28 marzo,2024 5:06 am

Heráldica porteña IV

ACAPULCO, SIEMPRE Y PARA SIEMPRE

Anituy Rebolledo Ayerdi

Navarrete, Pacheco

Joseph Navarrete y Pacheco, tesorero de la Real Hacienda de Acapulco, da a conocer mediante hojas volantes las obligaciones fiscales dictadas por la Corona española. Exhorta a los porteños al cumplimiento cabal de las mismas.
El impuesto llamado de “avería”, por ejemplo, era del 4 por ciento y se destinaba al mantenimiento de la flota armada, custodio de la flota mercante. Por su parte, el derecho llamado del “almirantazgo” se cobraba al cargar y descargar mercaderías y que, como su nombre lo indicaba beneficiaba al almirante de Castilla, comandante de la Armada. Una dignidad creada en el año de 1247 que perdurará hasta 1705.
El impuesto de “almojarifazgo” se pagaba aquí y en España a la entrada y salida de mercadería de los puertos. Se destinaba a la Corona encargada de mantener libre y tranquila la navegación en los mares y que significaba el 15 por ciento del valor de las mercaderías. Por su parte el derecho de “tonelaje” se aplicaba cuando las toneladas que cargaba una embarcación excedían el número fijado por la Corona.
Otra carga fiscal, particularmente odiosa para la población, fue la “alcabala”. Un impuesto real aplicado a toda transacción de bienes raíces, semovientes, ventas, trueques y traspasos de propiedades y muebles tanto rurales como urbanos. La cédula real que la imponía establecía “que debía cobrarse en la primera y en todas las demás ventas, permutas y trueques a razón del 2 por ciento”. Con el tiempo, llegará al 8 por ciento. Indígenas y sacerdotes estaban exentos.

Galindo, Cotita de la Encarnación

Un grupo de porteños adinerados viaja a la Ciudad de México sólo para presenciar la ejecución de varios jóvenes acusados de sodomía. El calendario marca el 6 de noviembre de 1658. Se trata de 14 hombres, indios, mulatos y un hispano sentenciados a muerte por el Santo Oficio. Un quinceavo, por ser menor de edad, sólo recibirá 200 azotes y seis años en galeras.
La sexualidad en la época colonial estuvo sancionada por la religión católica, para la que la única finalidad del sexo era la procreación. Por tanto, cualquier práctica sexual que se hiciera por placer era considerada pecaminosa. La homosexualidad masculina era la única práctica sexual que se castigaba con la pena máxima, pues además de pecado se le consideraba un delito.

El “brasero de San Lázaro”.

La mañana de aquél día la población entera de la Ciudad de México se concentra en las calles y en el “brasero de San Lázaro”, sitio del ajusticiamiento. Atestiguará, burlona y soez, el paso de aquella cuerda de hombres aterrorizados rumbo a la muerte. La componen, como se dice, 12 jóvenes, indios y mulatos, y dos adultos, un español blanquísimo y un mulato sobrado de carnes. Todos ellos ensogados por el cuello y los tobillos.

De la Vega

Quizás por ser el alcahuete del grupo homosexual, el mulato gordo encabeza la procesión. Sus pupilos lo llaman “la señora grande”, mientras que para su clientela habitual –gente de la mejor sociedad y del gobierno– era simplemente Cotita de la Encarnación. No mayor de 40 años y siempre vestido con ropas indígenas. Ante la autoridad tendrá que revelar su nombre propio: Juan Galindo de la Vega.
De acuerdo con las actuaciones procesales, Cotita resultará ser precursor de un sistema de comercio homosexual practicado hoy mismo en todo el planeta –con la mejoría sustancial de las comunicaciones modernas–. “Cotita” o “señora grande” aseguraba a su clientela pulcritud y discreción. Una oferta que ha viajado siglos.
Camino hacia una muerte crudelísima, los 14 “sométicos” (contracción esdrujulizada de sodomita) marchan como autómatas siguiendo a la guardia montada de la Santa Inquisición. Visten sambenitos (sacos de paño amarillo con cruces encarnadas, pecho y espalda) y portan en la mano derecha una vela de cera color verde, apagada. Son objeto de la befa del populacho:
–¡Cuiloni…cuiloni…cuiloni…cuiloni!
La cuerda de sométicos continúa por la calle de El Reloj (hoy Argentina), pasa luego por la residencia de la marquesa de Villamayor y toma directo hacia la albarrada de San Lázaro.

Díaz del Castillo

Cuiloni quiere decir exactamente lo que la lectora y el lector están pensando. Si hay que creerle al cronista Bernal Díaz del Castillo, tal fue el grito coreado por los guerreros mexicanos cuando corretearon a los conquistadores, precisamente la noche en la que Cortés moqueó. (¿cuiloni es hoy culero?)

Abrazados

Cotita de la Encarnación será el primero en pasar al brasero y luego uno a uno de sus pupilos, “hasta que “acabaron con todos alrededor de las 8 de la noche” El fuego seguirá vivo durante toda la noche, vigilado por los funcionarios del Santo Oficio y la presencia de un público satisfecho con el espectáculo.
La muerte de Cotita y sus pupilos tendrá “cola”, como luego dicen. Ello por las revelaciones que hicieron al ser sometidos a crueles tormentos en torno a su clientela habitual, incluso detalles de tales encuentros. Las lenguas viperinas hablaron inmediatamente de virreyes, de bizarros militares e incluso de curas y obispos.

