Adán Ramírez Serret
Abril 01, 2022
Este jueves 31 de marzo se cumplieron 108 años del nacimiento de Octavio Paz y a manera de celebración se llevaron las cenizas del poeta mexicano y de su compañera, Marie José Tramini, a San Ildefonso.
El edificio que ahora es museo, durante mucho tiempo fue la Escuela Nacional Preparatoria de la Ciudad de México. Fundada por Gabino Barreda y por donde pasaron muchos de los y las mexicanas que luego fueron de los científicos, artistas e intelectuales más importantes del país. Preparatoria que contaba con profesores como Jorge Cuesta o José Ramón López Velarde, por tan sólo citar algunos.
Octavio Paz estudió en esta escuela y nunca olvidaré la anécdota que contaba mi abuela, quien también estudió en San Ildefonso, y decía que era de primer ingreso y que de repente la gente se comenzó a hacer a un lado porque venía caminando un joven que venía bromeando sobre los recién ingresados, pasó junto a ella y mi abuela se quedó deslumbrada por la belleza del poeta y preguntó quién era esa persona. Y le respondieron que era Octavio Paz, que toda la preparatoria, profesores y alumnos, lo amaban por completo.
Esto es importante porque quizá no haya habido en la historia de la literatura mexicana un autor que haya sido tan odiado como Octavio Paz, al grado que en alguna ocasión una estatua en su honor fue derribada. Este es un gran problema, porque pareciera que la persona de carne y hueso, que ya no está, pesa más que la obra a la que tenemos acceso en las páginas de sus libros que tenemos en nuestras manos.
Incluso está de moda jactarse de no leer a Paz, como si eso fuera algo bueno, que era machista, de derechas y malinchista. Etiquetas fundadas en el aire, porque quien se acerca a sus páginas no sólo descubre a un escritor deslumbrante, conectado con el presente, el feminismo por ejemplo, también se topa con un artista que es fundamental para entender todo aquello que pasa en nuestros días como escuchar la lluvia, ver unos ojos hermosos o preguntarnos quiénes somos y qué hacemos en este planeta.
Su obra fue agrupada en 15 volúmenes y esto es una de las razones de que no sea leído Paz, ¿por dónde comenzar? La otra es que lo dejan para leer en la escuela, El laberinto de la soledad por extrañas razones es leído en la preparatoria y Paz parece ser más de mármol y con olor a santidad y escritor inteligente, lo cual también espanta a muchos lectores.
Pero Paz es un autor generoso, no gira en torno a sí mismo, sino que abre las puertas del mundo. Leerlo es acercarse a la India, a Japón, a China; a la poesía de todo el mundo, a Quevedo, a Dante, a los mexicas, zapotecas o totonacas. Leerlo es aprender a ver, respirar, pensar…
Los géneros en los que redactó su obra no son ahora de los más leídos, la poesía y el ensayo tienen ese tufo terrible, como el mismo Paz, de oler demasiado a literatura, a inteligencia y pedantería.
Pero la lectura es siempre una ruptura de prejuicios. Y cualquier persona, erudita o no, puede disfrutar la lectura de obras como el libro de relatos-poemas ¿Águila o sol?, el poemario La estación violenta o el ensayo El arco y la lira, el cual comienza así: “La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Pan de los elegidos; alimento maldito. Aísla; une. Invitación al viaje; regreso a la tierra natal. Inspiración, respiración, ejercicio muscular…”.
Las cenizas de Octavio Paz y Marie José en San Ildefonso, son una excusa, una razón para recordar el pasado de una ciudad que nos forma hecha por autores como Paz, quienes la habitaron y nos inventaron porque en sus palabras existen, igual o más, calles, humanos y edificios. Escribe Paz en el poema “Nocturno de San Ildefonso”, “A esta hora / los muros rojos de San Ildefonso / son negros y respiran :/sol hecho tiempo, / tiempo hecho piedra, / piedra hecha cuerpo”. Las cenizas en San Ildefonso, son los restos de una persona que hizo con palabras vestigios más potentes que piedras. Versos que habitamos aunque no lo sepamos.
Octavio Paz, El arco y la lira.