Florencio Salazar
Errar es humano; preservar en el error es diabólico.
San Agustín.
Cada año nace un río para navegarlo; milagro de la naturaleza. Las aguas fluyen, broncas o suaves, buscando su cauce natural. El Hombre lo enturbia, tuerce su curso, lo doma y hasta lo extingue. Así es el tiempo que medimos los segmentos de nuestra vida.
Elucubrar en lo impreciso. El tiempo que somos, consecuencia de la memoria, que no se conforma con el registro de los acontecimientos: se sobresalta y trata de atrapar el futuro, adivinando, prospectando, tratando de anticiparse a lo que será la recordación.
La experiencia es la constelación de microgramos que forman la vida. Recordamos el fugaz tiempo vivido. No acabamos de pronunciar una sola palabra cuando ya se fue al pasado. Somos mucho más lo vivido que lo que se vive por ese vínculo imperceptible del antes y el después, que es el presente.
Vivimos atados al pasado y angustiados por el futuro. Vivir el momento es vivir lo que continuamente parte. El pasado es tiempo acumulado; el futuro, tiempo supuesto. Por eso vivimos para el futuro sostenidos en el pasado. El presente se fuga y se vuelve pretérito.
Dar sentido a la vida significa hacerla disfrutable desde lo cognitivo para tallar la existencia, hacerla estéticamente atractiva burilado por la ética. No hay perfeccionamiento, belleza, nobleza, menos aun humanidad, con la ausencia de valores.
Los valores de la fraternidad, amistad, solidaridad, integridad, honestidad hacen perfectible la vida humana. Corrigen errores, menguan debilidades, aseguran la continuidad de la especie. Son esos valores los que nos hacen gregarios y los antivalores (odio, rencor, venganza, envidia, soberbia, egoísmo) dispersos.
La acción humana es la continua batalla por el perfeccionamiento, sin ser omisos ante la compleja tripulación de la mente. La mente tiene nutrientes genéticos, de la experiencia y del conocimiento. Es un raro animal que parece aplanarse como un ratón para pasar por debajo de la puerta o enfurecerse como león hambriento. Si la dejamos suelta, nos domina; hay que estar alerta de su seducción cuando nos soba el ego.
Controlar el ego es fundamental para vivir con la mayor plenitud posible. No tenemos por qué demeritarnos, pero es difícil justipreciarse. Colocarnos en el justo medio, –no la mediocridad– sino en la serena posición de saber quiénes realmente somos, para evadir burbujas o tratar de caminar en las aguas. Es necesario actuar con inteligencia y conciencia para alcanzar objetivos saludables y tener el sentimiento de dichos actos.
Todos somos necesarios. Afortunadamente, siempre habrá mejores reemplazos; pero esos reemplazos necesitan –en todo sentido– la experiencia de los reemplazados para evitar que el individuo sea víctima de la ignorancia y la autocomplacencia. Los innecesarios son los que han decidido no aportar, se apartan.
A veces el mundo –el próximo, el lejano– parece dislocarse. Como especie periódicamente nos abandonamos a la corriente: que otros digan, que otros hagan. Entonces surgen las voces ruidosas, las mentes oblicuas, las cabezas pequeñas, los nervios irritados, los puños crispados. El temor se impone a la seguridad, la falsedad es constante y los propósitos son el “aquí y ahora” al precio que sea.
Los seres humanos tenemos asideros para no hundirnos: los creyentes, la fe; los ciudadanos, la ley; los creadores, la imaginación; los humanistas, la solidaridad; los educadores, el conocimiento; los ecologistas, el esplendor de la naturaleza; los historiadores, la interpretación; los narradores, las historias; los poetas, la palabra; los sabios, la prudencia; los creadores, un mundo posible.
La mayor imperfección del hombre es el dolor. La tragedia es el dolor del alma; la injusticia, el dolor de los cuerpos lastimados. El dolor es como un camaleón en la rama, cambia de color y parece la felicidad, la dicha plena. Pero se presenta en diminutas torturas, que penetra en todos los poros del cuerpo y de las emociones y va trepando hasta nuestra mente para hacernos grotescos, detestables.
Este año que iniciamos advierte amenazas y desafíos en todas las latitudes. Guerras, inseguridad pública, migración, terrorismo, sequía, cambio climático, nacionalismos exacerbados, bolsillos agujerados, líderes perversos, manipulación de redes, verdades alternas, amenaza de autonomía en la inteligencia artificial.
Las especies tienen ciclos de vida. ¿Estamos en riesgo de perecer como los dinosaurios? Cada momento de la humanidad tiene sus luces, las que han hecho posible retomar la ruta. Cuando todo parece perdido surgen las guías, los orientadores, los que salvan de la posible pérdida. Nuestro deber es imponernos en la reconstrucción del hombre dirigiéndolo hacia una mejor existencia.
Este año 2025 es inédito por lo nublado de sus presagios. Pese a todo, el optimismo es indispensable. Debemos fortalecer el ánimo, aguzar el oído y pensar con hondura para hacer un mundo mejor.