Nezahualcóyotl, Alva, Ixtlixóchitl

Y no fue que los conquistadores hayan venido a enseñar a los nuestros a castigar la comisión de pecados y delitos mayores. Netzahualcóyotl, por ejemplo, fue un notable creador de instituciones jurídicas. La lealtad al Estado y a las buenas costumbres fueron para él preocupaciones fundamentales y a tales rubros dedicó más de 80 leyes. Una de tales ordenanzas las dedicó precisamente a la homosexualidad como delito, con la muerte como castigo inapelable.
No una muerte cualquiera, sino tan cruel o más que la traída por los españoles. El rey sabio y poeta exquisito castigará a los homosexuales “pasivos” con la extracción de los intestinos (¿por dónde más?), para luego ser enterrados sus despojos en calidad de barbacoa. No les iba mejor a los homosexuales “activos”, estos eran enterrados vivos en ceniza.
El historiador Fernando Alba Ixtlixóchitl, nieto del piadoso monarca, revela que el grito de los sacrificados era un desgarrador y sonorísimo ¡ohuaya! (o sea ¡aaayyy!, en español).

Sahagún

El bondadoso y sapientísimo fraile Bernardino de Sahagún habla en su Historia General de las Cosas de la Nueva España sobre presencia numerosísima de sométicos (homosexuales), tanto pasivos como activos. Refiere que a estos últimos se les encontró parecido con los mayates (coleóptero negro que penetra con gran facilidad el tronco de la palmera) y así se les llama desde entonces.
Para el buen padrecito Sahagún, el homosexual pasivo no tenía perdón de Dios. “Es abominable, nefando, detestable, digno de que le hagan burla y se rían de él. En todo se muestra mujeril o afeminado, en el andar y en el hablar, por todo lo cual merece ser quemado”. ¡Y por supuesto que los quemaban!
Oficial Mayor de la Real Contaduría de Acapulco, don Melchor Martínez de Orduña, se prepara para su gira anual por todo el territorio de su jurisdicción. Su misión: localizar a los encomenderos que no han entregado tributos desde varios meses atrás.
Hay alegría entre la burocracia local por la muerte del Contador Mayor de Acapulco, Francisco Tirol Monte, luego de una veintena de años de servicio. Y era que el señor Tirol gozaba de una concesión real de mantenerse en el cargo mientras viviera. ¿Pos cual admiración?

Loreto

Los porteños se despiertan aquella mañana con un pregón particularmente estremecedor: La invitación del alcalde a los fieles cristianos de Acapulco para asistir al auto dedicado a la exaltación de la fe católica. Se celebraría a los 19 días del mes de noviembre de 1659, en la plaza principal de la Ciudad de México. Los asistentes ganarían indulgencias concedidas por los sumos pontífices reunidos en el evento, en realidad un oficio de la Santa Inquisición en el que varios sujetos impíos sería llevado a la hoguera.
Algunos grupos comentan horrorizados la crueldad de aquella forma de justicia traída de España. Otros, en cambio, hacen preparativos para no perderse ese espectáculo que se anticipa sensacional. Imagínense nomás, comenta la dama que dirige el rosario en la parroquia de Nuestra Señora de la Guía (hoy de la Soledad habrá “garrote vil”, “asadero” y todo gratis!
Por su parte el sacerdote Miguel Loreto, comisario del Santo Oficio en Acapulco, organiza una excursión a la capital para presenciar el sanguinario auto de fe. Ofrece por una cuota mínima transporte a la Ciudad de México, hospedaje y alimentos en su propia residencia capitalina. Y lo mejor, un lugar cercano a la hoguera a salvo de posibles chispas. El pilón será una visita a los sótanos de la Santa Inquisición, para conocer los instrumentos de tortura recién llegados de la Madre Patria.

Moncayo, Hernández, Cueva

Don Lope de Moncayo lamenta no poder unirse a la caravana del padrecito Loreto por tener que cumplir en esa fecha un encargo de su desempeño como “factor y proveedor” de Acapulco. La actualización del “partido” (distrito) de Acapulco, ordenada por el virrey Francisco Hernández de la Cueva. Partido integrado entonces por las localidades de Zumpango, Coyuca, Acamalutla, Tixtlancingo, Anenecuilco, Cacahuatepec, Huiziltepec y Xaltianguis.

Lampart

Llegado el 19 de septiembre 1659, la ciudad y puerto amanece sin servicios públicos pues todos sus titulares han viajado a la Ciudad de México para estar cerca del caldero de la Santa Inquisición, un evento que le permite elevar por miles su población flotante.
Tal era la multitud –narra un cronista– que las calles por las que pasaría el cortejo estaban valladas a partir de la Plaza de Santo Domingo La procesión la encabeza una cruz de madera de grandes proporciones de color verde. El templete para las autoridades se levantaba en la plaza Mayor. entre el portal de Mercaderes y el Cabildo. El lujoso acabado de aquel escenario era verdaderamente impresionante. Contrastaba con la sobriedad del altar levantado frente a los dos púlpitos para los predicadores.
Los inquisidores ocupaban sus lugares sentados en butacas forradas con terciopelo carmesí, posando las plantas de sus pies en cojines del mismo material. Los soldados ataviados de gran gala, con mosquetes al hombro. El aguacil mayor de la Santa Inquisición vestía uniforme de terciopelo negro con botonaduras de oro, acompañado por 12 lacayos y un coro de trompetas heráldicas

Arellano

En un momento dado se escucha el doblar de la campana mayor del convento de Santo Domingo, al que todas las de la ciudad. La noche llega y la plaza se ilumina con la luz de hachones, cuyo calor no logra amainar el frío de la madrugada. Cánticos y rezos anuncian el inicio del evento. Fray Diego de Arellano pronuncia un sermón justificando la crueldad del mismo: cánticos y rezos cubren toda la plaza, interrumpidos por sonoras trompetas y tambores.