la última palabra, la que decide.
Las encuestas nacieron como fórmulas que aportaban elementos de cálculo para fines comerciales o políticos. Para los profesionales de la mercadotecnia es importante saber qué quiere el consumidor para que las empresas establezcan metas y medios de cumplirlas. Para la política, los estudios demoscópicos aportan elementos de análisis para trazar la estrategia más adecuada en busca de la victoria en las urnas.
Sí, las encuestas pueden ser altamente útiles, pero no son profecías. Sus números no necesariamente reflejan los resultados de un proceso, aunque por supuesto orientan e indican el camino a quienes marchan en busca del éxito.
Lamentablemente, la pugna por el poder ha hecho de muchas encuestas meros recursos de propaganda, cuando no de simple engaño. Hoy se emplean los resultados, ciertos o no, para que el ciudadano suponga que el éxito de unos o el fracaso de otros es inevitable, pues los números dicen –o eso quieren que supongamos–, quién tiene más o menos carisma y eso lo dan como determinante para los resultados.
Incluso, se emplea la popularidad de un presidente para aventurar quién ganará una elección, o todas, pero en estos casos los números distan de ser garantía de una u otra cosa. En su quinto año de gobierno, cuando Carlos Salinas de Gortari navegaba viento en popa, su popularidad anduvo cerca de 80 por ciento, pero su sexto año le fue desastroso, pues estalló el movimiento zapatista, asesinaron a su candidato, mataron a su ex cuñado y futuro líder del Congreso, se vio obligado a crear un consejo ciudadano y ponerlo al frente del proceso electoral. Cualquiera diría que todo estaba a punto para que, por fin, ocurriera la primera gran derrota del PRI, y sin embargo resultó presidente un político gris e inepto, Ernesto Zedillo, quien, pese a todo, acabó su sexenio con una alta tasa de popularidad.
El real o aparente éxito de Zedillo hubiera supuesto una garantía de triunfo para Francisco Labastida, quien fue el candidato del PRI, pero perdió esa elección y abrió paso a la llegada de Vicente Fox a la Presidencia, quien encabezó la batida contra Andrés Manuel López Obrador al promover su desafuero como gobernante de la capital, pese a la inmensa popularidad del tabasqueño, quien pese a todo fue candidato presidencial y en una contienda sucia, desigual y tramposa apareció como derrotado.
El sexenio de Felipe Calderón quedó marcado por la militarización y no pocos actos irresponsables que le ganaron el mote de CaldeRón, lo que no impidió que terminara con cerca de sesenta puntos en el promedio de las encuestas, lo que para sus simpatizantes era una garantía de triunfo del candidato panista. Pero no hubo tal, y se impuso el priista Enrique Peña Nieto.
Con Peña Nieto todo transcurrió en forma más previsible, pues su sexenio fue una cadena de ineptitudes y acabó con un bajísimo porcentaje de popularidad, lo que llevó a la derrota del PRI, que además llevó como abanderado a un personaje ajeno a ese partido, todo lo cual tuvo como resultado el triunfo de AMLO en 2018.
El actual Ejecutivo llegó hasta los ochenta puntos de popularidad y después ha mantenido entre 50 y 60 por ciento en promedio, lo que para sus seguidores asegura el triunfo de Claudia Sheinbaum. Tal vez, pero como está visto, la popularidad no es hereditaria ni contagiosa.
Los candidatos de Morena a los diversos cargos en juego tendrán que trabajar cada uno por su triunfo, poniendo talento individual, cohesión de sus seguidores, recursos económicos, propaganda eficaz y otros medios.
Todo eso está en juego, pero a fin de cuentas, una elección expresa la inteligencia colectiva, las necesidades de la ciudadanía, sus simpatías, sus decepciones y sus coincidencias. Pero en todo caso, hay algo que para bien y para mal no puede ignorarse, y es que una elección también expresa la irracionalidad social, que suele ser imprevisible, pero habrá que tomarla en cuenta.